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La vida en prisión no es fácil. Horarios, rutinas, hábitos... deben estar bien encajados como piezas de un puzle para no se desmorone todo como un castillo de naipes. En esa relativa calma el coronavirus apareció y agitó los cimientos. Los sacudió con más intensidad los primeros días, cuando los funcionarios tuvieron que comunicar a los internos que se acabaron los permisos, los vis a vis y las visitas. El único contacto con el exterior sería a través del teléfono y para compensar se elevaban de diez a quince las llamadas permitidas a la semana a los números autorizados.
Así lo cuenta José Manuel Garrote, funcionario del centro penitenciario de Logroño, quien reconoce que aquellos momentos «fueron difíciles por el desconocimiento y porque se nos vino todo encima». Desde aquellos primeros días, el objetivo ha sido «evitar que el coronavirus entrase a través de nosotros en prisión, es nuestro caballo de batalla». Una meta de momento cumplida.
Solo hay un caso positivo en la cárcel. Se trata de un interno que ingresó recientemente precisamente por burlar en varias ocasiones el confinamiento. «Entró con fiebre, a los días le hicieron la prueba y dio positivo», cuenta. Desde el minuto uno el recluso está aislado del resto de penados. No tiene contacto con nadie, salvo con los funcionarios que le llevan la comida y el equipo médico que lo atiende. Todos llevan mascarillas, incluido el interno que debe ponérsela cuando se abre la puerta, aunque solo para ese momento llevan EPI «en condiciones», lamenta, para el resto de días disponen de mascarillas quirúrgicas y no siempre ha sido así. «Una nos tiene que durar 24 horas o en el mejor de los casos, dos para el turno entero, que son 14 horas un día y 24 al siguiente». También cuentan con 100 pantallas que les donó 'coronavirus maker', pero reclaman las FFP2 o FFP3 para poner una barrera más efectiva a la entrada del COVID-19 en la cárcel.
Entre los funcionarios ha habido dos casos, uno de los afectados ya ha regresado al trabajo y el otro sigue en cuarentena, aunque está bien. «Algún otro compañero está aislado pero no porque esté infectado sino porque algún familiar ha dado positivo y hay que tener todas las precauciones», señala.
La siguiente batalla es que les hagan los test a todos los funcionarios. Esperaban que así fuera esta semana, al menos a eso se había comprometido la Consejería de Salud, pero en un email les informaba este pasado lunes de que esta semana finalmente tampoco podrá ser. El retraso ha caído como un jarro de agua fría y ha provocado un gran descontento entre los funcionarios.
El virus ha obligado a cambiar las rutinas, incluso las más básicas. Era habitual ir y volver del trabajo en el coche con el uniforme puesto, ahora «nos cambiamos en el centro, lo traemos a casa y lo lavamos a diario». Además, se han instalado alfombras desinfectantes a la entrada de prisión y de algún módulo «donde hay más trasiego de gente».
También han modificado su trabajo los funcionarios. «Hemos pasado de hacer una labor regimental a tratamental», explica. A pesar de que los presos ven las noticias y son conscientes de lo que está ocurriendo, les remueve no poder ver a su familia, así que «nosotros les hablamos, les tranquilizamos y les contamos cómo están las cosas».
Desde la semana pasada los internos también pueden hacer videollamadas a través de WhatsApp gracias a un teléfono móvil que les facilitó la administración. Son 250 internos y como mucho pueden hacer la llamada 20 al día. «Hemos empezado por la gente a la que le suspendieron los permisos o los que tienen a la mujer a punto de dar a luz o acaba de hacerlo o que tienen familiares graves. Hemos empezado por ese orden pero se extenderá a todos», comenta.
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Julio Arrieta, Gonzalo de las Heras (gráficos) e Isabel Toledo (gráficos)
Jon Garay e Isabel Toledo
Daniel de Lucas y Josemi Benítez (Gráficos)
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