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El Diario del Año del Virus no es realidad. O no del todo. Es un relato que, por turnos, irán escribiendo los redactores de Diario LA RIOJA, tomando cada uno el testigo donde lo ha dejado el anterior.
Un viaje que empieza, pues, sin saber ... muy bien dónde nos llevará. Un poco como este año del virus.
Capítulo 1.- Víctor Soto
A Martín le pesa el tiempo. Lo nota como algo casi físico. Se mastica como el puré, con esa inconsistencia que siempre le genera la duda de si es el momento de tragar. El tiempo, al que nunca había hecho demasiado caso, se le presenta como una puerta a medio cerrar. No sabe lo que hay detrás y tampoco se atreve a empujarla para descubrirlo. Aguarda ahí, como una sombra.
También lo nota en los que le rodean. Muchas atenciones, tal vez demasiadas. Las mismas preguntas una y otra vez. Las horas pasan entre monosílabos mientras la vida, en suspenso, aguarda detrás de las ventanas. Ve su calle como un decorado. Tal vez si pudiese tocarlo se daría cuenta de que es puro tablerillo y pintura, sin solidez ni cimientos. Faltan las personas y eso es lo que más echa de menos. Caras anónimas, guapas o feas, ropas elegantes o desastradas, figuras que pasaban y le entretenían esos minutos que antes se permitía malgastar con la nariz apoyada en el cristal.
Tiene demasiado tiempo porque hace ya días que no descansa bien. Se despierta sudoroso y gritando. Asusta a todos. Pero ya se ha convertido en una rutina más de estos días inciertos. Los demás duermen, pero a él se le queda la última imagen del sueño pegada a unas pestañas que no logra cerrar de nuevo. Da vueltas y más vueltas, pero ya sin ruido hasta que la habitación se va llenando de una leve claridad. Es el momento de volver a la ventana para olvidarse de lo anterior y centrarse en sus obligaciones durante las próximas horas. Aunque no lo quiera, siguen siendo las agujas del reloj las que le guían y marcan. Le recuerdan a cuando los soldados marchan en las películas con ese paso marcial y violento y que a él le resulta ridículo.
Tal vez ahora todo resulte un poco ridículo. Los guantes, las máscaras, las gafas, la mirada gacha, el miedo... Son prendas que uno se coloca rutinariamente antes de salir a la calle. «El mal está ahí fuera», se dice entre dientes. Y la frase le provoca una amarga sonrisa al pensar en Mulder y Scully, esos detectives que llenaron su infancia de extraterrestres, complots y misterios. Ahora no es la verdad la que está ahí fuera porque lo real se ha convertido en alocada ficción. El mal es lo que impera, ese virus dañino que lo ha impregnado todo, piensa mientras nada perturba el paisaje de su calle. Antes lo veía como un decorado pero, sin viento que mueva las ramas, ahora le parece un cuadro realista, una obra de Antonio López, pero en un barrio chungo.
'Un, dos; un, dos; un, dos...'. Las manecillas no paran y él tiene que tomar una decisión. Como cada mañana. Mientras la casa continúa en silencio, a él se le presenta la misma encrucijada. Conoce de sobra cuál es su labor, pero mira esas paredes de horrible gotelé que le retienen, desgarrando un poco más el tiempo que sigue pasando. Siempre había escuchado que mirar una pared en blanco relajaba. Y una mierda. Se había cansado hace ya mucho de ver paredes blancas. Le tocaba elegir el camino, como en esos libros de tapas rojas de la editorial 'Timun Mas', que le habían parecido ridículos hasta que se dio cuenta de que ya no le quedaba ninguno por leer. Hasta hoy y desde que la 'maldición', como a él le gustaba denominarla, apareciese en su vida y la de todos, siempre había seguido la senda marcada. Pero el sueño de esa noche le había sacudido especialmente y ahora todas las veredas le parecían quebradas y difíciles, como si no hubieran sido holladas durante lustros, como las del pueblo de sus abuelos. No podía dejar de pensar pero se daba cuenta de que la mortecina claridad de hace un rato se iba musculando y que pronto los demás se despertarían. Y de nuevo llegarían las preguntas rutinarias y monótonas. Ahora que no había nadie era el momento de salir de nuevo a la calle o aislarse casi totalmente. El tiempo que llevaba malgastando, en ese momento le apremiaba.
(Continuará...)
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