En Sorzano hay dos momentos especiales todos los días: el amanecer, ver cómo el sol despunta por la zona de Clavijo y cómo va iluminando la vida del Moncalvillo, y las noches despejadas, esas en las que una miriada de estrellas inunda el cielo sorzanero. Supongo que es la falta de costumbre y una de las grandes diferencias entre la ciudad y el entorno rural: allí no miramos al cielo. Quizá porque tampoco veríamos nada. En los pueblos es imposible no hacerlo. Si a esa oscuridad le sumas una App que te va explicando y presentando las constelaaciones, las niñas se quedan con la boca abierta. La Rioja vacía está llena de estrellas. También en el cielo.
Luego hay noches diferentes, noches en las que acabas hablando con el SOS Rioja y con los Bomberos de Logroño pasada la 1 de la madrugada. Porque en Sorzano también hay imbéciles. En La Rioja tenemos más de 2.000 (esto es como el coronavirus, que no todos los positivos están diagnosticados) que se pasan por el forro el estado de alarma, pero aquí también hay alguno que anoche tuvo a bien incendiar vaya usted a saber qué al otro lado del barranco de la Tejera, cerca de las laderas que esconden los barrancos que mueren en la Nacional 111 entre Islallana y Viguera. Cuando las llamas se apagaron, las linternas les delataron.
Más allá de eso, después de 18 días aquí, después de casi tres semanas lejos de su entorno social, una videollamada es suficiente para comprobar que la situación les pasa factura a las pequeñas. Colgaron después de casi una hora plagada de silencios, de no saber qué contarse, de intentar jugar a ver quién se ríe antes o quién dice 'sí' o 'no'. La de tiempo que van a tener que recuperar cuando se abran de nuevo las puertas de la vida. Y mañana empieza el cole. El de verdad. Veremos qué pasa.
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