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Todos a la calle. Eso sí, en rigurosas franjas horarias que ayer se fueron cumpliendo con bastante normalidad. Desde bien pronto, las calles de la capital se vieron como hacía mucho, recorridas por numerosos paseantes que, zapatilla mediante, desentumecían músculos. Entre las zonas más concurridas figuró el entorno del Ebro. En los amplios espacios del parque de La Ribera, alguna vez se puso en entredicho la distancia social requerida pese a que los paseantes, que iban solos, o como mucho con otra persona, andaban en concentrado silencio buscando su hueco. Un coche de la Policía Local iba repitiendo las instrucciones para que nadie pudiera alegar desconocimiento. Recuerde respetar la distancia de seguridad, que los paseos han de ser en un entorno de un kilómetro de su domicilio, evite aglomeraciones..., recitaba un agente por megafonía. Aún así, Octavio, un habitual del parque que ayer lo recorría con el apoyo de sus palos de marcha nórdica, refería que nunca la había visto así, a ninguna hora. «Hemos salido todos desbocados», asumía.
Alguna carrera, alguna bici, pero quienes buscaban retomar una práctica más rigurosa recurrieron a otros espacios. El parque San Miguel también fue muy visitado y sus incondicionales se repartían entre los caminos y las lomas de césped. Las Norias fue la zona más demandada por los más afanados. Para acceder por el cuarto puente, y dada la escasísima presencia de vehículos, hubo corredores que compartían calzada con las bicis para mantener la holgura necesaria. Y no faltaron los patinadores frente a la entrada del complejo deportivo.
Aunque ya se había avisado de que el acceso a La Grajera por el Camino de Santiago estaba cerrado por obras, los usuarios buscaron otras rutas alternativas. Que si Pradoviejo, que si el campo de golf... La cuestión es que ir, se fue. En bici, corriendo... Los hubo que se organizaron circuitos de cerca unos 10 kilómetros para ir retomando la forma. Porque el mes y medio sin más actividad que la doméstica «se nota mucho», contaba Amadeo. Alguno hubo que se demoró y a eso de las once, la Policía Local realizó alguna propuesta de sanción. Pero la animación y la disposición a cumplir se notó en todos los municipios riojanos que han de sujetarse al reparto horario, los de más de 5.000 vecinos.
Para Ignacio Mazo, volver a calzarse las zapatillas de correr y salir fue como «tener la sensación de que nada había pasado, que todo ha sido un mal sueño». Su impresión fue la de que «todo el mundo ha ido con mucha cautela y respetando las normas de distanciamiento». «Estar confinados, para los que necesitamos hacer deporte a diario ha sido muy duro». Aunque «es una faena tener que adaptarnos a un horario, hay que entender que es por el bien de todos», decía. Lorenzo Jiménez, que salía cada fin de semana a andar en bicicleta antes del confinamiento, relataba ayer que «aunque no me gusta madrugar tanto, hoy lo he hecho para poder aprovechar todo el tiempo del que disponía».
Como él, muchos debieron tener el mismo pensamiento porque «el pantano –en este caso de Calahorra– estaba repleto de corredores y gente montando en bici desde muy temprano». «Se nota que hay concienciación porque cada uno íbamos a lo nuestro y yo, al menos, no he visto actitudes insolidarias de gente que no fuera sola o que se parara a saludar sin tener en cuenta las distancias», apuntó. No faltaron además los corredores o los ciclistas habituales que pensaron que mejor dejaban para otro día de menos tránsito la salida. A ellos se les podrá ver a partir del lunes o el martes, cuando la 'fiebre' remita.
La primera jornada de desescalada se saldó sin incidencias importantes pero sí con alguna denuncia de la Policía Local por superar los horarios permitidos, además de advertencias por no guardar las distancias. También la Guardia Civil habría propuesto alguna sanción a deportistas, aunque tanto la Delegación del Gobierno como la Policía logroñesa destacaron la normalidad, salvo aglomeraciones puntuales.
Pero también tenían ayer ocasión de salir los mayores de 70 años. Y más de uno lo hizo con más cautela que emoción. Tras siete semanas confinados, sus palabras mostraban cierta inquietud. «He salido, he dado una vuelta a la manzana pero vuelvo ya a casa», relataba Manuel Garrido, que a sus 82 años confesaba que no se siente seguro. «Aunque la situación ha mejorado mucho, el peligro sigue estando ahí y tampoco se sabe bien aún cómo evitar el contagio». Junto a él, cogida del brazo, iba su mujer, Gabriela Antoñanzas. No se han separado en sus 57 años de matrimonio y juntos han permanecido sin salir de casa desde el inicio del estado de alarma. Ella admitía que le causaba inseguridad pasear por si se producían aglomeraciones pero, ya de regreso a su portal, contaba que «la decisión de establecer horarios lo ha evitado y eso nos ha permitido poder andar más tranquilos». Ambos deambularon sin rumbo fijo, andar por andar. «Lo mejor del día viene ahora, cuando nuestra hija llegue con los nietos y volvamos a saludarlos aunque sea un momento de pasada desde el balcón».
José Antonio, sin embargo, no cedió ayer un ápice de ilusión frente al miedo. Él sí ha salido todo este tiempo de casa para ir al súper o la farmacia pero «hacerlo para dar un paseo tranquilo ha sido otra sensación», relataba.
A sus 72 años, tenía por costumbre siempre ir a diario a misa a primera hora y después al centro de mayores. «Hoy la iglesia estaba cerrada y el hogar también, pero yo tenía ganas de volver a hacer lo que solía y así lo he intentado», confesaba sin ocultar la tristeza de encontrarse todo cerrado, aunque con la esperanza de que «dentro de unos días, si todos cumplimos, podremos volver a disfrutar de nuestras costumbres, aunque sea con más precaución».
Y, tras la franja de los niños, de doce a siete, volvió a ser la hora de los mayores de 70, de siete a ocho y, a patir de entonces, de nuevo tomaron las calles los de 14 en adelante. Muchísimos paseantes a última hora de la tarde, con hambre atrasada de luz y de aire tibio; tantos que, pese a la buena disposición general, a veces era muy difícil mantener la distancia y encontrar un camino despejado.
Con sus quince años, Laura Mayo comentaba ayer que sintió un «cabreo tremendo» cuando la semana pasada supo que tendría que quedarse unos días más encerrada en casa porque quedaba excluida de las primeras medidas de flexibilización del desconfinamiento que permitieron salir a pasear y jugar a los menores de 14.
Así que ayer fue su momento y no se lo pensó dos veces. «Le dije a mi madre que tenía muchas ganas de ver a mis amigas y eso hicimos», explicaba. Todas salieron a partir de las ocho y, al residir en el mismo barrio, «al menos, pudimos saludarnos de lejos mientras dábamos el paseo». «Tenemos muchas ganas de abrazarnos y sabemos que habrá que esperar aún mucho tiempo pero vernos; aunque haya sido en la distancia, ha resultado un subidón», reconocía esta joven, que avisaba de que «ahora que podemos salir también nosotros, pienso hacerlo todos los días». Lo mismo que Carmen, una vecina que para sacar partido a su paseo y al kilómetro de distancia a casa permitido, usó una aplicación de Logroño Deporte para diseñar el recorrido. Así, sin salir del margen, caminó sus diez kilómetros.
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