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El coronavirus no entiende de fronteras; el minúsculo bichito, que en diciembre infectó a una persona anónima en una remota ciudad china, ha sido capaz de tejer en apenas tres meses una tela de araña que ocupa todo el globo. Su expansión acelerada ha sorprendido a muchos riojanos viviendo temporalmente a miles de kilómetros de sus hogares. Muchos han regresado ya. Otros, como la queleña María Ascensión Soldevilla –de vacaciones en Filipinas–, han conseguido por fin atisbar la luz tras varios días de zozobra en Cebú. Y algunos, como los siete casos que aparecen en estas páginas, ya no quieren (o no pueden) moverse: pasarán el temporal del COVID-19 allí donde les ha pillado.
Claudia Martínez San Martín | Génova
Claudia Martínez, estudiante de Quinto de Medicina, decidió este año marcharse de Erasmus a Génova. Ahora vive confinada en su piso, del que solo sale para hacer la compra y tirar la basura. Comparte alojamiento con cuatro estudiantes que acaban de llegar de Colombia. Otro compañero, de Barcelona, marchó y no sabe aún cuándo volverá. Claudia decidió quedarse. «Fue una decisión que tomé tras mucho pensar y discutirlo con mi familia. Mi cabeza me decía desde el principio que lo mejor era quedarme aquí. Me daba miedo irme y no poder volver», resuelve. En Liguria la situación no es tan dramática como la que se vive hoy en Lombardía, sobre todo en Bérgamo, y quizá por eso Claudia no ha visto «escenas de pánico» ni tanto miedo como en otros lugares de Italia. «Pero la gente se está tomando en serio la cuarentena –advierte–; se ven muy pocas personas por la calle y en el supermercado se mantienen las distancias». En la Universidad les han cancelado las prácticas en el hospital («por nuestra seguridad y la de los pacientes»), pero imparten alguna clase 'on line'.
Alba Pacheco Sáenz | Alexandria (EE UU)
Alba Pacheco lleva seis meses en Alexandria, una coqueta ciudad del estado de Virginia, en los Estados Unidos, a quince minutos de Washington. Trabaja de 'au pair', cuidando de los tres niños de una familia a cambio del alojamiento y de un sueldo semanal. Tampoco se plantea volver... de momento. «Si voy viendo que esto se va a prolongar durante meses quizá regrese. Al final, es duro estar todo el día cuidando a tres niños y con una familia que, aunque te traten bien, no es la tuya», apostilla. La situación en Virginia no es todavía tan extrema como en Europa («la gente sigue saliendo a pasear o a comprar ropa»), aunque Alba ve a su familia americana preocupada y casi resignada a sufrir a un confinamiento doméstico que ellos suponen que llegará más pronto que tarde: «La ventaja es que aquí la mayoría de las casas son unifamiliares con grandes jardines, así que supongo que el encierro no será tan duro». El sistema sanitario de los Estados Unidos, sin cobertura universal y gratuita, es ahora el mayor quebradero de cabeza de su familia: «Sabemos que mi seguro cubre el test del coronavirus, pero, llegado el caso, ¿me cubrirá otras pruebas que tengan que hacerme?».
Alfredo Bozalongo | Richmond (EE UU)
A 170 kilómetros de Alba Pacheco vive estos días Alfredo Bozalongo, un joven futbolista riojano que hace un año salió de la cantera del Betis para probar fortuna en los Estados Unidos. Allí ha encontrado un sistema educativo muy flexible, adaptado para aquellos «student-athletes» que desean compatibilizar libros y balones. Bozalongo estudia y juega al fútbol en el College of Williams and Mary de Williamsburg (Virginia), aunque ahora no puede hacer ninguna de estas dos cosas. «Aprovechando el 'spring break', se decidió suspender el curso, así los estudiantes no tuvieron que volver a sus residencias salvo para recoger sus cosas». Bozalongo se encuentra en Richmond, en la casa de un amigo y compañero de equipo: «No sabía si quedarme o intentar regresar. Esto es nuevo para todo el mundo y no se sabe cuál es la mejor decisión o qué es lo mejor ahora mismo. Está claro que me gustaría estar en mi casa con mi familia, pero tampoco quiero correr el riesgo de pasar por un aeropuerto y varios controles y que de una forma u otra me convierta en portador del virus y lo traiga a casa». Bozalongo supone que, aunque las cosas de momento no están tan mal en Estados Unidos, será difícil frenar la expansión del COVID-19: «Aún no son conscientes de que saliendo a la calle están ayudando al virus a esparcirse. Aunque están limitando sus movimientos, la gente todavía sale a hacer deporte o a pasear». Tras unos días de zozobra, el futbolista riojano se quedará finalmente en Richmond: «Ya no había vuelos directos y no quería correr el riesgo de hacer escala. Una amiga mía iba a regresar con un vuelo que hacía parada en Londres y se lo cancelaron. Así que o solo me exponía a mayores posibilidades de contagio, sino a quedarme en tierra de nadie».
