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El pasado 10 de marzo, Marcos Malumbres tomó un avión desde Madrid con destino a Boston. No era la primera vez que lo hacía ni será quizá la última. A su trabajo como responsable de la división celular y el grupo de cáncer en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), el científico alfareño suma en su abultado currículo múltiples colaboraciones internacionales en materia de investigación y docencia. Entre ellas, la que le vincula actualmente como profesor visitante en Harvard, dentro del Dana-Farber Cancer Institute, uno de los centros de referencia en un área de conocimiento tan específica.
Sus planes, como los de otros muchos viajeros, dieron un vuelco drástico casi de inmediato. La irrupción del coronavirus alteró sus previsiones, y lo que iba a ser una estancia de tres semanas se dilató en su caso cinco meses. «De la noche a la mañana se cerraron las fronteras y se cancelaron prácticamente todos los vuelos», rememora ahora desde La Rioja, donde pasa unos días hasta reincorporarse a su puesto en Madrid. Los primeros días transcurrieron entre la incertidumbre y la confianza en que la situación se relajara. El entorno, además, no era ni mucho menos el peor para quedarse varado. «Como el COVID ya estaba muy presente primero en China y luego en Europa, en EEUU contaban con más información cuando comenzó a extenderse allí y todo estaba perfectamente organizado», comenta. Al menos en Boston. «También es verdad que aquello es un núcleo académico de primer orden y la situación no es comparable con la del resto del país, donde el impacto ha sido brutal», matiza.
Solventadas las necesidades de alojamiento y recursos de estudio en un centro habituado a constantes visitas de expertos, la preocupación de Malumbres consistió entonces en dar con un avión de regreso. Una tarea casi más compleja que desentrañar el comportamiento de los tumores más dañinos. «Las compañías ofertaban vuelos que se anulaban poco antes de la hora de partida, unas veces por los obstáculos para abandonar el país y otras porque no se completaba el pasaje para hacerlos rentables», explica al relatar el sinfín de cancelaciones, el encarecimiento de los precios y las dudas que cundían en aquellas semanas. «Un colega de Suiza logró 'salir', eso sí, en un viaje de 36 horas y cinco escalas dando casi la vuelta al mundo». «Entre esperar un poco más y correr el riesgo de quedar estancado en el aeropuerto de Reikiavik si alguna de las conexiones fallaba, opté por la paciencia», resume.
Malumbres se amoldó a las circunstancias. Acostumbrado al teletrabajo desde hace años y con los medios que el Dana-Farber Cancer Institute puso a su disposición, el alfareño no permitió que la coyuntura alterara su ritmo de producción. «Fue la oportunidad, además, para concluir muchas de esas tareas que tienes pendientes o analizar datos reposadamente», indica. Hasta media docena de videoconferencias al día y cuatro artículos para otras tantas publicaciones científicas, son parte del saldo de una odisea que concluyó con su regreso el 10 de agosto. En su equipaje, un puñado de reflexiones sobre la enfermedad que ha trastocado el propio orden mundial. «Por un lado hay una vertiente biomédica, según la cual cada cierto tiempo sufrimos y seguiremos sufriendo un break out, la irrupción de alguna patología que no desaparecerá pero hay que combatir para 'convivir' con ella, como ocurrió con la gripe común», prologa. «La otra perspectiva es la económico-social que el COVID ha acrecentado, porque su riesgo de contagio es muy alto y ha cogido desprevenidos a los estados, y en la cual es necesario tomar medidas para amortiguar sus efectos», completa.
Pocas semanas después de regresar de EEUU, Malumbres no descarta volver. «Ahora es mucho más difícil y tienen prioridad los expertos en coronavirus... pero quién sabe lo que pasará».
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