Estas cosas no pasan. No en el mundo civilizado, no en el primer mundo, no en Europa. Hasta que de repente, en marzo de 2020, pasó. Visto en retrospectiva todo fue demasiado rápido, aunque parezca ahora que haya pasado un siglo. Pero desde que comenzó ... a hablarse en serio del coronavirus (esa especie de gripe de China, luego de Italia) hasta que cerraron los colegios, primero, y todo lo demás, después, pasó algo parecido a un suspiro. De repente, en la segunda semana de marzo, todo se disparó. Todo comenzó a girar en torno a un único tema, mientras comenzaban a subir los contagios, los hospitalizados. Y los muertos. Desde el primero, en el inicio del mes de marzo, hasta ahora mismo, más de 580 vidas segadas.
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Marzo, abril y mayo vieron el primer confinamiento domiciliario de la era moderna en España, mientras cosas que nadie conocía apenas se hacían, de repente, cotidianas. La mayoría de la población jamás había llevado una mascarilla, jamás había utilizado un hidrogel desinfectante.
Distancia social, limpieza de superficies, ventilación. La salud primero, y la economía después, aunque no siempre y en todo lugar. Porque mientras la economía se desplomaba, los pequeños negocios sufrían lo indecible. Y se hablaba de rescate europeo, mientras una ola caía y llegaba el verano.
Y el verano llegó, y todo parecía vencido. Las voces que avisaban de que el virus no se había ido a ninguna parte apenas fueron escuchadas. Y entre finales de julio y principios de agosto llegó el rebrote, y llegó la segunda ola. Un desastre de nuevo, aunque distinto: más casos, pero menos hospitalizados, menos UCI, menos muertos.
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Y mientras, con toda la comunidad científica mundial volcada, la vacuna en un tiempo récord. Y 2020 termina como nadie esperaba: con esperanza.
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En febrero empezamos a hablar de ello. El coronavirus, decían, paralizaba los tratos económicos con China. Eso era un 16 de febrero. Un mes mas tarde ya estábamos confinados, cerrados y asustados. Las primeras muertes llegaron el día 10 de marzo, el mismo día en que el Gobierno de La Rioja, alarmado, mandó a casa a 70.000 estudiantes riojanos, que ya no volverían, la mayoría, hasta septiembre. Mientras, los casos, las muertes, los hospitalizados crecían, rodeado todo de un estupor creciente, se declaró el estado de alarma (el 13) y todo el país quedó confinado en casa (el 14).
El dato: 366 riojanos morirían en la primera ola del virus, entre marzo y junio
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Era el tiempo de los aplausos de las ocho, de las pancartas por los sanitarios. Era el tiempo de la educación a distancia, de repente y como se podía. Era el tiempo en que, pese a eso, La Rioja llegó a abril con los servicios sanitarios totalmente llenos, y en el que quedó claro que, por ejemplo, una UCI de 17 camas era ridícula para una afección que llegó a tener 40 ingresados críticos solo por COVID. Abril vio, poco a poco, que el confinamiento surtía efecto. La curva iba cayendo, mientras veíamos que las consecuencias económicas iban a ser, esas también, devastadoras.
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El dato: 426 es el tope de ingresados por COVID, que aún hoy resulta asombroso, el 1 de abril
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Salir a pasear y hacer deporte, el 2 de mayo. El 4, el primer día sin fallecidos desde marzo. El 10, fase 1: salir por la región, sentarse en una terraza. El día 26, la fase 2. La Rioja, que había sido de las más golpeadas de toda Europa en las primeras semanas, también fue de las primeras en ver caer sus cifras, pasando de fase puntualmente entre las mejores comunidades. Mientras la polémica política arreciaba entre algunas autonomías y gobierno (con Madrid siempre a la cabeza), los ciudadanos saboreaban las cosas pequeñas: los paseos alrededor de casa, el deporte, el poder salir, el poder comprar. Todo poco a poco y con el miedo en el cuerpo.
El dato: 0, el 24 de mayo, la UCI del San Pedro se quedó sin pacientes de COVID-19
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El 8 de junio, fase 3. El 21, «nueva normalidad». Pero los meses del verano tuvieron poco de «nueva». Los avisos de precaución de las autoridades sanitarias no sirvieron de mucho, demostrando una triste realidad: lo que no estaba prohibido, se hacía. Y así, la «normalidad» fue cayendo: el 13 de julio la mascarilla se hizo obligatoria; en agosto cerró el ocio nocturno y se prohibió fumar en la calle. Vuelta a empezar.
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El dato: 110; en solo tres días, 11, 12 y 13 de agosto más casos que en todo julio
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La segunda ola de la pandemia subió rápido entre agosto y septiembre, centrada sobre todo en La Rioja Baja, con varios cierres perimetrales. Se relajó en octubre, pero cuando llegó a Logroño, explotó: finales de octubre y principios de noviembre vieron lo peor, con la capital confinada junto con Arnedo. La segunda ola fue, sin embargo, distinta a la primera. Se detectaban muchos más casos y se detectaban antes, con lo que los casos eran menos graves y había menos hospitalizados y fallecidos.
El dato: 220 fallecidos en la segunda ola, entre agosto y el día de ayer
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Que el 2020 quedará en la historia de La Rioja (y del mundo, claro) como un año trágico es evidente. Pero que así mismo podría pasar a la historia como el año de uno de los esfuerzos científicos internacionales más importantes de la historia es también evidente.
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El desarrollo de las vacunas comenzó desde el mismo inicio de la pandemia, fue consumiendo sus fases a velocidad de vértigo durante el verano, y llegó al otoño-invierno con los resultados finales muy por encima de lo esperado: eficacias por encima del 90% sin apenas reacciones adversas conocidas. La carrera para ser la primera la ganó la vacuna de Pfizer/BionTech, que fue también la primera en llegar a La Rioja, el día domingo día 27 de diciembre.
En Haro, en la residencia Madre de Dios, uno de los pocos centros libres de virus durante toda la pandemia, Javier Martín, de 68 años, vivió un momento histórico. Su brazo derecho pasará a la retina de muchos como la imagen de la esperanza.
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El año del virus imposible se despedía con esperanza a medio plazo, aunque con miedo a corto: todo el mundo espera un fuerte rebrote, una tercera ola (o una ola 2.5) tras las fiestas de Navidad, a partir de la segunda semana de enero.
El dato: 15.000 riojanos quedarán inmunizados en la primera fase de la vacunación
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