Gema Merino | Dublín (Irlanda
Gema Merino, estudiante riojana de Biotecnología en la Universidad de Zaragoza, cursa este año académico en el Trinity College de Dublín. «Quedarse o volver a casa ha sido y sigue siendo el tema estrella estos días –confiesa–. Nadie tiene del todo claro qué hacer, cuál será la mejor decisión... Ambas conllevan unos riesgos. Viajando tienes una mayor probabilidad de contagiarte por lo que cuando llegues deberías intentar no contagiar a las personas con las que vives. Pero quedándote aquí está la incertidumbre de qué va a pasar, cuándo podrás volver a casa, cómo se va a desarrollar la situación en España y en Irlanda...». Gema, de momento, ha preferido quedarse y esperar. Su familia está de acuerdo. «Así evito conexiones y además..., la situación de La Rioja tampoco es la mejor». En Irlanda se suspendieron las clases en todos los niveles educativos cuando apenas había 50 casos positivos en todo el país. «El Gobierno irlandés ha tomado más medidas y más rápido que en España», apunta, y quizá por eso están conteniendo mejor el embate del coronavirus: «Lo que llevan intentado desde el minuto cero es suavizarlo, que su sistema sanitario aguante malamente este golpe y que la población de riesgo pueda disponer de la atención necesaria, lo cual va a ser casi imposible». En su universidad, también reaccionaron con rapidez: «Aquí el final del curso está previsto para el 1 de mayo. En cuanto se cancelaron las clases presenciales nos tranquilizaron y decidieron impartirlas 'on line'. El profesorado cooperó y todos entendieron la situación de estrés que suponía para el alumnado no saber que iba a pasar con los exámenes tan cerca de final de curso».
Blanca Romero | Angers (Francia)
Como Claudia Martínez, la logroñesa Blanca Romero estudia 5º de Medicina, aunque en su caso ha elegido la ciudad francesa de Angers como destino de su beca Erasmus. Aunque en Francia las clases están suspendidas y rige el confinamiento domiciliario, a los estudiantes no les han suspendido las prácticas hospitalarias. «Han cancelado nuestras rotaciones habituales pero nos han derivado a servicios en los que hace falta más personal», explica. Tampoco Blanca ha querido regresar por entender que el viaje (conexiones, trenes, aeropuertos) era más peligroso que su estancia en una ciudad todavía no muy golpeada por el coronavirus. La cuarentena francesa resulta muy similar a la española, aunque existe alguna salvedad: «Aquí está contemplado el salir a hacer un poco de actividad física, siempre que sea en solitario y en las cercanías de la vivienda, así que sí se ve gente corriendo, en bici o paseando, pero siempre solos y sin entretenerse».
– ¿Cómo vive una futura médica el combate con una eipidemia tan devastadora? ¿Ha reafirmado tu vocación?
– Estando ahora en la vorágine de la pandemia es momento de arrimar el hombro y no tanto de pararse a reflexionar. Lo que sí me ha reafirmado, y espero que a la población general también, es en la absoluta necesidad de una sanidad pública competente y preparada, con condiciones dignas y universal.
