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El consejero Castresana milita en la facción optimista del Gobierno riojano. Falta hace. A la salida de su turno como compareciente en el Parlamento, animado tal vez por haberse topado con el apoyo incondicional de Ciudadanos, recitaba como un mantra la estadística según la cual ... el 80 por ciento de las empresas que chequea su departamento ya había vuelto a la actividad. Es una manera de ver las cosas, muy personal. Y elogiable. El vaso de la zozobrante economía, medio lleno. Pero ocurre que ese otro 20 por ciento todavía pesa. Y lastra al conjunto de la actividad económica coaligado con otra evidencia: que el resto de empresas, las que sí han vuelto a carburar, tardará en alcanzar la plenitud. Dicen que un pesimista es un optimista bien informado pero pudiera ser que semejante axioma admita volverse del revés: el pesimismo como tendencia propia de ciudadanos mal informados, que gozan en España de una excelente reputación. Los malos augurios añaden prestigio a quien los invoca. Como si las cosas tuvieran que ir siempre mal porque esa es nuestra naturaleza. La semana saliente arroja luz sobre semejante vaticinio.
Encuentros en la segunda fase. El lunes, un paseo por el centro de Logroño devolvía la imagen de la ciudad aún mutilada por la pandemia, al menos en sus hitos más reconocibles: los bares. Se desperezaban tras meses de hibernación y conferían al paisaje la añorada cualidad de la rutina, aunque bajo la superficie se emboscaban los exégetas del pesimismo. Que alguna razón llevaban. En el sector hostelero, la crisis ha golpeado con especial dureza. Aunque ocho de cada diez negocios hubieran vuelto a la vida, se trata de una vida con respiración asistida. Lo cual no evita una reflexión más genérica, una invitación a que la sociedad recobre el pulso perdido: hace unas semanas estábamos peor.
Hace un año. Martes, 26 de mayo: primer aniversario del triunfo electoral del PSOE. Poco que celebrar. En una coyuntura donde aún redobla el toque de difuntos, al menos Concha Andreu y Francisco Ocón vuelven a coincidir, como era costumbre allá en mayo del 2019. Sus discursos compiten en contención, pero entre la hojarasca verbal que oculta sus declaraciones se atisba media sonrisa. Sí, hace unas semanas estábamos peor. Aunque pudiera suceder que se cumpliera entre nosotros aquella cruel profecía: que cuando llegue la paz, añoremos los días de guerra.
Codo con codo. Hablando de paz, Sara Alba amanecía el miércoles con el saludo propio de estas fechas los parabienes de su jefa, un codazo cómplice. Acababan de firmar el armisticio con los trabajadores de atención primaria, el acuerdo que les negó el PP hace una legislatura y que tampoco contemplaba el actual Presupuesto del Gobierno de izquierdas... El hombre es por sistema un animal adaptacionista, virtud que debe reconocerse a la titular de Salud, quien aprovechó la coyuntura, con todo el foco puesto sobre el mundo sanitario, para encontrar en algún cajón de su Consejería los euros que calmaran el espíritu rebelde del primer eslabón de la lucha contra el virus (y contra un vulgar catarro). Ese ejemplar colectivo que también estaba mucho peor hace apenas unas semanas.
El vaso se vacía. El jueves coinciden en el quiosco noticias contradictorias. El maná que anuncia Bruselas derramará sobre España la anhelada lluvia de euros (y se dispara la Bolsa en consecuencia), imprescindibles para reparar las grietas que detecta el Banco de España en la economía riojana: una caída del PIB del 10,1%, un punto más que el promedio nacional. La Rioja, mejor que la media: con esa guillotina sobre sus cabezas comparecen sus señorías en el Parlamento para constituir una nueva comisión, una de tantas. Ese mecanismo nacido para enmascarar la realidad cuyas conclusiones poco o nada conmueven al contribuyente. La recién nacida dictará sentencia pasado el verano, cuando ojalá que el virus sea un lejano pero molesto recuerdo. Cuando lo peor haya pasado, Aunque no para todos: ese mismo día, la hostelería en general y la calle Laurel en particular se unen para alertar del apocalipsis que se avecina. Los vasos de nuestros bares se vacían: ni el optimismo antropológico del consejero Castresana ha ideado aún la receta para contener la sangría que se avecina.
Bodas de plata del PP. Hace 25 años, el periódico del 29 de mayo dedicó su portada al triunfo electoral del PP, aquel viejo PP de Pedro Sanz de las mayorías absolutas y absolutistas. El mismo PP para el cual lo mejor parece haber pasado. En abierto contraste con la realidad circundante, donde el futuro sólo acepta mejoras. Sobre todo, si se obrara el milagro de que toda la clase política se pusiera en cuarentena. Y amordazada.
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