Fue poco antes de las 12 del mediodía. No es que fuera como en esos encierros de San Fermín en los que los cabestros y las reses salen disparados buscando la plaza de toros, pero lo de salir de casa después de casi medio centenar ... de días encerrados con el mismo paisaje repitiéndose una y otra vez fue, sin duda, la gran aventura de Valentina y Henar desde que llegamos a Sorzano. Hasta ahora, lo único reseñable de su nueva rutina había sido la visita del técnico de Telefónica para instalar la fibra óptica y el paso de tractores por los caminos que rodean la casa de los abuelos. Eso y el cohete de las ocho (que ya se han debido acabar las reservas de quien lo lanzaba) tras el que se dejaban las manos aplaudiendo.
La primera salida se convirtió en el primer paso hacia la normalidad. Tanto que las peques ya han preguntado que cuándo volvemos a Logroño y que cuándo hay que volver al colegio. Es un silogismo obvio: si salgo a la calle es que no hay coronavirus y si no hay coronovarius voy al cole. Esto ya se ha acabado, interpretaron. Al final conseguimos que comprendieran que esto se va a alargar en el tiempo y que el cole puede esperar... aunque sigamos saliendo a dar paseos por el campo.
El de ayer no fue muy largo. Menos de un kilómetro. La distancia que nos separa de la granja de terneros en donde, cerrando el círculo, se repitió la primera pregunta que hicieron cuando llegaron aquí: ¿Tienen coronavirus? Siguen igual de lustrosos y no les oímos ni toser ni estornudar, por lo que deducimos que están bastante bien. Listos, diría yo, para visitar cualquier sidrería.
Lo bueno de Sorzano es que aquí, a diferencia de las imágenes que han circulado de diferentes zonas de España, no se han producido aglomeraciones de chiquillos. Al menos no en la zona por la que discurrió nuestro primer paseo. Tan solo, a lo lejos, junto a su padre y a un ritmo endiablado, vimos a uno de los niños del pueblo. Aleccionadas que estaban, como si hubiéran visto al mismísimo diablo, gritaron ¡Un niño, un niño! Más de miedo que de alegría. Al final van a tener que ir a clases de socialización después de tanto tiempo encerradas con sus padres.
Esto llega a su fin. La luz ya se ve al final del camino, pero el camino es aún bastante largo. Nos quedaremos con la inocencia de las niñas, que ha sido la mejor y la más divertida de la compañía durante esta cuarentena que ya es menos cuarentena.
Salud.
Y periodismo.
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