Álvaro García | Estudiante en Bulgaria
Álvaro García estaba exprimiendo a tope su Erasmus en Ruse, una ciudad al norte de Bulgaria, situada en la orilla del Danubio. Muy inquieto, este logroñés siempre estaba inmerso en alguna actividad (pasar un día en la nieve con los amigos, escapadas inesperadas, visitas por la ciudad...), pero tras un viaje relámpago a Sevilla con parada en Bruselas, se le acabó la libertad. Ahora guarda cuarentena en su piso de estudiantes y eso que en Ruse la situación está bastante más tranquila que en España. En la ciudad no hay constancia de ningún caso de coronavirus y en toda Bulgaría sólo se han registrado ochenta afectados. Aun así, desde el pasado viernes también se declaró el estado de alarma.
Álvaro volvía el sábado 14 de su excursión a Sevilla y pronto comprobó que el regreso a Ruse se le iba a complicar. La situación empezó a torcerse cuando llegó al aeropuerto de Bucarest, la capital rumana. «Cuando llegué tenía un mensaje del taxista de que no podía pasar la frontera entre Bulgaria y Rumanía porque un policía le había parado sabiendo que iba a recoger a un español al aeropuerto», dice. Tras un poco de caos, consiguió volver en bus: «En la frontera me hicieron bajar, rellenar un cuestionario repleto de datos personales, me tomaron la temperatura y como tuve 36º me dejaron pasar», explica. Eso sí, «me dijeron que tenía que estar en cuarentena» y es que, si un español o un italiano entra al país, automáticamente pasa a estar 14 días en confinamiento.
A pesar de que en Ruse la coyuntura respecto al coronavirus es aún favorable, no dejan de extremar precauciones. «Solo hay abiertos supermercados y farmacias en los que está restringido el número de personas que entran». En uno de los grandes hipermercados que hay allí, según cuenta Álvaro, solo está permitido que pasen 150 personas a las que se les da un papel y hasta que alguien no finalice su compra, no puede entrar otra.
Álvaro García, de 22 años, no piensa regresar ahora y aunque quisiera hacerlo, no podría salir del país. «Viendo cómo está la cosa en España es mejor quedarse aquí. A no ser que todo empeore, una vez pasada la cuarentena, no me planteo regresar». El mayor de los problemas para el estudiante es si le infecta el virus. «La sanidad aquí no es tan buena como en España y además no hablan inglés, solo búlgaro».
María Pascual | Profesora en Italia
María Pascual es una najerina de 34 años, licenciada en Bellas Artes, que se casó el pasado mes de septiembre con un italiano y después de una luna de miel un tanto especial, recorriendo Chile y Argentina en bicicleta, se asentó en Milán en enero. Desde entonces ha intentado aprender el idioma y buscar empleo, aunque con la irrupción del coronavirus «todo se ha parado».
Aquí, en La Rioja, trabajó como profesora en los Menesianos de Santo Domingo de la Calzada. Su marido, Paolo, trabaja en la RAI, la televisión pública italiana. El primer caso de coronavirus se detectó en Italia hace un mes, al sur de Lombardía, cerca de Piazencia, donde se encontraban María y Paolo. «Ya al día siguiente se empezaron a tomar medidas, como cerrar el pueblo, y regresamos a Milán por si acaso. La semana siguiente empezaron las restricciones y se cerraron las escuelas», relata María Pascual.
Las medidas más drásticas se tomaron el 5 de marzo porque, hasta entonces, solo se había limitado el horario de restaurantes y comercios. «La semana pasada ya la vivimos desde casa. Cuando hablaba con mi madre ya le aconsejaba no salir de casa porque estaba pasando lo mismo que aquí», explica esta najerina, que decidió quedarse en Milán porque «pensaba que en España iba a pasar igual».
En Italia, asegura esta riojalteña, «solo podemos salir a comprar, trabajar, pasear al perro y hacer ejercicio físico durante una hora máximo de forma individual y guardando las distancias, sin aglomeraciones, así que nosotros, que tenemos un parque cerca, acostumbramos a salir a correr y apenas nos encontramos con nadie», explica María. La diferencia, dice, es que en Italia «todo el mundo lleva mascarillas y guantes cuando sale a la calle».
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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