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Los bares de pueblo, más que esenciales

Los bares de pueblo, más que esenciales

Los negocios hosteleros de los municipios de menor tamaño sobreviven a duras penas a las restricciones, al cierre y al miedo, con cajas casi vacías al final de cada jornada

Javier Albo

Santo Domingo

Domingo, 28 de marzo 2021, 20:00

Bares, qué lugares. La pandemia los ha puesto en el punto de mira porque entre sorbo y sorbo a la caña, el café o el tinto, lo mismo que para darle un bocado al pincho de tortilla o dar cuenta de la ración de calamares, hay que quitarse la mascarilla. La fiesta de los aerosoles, dicen los epidemiólogos. Pero rebaten los bares que los casos también bajan cuando están abiertos. No es ahora el tema.

El caso es que en España llevamos los bares en vena, de ahí que su cierre durante el confinamiento haya descolocado a muchos de nuestros compatriotas. «¿Y qué hacemos hoy?». Qué pregunta tan repetida por tantos lares, en boca de huérfanos de terraza, del periódico gratis, de la sesión con el 'psicólogo' que está al otro lado de la barra o el cafecito, la charla con Antonio, la partida...

Un hecho de tintes sociales cuasi dramáticos, cuya magnitud puede ser inversamente proporcional al tamaño de las localidades que albergan el persianazo: a más pequeña, peor.

Por eso, miramos ahora los pueblos, a esa 'España vacía', o vaciada; la de los municipios pequeños, donde el cierre de un bar es más que un problema. Por una parte, porque en ellos ocurre todo lo anteriormente citado (la reunión, la charla o la partida de mus de las cinco...). Y ya no hay muchas más opciones. Hay que tener en cuenta que en muchos núcleos de población con padrones nimios los bares hacen a la vez el papel de 'centros sociales'. En estos casos, el drama es mutuo: para el vecindario y también para el dueño del local, porque entre cierres, restricciones y el miedo al virus los 'parroquianos' son menos y lo de hacer caja suena casi a broma.

¿Cómo sobreviven estos bares? Como pueden. En algunos casos con ayudas de ayuntamientos, que por nada quieren perder un servicio esencial –aunque el BOR no lo considere como tal–, porque da vida al pueblo. Y los alcaldes lo saben muy bien.

Así que hemos recorrido esa otra Rioja, la que no sale tanto en los medios, buscando testimonios y confesiones sobre cómo se sostiene un bar de pueblo (pequeño) en tiempos de pandemia.

Antolín y Conchi | Bar de Villarta-Quintana

«Lo que sacamos ahora espara pagar a los proveedores y vivir, aunque muy justos»

Antolín y Conchi, en el 'Villarta-Bar' Javier Albo

Antolín González y Conchi Torre dejaron Cataluña hace tres años y recalaron en el antiguo Teleclub de Villarta-Quintana, al que convirtieron en 'Villarta Bar'. Todo iba viento en popa porque, aunque el pueblo ronda apenas los 140 habitantes, le dieron un buen meneo al negocio, con novedades culinarias y buen hacer, y el local se ponía hasta la bandera, sobre todo los fines de semana. Además de los vecinos, hasta él llegaba mucha gente de fuera, atraída por la buena fama de sus fogones.

En esto llegó la pandemia y, entre el cierre, las restricciones y el miedo, 'Villarta-Bar' está muy vacío. «Hemos perdido el 70% del trabajo que teníamos antes», lamenta el hostelero. «Solo pueden juntarse seis personas y La Rioja es mucho de cuadrilla. Les dices que si son más tienen que estar en dos mesas y mucha gente se echa para atrás y acaba en bodegas y otros sitios», ilustra Antolín. Tampoco se puede jugar a las cartas, con lo que también se quedaron sin una clientela fija del pueblo. Y con la Comunidad cerrada, a los asiduos del País Vasco, que eran legión, no se les espera. Un desastre, amortiguado sobre todo por la gente del pueblo.

El Ayuntamiento, propietario del local, quiere que el bar siga abierto, sabedor de la vida que da al municipio. «Se ha portado muy bien con nosotros y nos ha ayudado mucho», indica Conchi. Tras el primer cierre, el Consistorio les echó una mano con un préstamo y les eximió del alquiler del bar hasta que todo pasara. «Ahora no pagamos nada y lo que sacamos es para pagar a proveedores y vivir muy justos», dicen. El Ayuntamiento, la «única ayuda» que han recibido, también cerró la plaza para que ampliaran la terraza y les puso una carpa. Gracias a eso van tirando, cuesta arriba. «Somos autónomos, tenemos dos niños y dependemos totalmente de esto», dice Conchi, cuyo único deseo, ahora mismo, es «volver a un poquito de normalidad».

