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María, Carmen, Floren, Gabriel... echan de menos a sus familias. La crisis del coronavirus ha sellado las puertas de las residencias de ancianos, donde como ellos viven más de 3.100 riojanos. Ese casi uno por ciento de la población se ha convertido en el centro de los debates sociales y políticos. Son personas vulnerables, los más débiles al ataque del Covid-19, y también son estadísticas de porcentaje de mortandad, como desgraciadamente se ha visto durante las últimas jornadas. Pero, sobre todo, siguen siendo personas que viven momentos muy duros, principalmente por una razón. Las visitas han quedado restringidas con un único objetivo: preservar su salud.
Cada residencia se ha convertido en una burbuja, en una cámara de presión negativa que trata de impedir la entrada del virus. Sólo los profesionales cruzan a diario sus muros para continuar con su trabajo y, de paso, aportar a los usuarios la dosis de cariño familiar que estos días tanto echan en falta. «Hay que reivindicar el papel de las personas mayores durante esta pandemia porque la están sufriendo especialmente», explica Susana Ruiz, directora de la Residencia Santa Justa y responsable de LARES en La Rioja, que engloba a doce centros sin ánimo de lucro. «Les hemos explicado qué está pasando, a cada uno dependiendo de su estado o de su deterioro cognitivo. Quieren información y a muchos les trae recuerdos de la Guerra Civil, de la posguerra... Vuelven a revivir cosas que les remueven», incide.
La falta de esos abrazos familiares ha tenido que ser sustituida por un esfuerzo extraordinario de los trabajadores. «La carga emocional es muy fuerte, nosotros nos convertimos en esa familia dándoles un cariño adicional, abrazando más, mirando más a los ojos. Cada día que pasa cuesta más sonreír, pero lo hacemos porque es lo que necesitan», explica Susana Ruiz. «En momentos en los que es más fácil sentirse irascible, todos están colaborando, dispuestos a trabajar más turnos o, si alguno tiene reducción de jornada, se ha puesto a disposición de las necesidades», apuntilla Gemma Zautua, directora de la Residencia de Personas Mayores de Lardero.
Además, las horas se tienen que llenar con más actividades: talleres de pintura, charlas, vídeos, juegos... hasta realidad virtual. Y, sobre todo, un elemento nuevo ha entrado en sus vidas: las video-llamadas. «Todos los días tengo la oportunidad de hablar con mi padre y eso me da una tranquilidad tremenda», indica Antonio Davalillo, cuyo padre, también Antonio y de 95 años, reside en Santa Justa. «Me da la sensación de que mi padre comprende un poco la situación, pero el otro día me decía que a ver si podía ir a verle... aunque fuese a escondidas», relata.
César Sacristán, gerente de la Residencia Ruiz, de Ventas Blancas, también reconoce que las nuevas tecnologías han entrado de lleno en las vidas de los ancianos. «Un abuelo lloraba de emoción al ver a sus hijos y a su mujer por el móvil. Le parecía casi mágico», recalca. Esa necesidad de cariño, de abrazos, de piel y palabras es la que está sublimando el Covid-19.
Todas las residencias comparten el objetivo de aislar la burbuja de los centros. Por eso, además de las visitas, se han paralizado los ingresos y hasta la entrada de voluntarios. Los trabajadores viven así un doble encierro: trabajo y hogar. «Todos somos muy responsables y sabemos lo que tenemos que hacer para que el virus no entre. Además, estoy notando que para los trabajadores, aunque desgaste, es una satisfacción ir al centro porque saben que están contribuyendo con algo muy importante», recalca Ruiz.
Zautua reconoce que «toca cambiar la dinámica». Así, en este centro público, además de las actividades habituales de ocio, cada día se están realizando acciones, que van desde charlas sobre el coronavirus, a la grabación de mensajes con el lema 'yo me quedo en la resi' o de la canción 'Resistiré'. «Los residentes lo están llevando con suma tranquilidad», explica, aunque se hayan quebrado las rutinas de salir a la calle. «Tienen acceso a los teléfonos para hablar cuando quieran y también estamos atendiendo todas las llamadas y dando mensajes tranquilizadores», incide. Los residentes, eso sí, pueden pasear por los jardines, pero se han reforzado las medidas de higiene. «Por ejemplo, se han hecho dos turnos de comedor para mantener la distancia de seguridad, se ha reducido el aforo de la biblioteca o de la sala de la tele... Debemos cumplir con los protocolos», continúa Zautua, quien agradece la relación constante con la administración.
Desde la Asociación de Residencias Riojanas de la Tercera Edad, que agrupa a las instituciones privadas, Gabriel Jimeno, se hace hincapié en ese esfuerzo porque los residentes no se sientan aislados. «Se aumentan las llamadas, las video-llamadas, incluso blogs... El mensaje que se traslada a los familiares es el de tranquilidad. El personal está realizando una labor encomiable. Los mayores están siempre muy bien atendidos, pero ahora se está haciendo un sobreesfuerzo para que no sufran más», alega Jimeno.
Además de tratar a los usuarios con una dosis extra de cariño y de suplir las carencias de personal con más trabajo, todos saben que la clave para que no se repitan las imágenes vistas en Madrid o Tomelloso es evitar que entre el Covid-19 a sus instalaciones. «El miedo es que si existe un caso, la mortandad puede ser alta. Lo único que vale es la coordinación cercana, seguir las órdenes y ser muy estrictos con las medidas de higiene», analiza Gabriel Jimeno.
Pero los recursos no abundan y muchos han recibido donaciones particulares, están tirando de sus reservas y esperan más material de protección por parte de la administración. Aunque algunos, como César Sacristán, se sienten olvidados. «Nos hemos vuelto locos buscando y comprando material, llamando a talleres de pintura pidiendo trajes de categoría 3, incluso hemos adquirido guantes para inseminar ganado, que puedan protegernos si es necesario», asegura enfadado. «Hemos planeado, incluso, una zona de aislamiento y hemos multiplicado las medidas de seguridad. Se lava la ropa diariamente, en la puerta hay una bañera para desinfectar los zapatos, la ropa de calle y la del trabajo deben estar separadas, vamos a fumigar con agua y lejía en días alternos...», añade.
Todo vale para que no se rompa esa burbuja, ese entorno que ahora es necesario que presente muros infranqueables. Porque los ancianos ocupan la trinchera más vulnerable de esta guerra sin armas. Protegerla es ahora cuestión de sus responsables y trabajadores con el aliento y el cariño que puedan llegar desde fuera. Pero, cuando todo pase, tocará dar las gracias y devolver todos esos besos y abrazos no dados o perdidos en estos tiempos del coronavirus.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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