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Nicolasa López está citada a las 10.45 en el Palacio de los Deportes. Sin embargo, media hora antes ya está aguardando disciplinadamente a las puertas del recinto. Tiene 97 años, los ojos muy azules, una mascarilla rosa sobre la boca y enormes ... ganas de que su menudo brazo reciba el pinchazo que ha estado esperando durante meses. «Pensaba que nunca llegaría este día», confiesa con un tímido hilo de voz aferrada al brazo de su cuidadora. Están solas al principio de una mañana en la que no se decide a salir el sol. Han llegado en taxi para acabar rápido, aunque es tan temprano que aún no está instalado el operativo que este lunes inoculaba la primera dosis de Pfizer a 120 mayores de más de 95 años en la capital riojana.
El vestíbulo se va llenando poco a poco de otros como ella. «Creía que iban a poner la inyección afuera, a través de la ventanilla del coche», se extraña Carmen mientras ayuda a su madre a frotarse las manos con gel hidroalcohólico. Victorina Montenegro se mueve en silla de ruedas, pero nadie apostaría a que ha consumido ya 98 años de vida. «Y los que le quedan aún», aventura su hija. «Siempre ha sido una mujer muy trabajadora y tiene una fortaleza enorme», continúa sin una miaja de exageración. En febrero del año pasado estaba ingresada grave en el hospital; trece meses y una pandemia después, derrocha lucidez y no perdona un día sin leer de arriba a abajo el Diario LA RIOJA.
Pasan los minutos y el recinto está repleto de los mayores convocados y sus acompañantes. Un cúmulo de bastones, andadores, mantas sobre las piernas y más de una crítica por un agolpamiento que va diluyéndose en cuanto empiezan a dispensarse las vacunas en los dos puestos habilitados. Por uno de ellos pasa también Alan Joseph Bayes. Con un acento que delata sus raíces británicas, resume una biografía que se intuye intensa desde que hace más de 40 años recaló en Logroño para abrir el Liceo Victoria y trabajar de traductor para compañías como Zannusi. Recibir la vacuna ha sido un respiro. «Estos meses apenas he salido de casa;ahora podré estar más con los míos», suspira mientras reposa los diez minutos aconsejados por si le da una mala vuelta.
A su lado, Nicolasa ya ha terminado el trámite. Se levanta de la silla y enfila la salida. Ni siquiera ha notado la aguja en la piel. En la mente lleva la recomendación de tomar un paracetamol si le duele la cabeza o la fiebre sube de 38 y en la mano, un papel que aprieta con fuerza. Es la citación para completar la pauta. El próximo 5 de abril. No llegará tarde.
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