Informa Javier Albo

Andri López | Bar Gimileo

«Los clientes, sobre todo los mayores, han dejado de venir o no vienen tanto; hay miedo»

Andri explica sus especialidades tras la barra del 'Gimileo'. María Caro

Para Andri López, natural de República Dominicana, este año «está siendo lento», de los que avanzan muy poco a poco. Pero su optimismo le confirma que, al menos, se avanza. Es la responsable del bar de Gimileo, la pequeña localidad de poco más de un centenar de habitantes a siete kilómetros de Haro.

«Lo hemos ido pasando con la gente que hay aquí, cuando no hay restricciones», dice sobre el impacto de la pandemia en el negocio y reconociendo que «lo más importante es cuidarnos».

Observa con resignación la reducción de clientes. Explica que es un bar que se abastece de la gente del pueblo y reconoce que las ausencias han dejado un importante hueco en su bar. «Hay muchos clientes, especialmente mayores, que han dejado de venir o no vienen tanto. La gente tiene mucho miedo a contagiarse».

Aunque el interior del establecimiento no supera los veinte metros cuadrados, sí dispone de una amplia terraza en la que se entretienen los clientes al sol de la céntrica calle Campillar de la localidad riojalteña.

«Aquí nos conocemos todos. Aunque a veces también viene gente de Haro y de localidades cercanas, principalmente los clientes son de aquí. No es mucho, pero vamos poco a poco», detalla con una sonrisa. «Rara vez aparece una cara que no haya visto antes. Casi siempre vienen los mismos a la misma hora», explica mientras asoma el vendedor de la ONCE por la ventana, también un habitual.

La mayoría de los clientes son de mediana edad y tienen por costumbre hacer un alto en las labores cotidianas para acercarse al bar Gimileo, donde las mañanas son más tranquilas que las tardes.

Además de tirar bien las cervezas, como explica alguno de sus clientes, cuenta con una reducida pero atractiva barra, con la tortilla de patata como especialidad.

Esa misma barra, antes llena, ahora solo es para pedir. Las consumiciones, preferentemente, en la terraza.

Informa María Caro

Candi Sigüenza | Bar Gloria, El Redal

«Un sábado debería estar lleno para el vermú y ahora tenemos dos o tres mesas»

Candi, sirviendo un café en la barra del bar Gloria. Sanda Sáinz

Carlos Mauricio Roca y Candi Sigüenza regentan el bar Gloria de El Redal desde octubre del año 2019. No habían cumplido seis meses al frente del negocio hostelero cuando llegó el estado de alarma por la crisis sanitaria del COVID-19.

Candi es canaria. Cuenta que su marido vivía en Logroño y se trasladó a Las Palmas de Gran Canaria, donde estuvo diez años. Allí se conocieron y desde allí llegaron a El Redal, localidad de poco más de 150 habitantes, cuando se les presentó la oportunidad de regentar el bar Gloria. Antes lo gestionaba una hermana de Carlos Mauricio, pero lo dejó para atender el bar del hogar del jubilado de La Villa de Ocón.

«Aparte de que aquí somos pocos, las restricciones y el miedo de la gente han mermado bastante la afluencia de público. Un sábado, por ejemplo, que debería haber estado lleno a la hora del vermú, tenemos dos o tres mesas. Depende del fin de semana», explica Candi.

A El Redal acudía habitualmente mucha gente oriunda del pueblo los fines de semana, en las fiestas y para asistir a los eventos que se realizan a lo largo del año, que también atraían a personas de otros lugares. Todo eso ha desaparecido y perjudica a los negocios hosteleros.

«Lo que ganas en verano lo inviertes en invierno y compensa, pero ahora... Intentamos ofrecer cosas nuevas, pero te da miedo porque de un día para otro el Gobierno puede cerrarte las puertas, cambiar horarios... ¿Y qué hacemos nosotros?», comenta Candi resignada.

«Te quitas prioridades y vamos tirando con lo que podemos, para aguantar. No pensamos en regresar, vamos a luchar y en octubre del 2020 renovamos el alquiler. Tenemos que agradecer a la gente que no nos ha dejado de lado y los fines de semana tenemos cenas. Es cuando más trabajo tenemos. Ahora mismo subsistimos de las cenas y la gente que viene el fin de semana. Hacemos lo que podemos y estamos a la espera de los clientes que vienen el fin de semana», completa Candi.

