Sin mascarilla en exteriores: ¿por ahora o para siempre?

Varios expertos e instituciones, como la Sociedad Española de Inmunología (SEI), no han tardado en mostrar sus reticencias y han tachado de prematura la decisión del Gobierno de suprimir la mascarilla. «La supresión de la obligatoriedad en exteriores es precipitada con solo el 30% de la población vacunada y la variante Delta al acecho», asegura la SEI, que pide que la medida sea «reversible» si, como ha ocurrido en Israel, se produce una oleada de nuevos contagios.

Una opinión similar sostiene Miguel Ángel Martínez-González, catedrático de Salud Pública en la Universidad de Navarra y profesor visitante de la Universidad de Harvard. «No veo la normalidad hasta la primavera del 2022. Debemos seguir con mascarilla y plantearnos ser los últimos en abandonarla», considera este epidemiólogo, que alerta sobre el riesgo de que en las próximas semanas la situación se complique. «Este verano de 2021 puede ser muy peligroso porque nos falta mucho para llegar a la inmunidad de grupo y la gente se va a relajar. No se les están enseñando los cadáveres, ni los funerales, ni se está escuchando a la asociación de víctimas ni se entrevista a familiares de fallecidos», subraya.

Otros especialistas en salud pública, sin embargo, creen que el retorno a la mascarilla en exteriores sólo podría ocurrir ante una catástrofe de infecciones que ahora mismo no parece probable. «El uso de mascarilla en exteriores es necesario en coyunturas muy graves, pero no en la situación actual, aunque sí es importante seguir manteniendo su uso en interiores hasta que la situación este controlada», afirma Usama Bilal, profesor en la Drexel University de Filadelfia (Estados Unidos).

«La obligatoriedad en exteriores fue controvertida desde el principio de la pandemia», explica Pedro Gullón, profesor de Medicina Preventiva en la Universidad de Alcalá de Henares. De hecho, recuerda Gullón, la primera orden que obligaba al uso de la mascarilla, publicada en el Boletín Oficial del Estado el 20 de mayo de 2020, ya fijaba excepciones en el exterior similares a las del decreto aprobado el jueves por el Gobierno, principalmente, la distancia de 2 metros (luego rebajada a 1,5). Fueron los decretos autonómicos, durante el verano pasado, y sobre todo, la controvertida reforma de marzo en el Parlamento, los que acabaron con estas excepciones.

«En la obligatoriedad del principio había un sentido pedagógico, que la gente no se la olvidara cuando estuviera en un interior, pero todo el mundo ya sabe cuándo debe utilizarla», señala Gullón, que pide, ahora también, insistir en la pedagogía: «Hay que reforzar el lenguaje y recordar dónde se debe llevar la mascarilla». Incluso plantea que se dote a los comercios de mascarillas, para que los usuarios puedan cogerlas a la entrada, igual que ahora tienen a mano gel hidroalcohólico. Y si los contagios se disparan, Gullón propone limitar aforos o controlar la hostelería antes que regresar a la obligatoriedad de la mascarilla. «Aun así, veo difícil que esta decisión se revierta», concluye.

El virólogo Estanislao Nistal también cree que la sociedad ya conoce «dónde se encuentra el riesgo». «Las situaciones peligrosas se producen cuando la gente se reúne en espacios cerrados, no en la calle», apunta este profesor de Microbiología en la Universidad CEU San Pablo. Nistal argumenta que los estudios sobre la covid-19 señalan que los contagios en exteriores representan, como mucho, el 3% de las infecciones totales. «Si hubiera una nueva investigación que probara que estos contagios en exteriores suponen alrededor el 10%, podría obligarse de nuevo a su utilización, pero ni mucho menos parece que sea así», agrega.