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Políticos de todo el arco ideológico suelen coincidir cuando se abandonan a las confidencias en añorar los tiempos en que ejercían su oficio desde la oposición. En esas confesiones se detecta una nostalgia por el pasado fronteriza con la idealización de su desempeño cuando carecían ... de la posibilidad transformadora que concede el Gobierno. Cuando eran sólo el Pepito Grillo del gobernante de turno, al que acosaban, zarandeaban, controlaban... Cuando estando lejos del poder, sin embargo podían influir en quien lo ostentaba para acercarlo a la dirección adecuada o al menos ejercer como su buena conciencia. O mala. El caso es que hacer oposición en política permite alardes que se niegan a quien pone su firma a cuanto se publica en el BOE. O en el BOR. Una sobredosis de responsabilidad propia de todo miembro del Ejecutivo que explica el reparto tradicional de roles. Y justifica, ateniéndonos a las directrices de la baja política, que el acuerdo firmado este martes en el Palacete, con el tipo de pompa y boato que ninguno de sus inquilinos consigue erradicar, se interiorice como el cuarto de hora de fama que sus firmantes perseguían. Un pacto que vertebre a toda la región, movilice a Gobierno y oposición, huya de las fotos y se dote de medidas concretas para centrarse en el bienestar de los administrados en La Rioja siempre puede esperar.
De lo cual serán responsables por supuesto esos miembros de la oposición que de mayores querían ser el perro del hortelano. Resulta inaudito que el PP ni siquiera acudiera a los reuniones previas de Riojafórum. Inaudito porque es un partido con vocación de Gobierno, el grupo más numeroso de los reunidos en el Parlamento frente al banco azul, la formación que ocupó el Palacete hasta anteayer. Puede aceptarse como disculpa que sigue sin asumir no sólo la desastrosa sucesión de Pedro Sanz sino la mala digestión de su derrota en todas las elecciones convocadas el año pasado en La Rioja. Pero se podía esperar una cuota superior de sentido del deber entre su actual dirigencia. Le bastaba con seguir el modelo de Ciudadanos, que sí asistió a las citas preparatorias pero se alejó al final del acuerdo alegando razones fáciles de entender.
La principal, el escaso contenido del documento firmado este martes. Que convierte al Gobierno en el principal culpable de que, a diferencia de otras regiones donde sí fue posible un consenso general entre las fuerzas políticas, de la foto del Palacete se hayan visto excluidos quienes representan más o menos a la mitad de los riojanos. El acuerdo con los agentes sociales será un éxito para Andreu, pero menor. Parcial. Habla poco de su capacidad para doblegar voluntades al otro lado del Hemiciclo e integrarlas en un auténtico proyecto de región. Y dice menos aún del conjunto de la clase política regional, incapaz de predicar con el ejemplo y exhibir entre sí la unidad que reclama al conjunto de la ciudadanía. Un pacto de gestación tan abrupta prometía pocos motivos para la esperanza. Los peores augurios se han confirmado este martes. Igual que los malos ciclistas, lejos de aspirar a la corona de laurel que reconoce a los triunfadores, el Gobierno se conforma con el premio a la combatividad. Como si intentarlo fuera suficiente.
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