Informa Sanda Sainz

Inés Marcos | La Escuela, Brieva de Cameros

«El confinamiento me pilló con las jornadas de la alubia y más de cien reservas para comer»

Inés Marcos, en la puerta del bar con parte de la terraza al fondo. Félix Domínguez

Se acaban de cumplir cinco años desde que Inés Marcos Álamos se hizo cargo del bar La Escuela, en Brieva de Cameros. El local es propiedad municipal y el Ayuntamiento lo saca a subasta para su explotación. «Estaba en el paro y toda mi vida me había dedicado a la hostelería, así que junto con mi marido, Sergio Díez, me animé a cogerlo», recuerda Inés.

En condiciones normales, «este es el punto de encuentro del pueblo, todos vienen aquí». Claro que tampoco es que sean muchos, ya que según indica Inés, «estamos empadronados unos 50, pero en invierno, como son gente mayor, la mayoría se van con sus hijos a Logroño, a Vitoria… El invierno pasado estuvimos 8 personas». Lo que sucede es que, asegura la responsable del bar-restaurante, «a diario son gente de bar. En lugar de estar en casa viendo la tele, vienen y se juntan. El fin de semana hay mucha gente».

Pero eso era antes. «Llegó la pandemia y la mayoría de esas personas son del País Vasco, de Madrid, de Asturias, de Cataluña... y ya no viene nadie. La Semana Santa, que para nosotros, después del verano, era el mejor momento, la perdimos. Llevamos un año sin ver a mucha de esa gente», asegura Inés. También se lamenta de que para dar de comer solo puede contar con dos mesas ya que, aunque dispone de terraza, «para usarla tiene que hacer muy buen tiempo, que estamos en la sierra». El primer confinamiento, recuerda, fue duro: «Nos pilló en plenas jornadas de la alubia, donde teníamos a más de cien personas con reserva para comer. Las alubias, las chuletillas, el bacalao… hubo que repartirlo por ahí».

«Estoy segura de que he dejado de ganar mucho», se queja y recuerda que «aunque estábamos cerrados, había que pagar la cuota de autónomos, la luz, el agua…». Con todo, asegura que lo peor es la incertidumbre: «No sabes cuánto comprar y si nos hace falta una botella de algo, lo más cerca que tenemos para comprarla es Baños de Río Tobía, que son casi sesenta kilómetros entre ida y vuelta».

Informa Félix Domínguez

Ethan Baños | Bar de Hornos de Moncalvillo

«Si lo dejamos, no lo coge nadie, es una ruina; un sábado podemos hacer 40 euros»

Ethan Baños, su padre Jorge y Álvaro Díez, en el bar de Hornos.

El bar de Hornos de Moncalvillo es una concesión municipal que actualmente solo abre unas horas los fines de semana. En época estival lo hace a diario, pero hasta ahora, por la poca población del pueblo (94 habitantes) y las restricciones de movilidad, mantenerlo abierto era deficitario. «Aunque abrieses a diario podías no servir ni un café en todo el día», dice Ethan Baños, que tomó las riendas del negocio hace dos años. La primera temporada fue bien, pero la segunda, por la pandemia, «ha sido un desastre».

«La gente mayor del pueblo ya no viene y aunque hay espacio en la terraza, no hace calor para estar en ella», explica Ethan, quien lamenta que «no se pudieron celebrar las fiestas ni una feria de cervezas con motivo del paso de La Vuelta. Con eso hubiéramos facturado para todo el año». Actualmente casi abren el bar a demanda. «Los sábados y domingos, desde las 12 horas hasta que se va el último cliente. Y por la tarde solo si lo pide alguien», reconoce Ethan. Los fines de semana, ahora que la gente puede acercarse desde Logroño, el establecimiento cuenta con más clientela, pero no más de diez a la vez.

En las circunstancias actuales el bar de Hornos de Moncalvillo no es un negocio rentable. «Si lo dejamos, no lo coge nadie, es una ruina, un sábado podemos hacer 40 euros de caja», expone Ethan. Solo sirven bebidas y tapas elaboradas que traen preparadas de fuera, ya que el local no dispone de cocina, aunque el Ayuntamiento tiene en mente un proyecto para instalar una.

«Si pasase todo y volviéramos a la normalidad, con la cocina funcionaríamos muy bien. Venimos del mundo de la hostelería y sabemos hacer cosas ricas. Así subiría gente, incluso de otros pueblos, como Navarrete, de donde antes venía una cuadrilla que, tras cenar en un merendero, se tomaban aquí unas copas», piensa Ethan. Que la situación sanitaria mejore y el Consistorio instale la cocina es su esperanza. «Sé que el alcalde está haciendo todo lo que puede», afirma.

Informa Diego Marín A.

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