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PABLO GARCÍA-MANCHA
Domingo, 26 de abril 2020, 09:49
La Gran Vía de Madrid absolutamente huérfana. Apenas un alma. Dos coches, uno de policía y yo al volante del otro. El cielo aspirando los boquetes de las personas que no estaban o que se refugiaban en sus casas al acecho de las ventanas en las que tampoco se asoma casi nadie. El navegador me llevó por una ciudad fantasmal, irreal, onírica, irreconocible. El tipo confinado estuvo ayer en la capital por motivos ineludibles y no reconoció ni uno de sus adoquines a pesar de que eran los mismos de siempre, con las huellas de cada día en el asfalto calcinado pero sin casi nadie encima. Ida y vuelta. Salida casi de madrugada. El sol de la mañana ingrávida rebota contra un verde humedecido de lluvia, que se rebosa desde Islallana hasta Piqueras. Un rescoldo de niebla trepaba a lomos de la peña de Hierro en el embalse de Pajares, esa media luna de agua contenida que parece despedir La Rioja.
La carreterilla vacía y retorcida. Un camión blanco a lo lejos y una pareja de motoristas más allá todavía. Algo extraño se deposita en mi garganta. La España vacía ahora es puro llanto que grita luz. La naturaleza explosiona al lado de los arcenes. Las vacas pastan en las faldas del cerro de la Laguna Turbia, una tiene el pelo colorado desteñido y a lo lejos otra, más castaña, ramonea las ramas de un matorral. Todo parece seguir igual y nunca lo mismo de siempre ha sido un espejismo tan crudo como ayer.
Julio Llamazares escribió el cielo de Madrid para retratar a una generación que no miraba al cielo porque vivía de noche y el amanecer era una mala notica casi siempre. Ayer el cielo de Madrid era un presentimiento más que una confabulación.
Aluche es un barrio del sur, sin oficinistas ni noctámbulos. Pisos pequeños y terrazas ínfimas y apretujadas. Un corrido mexicano de fondo. La única persona con la que hablé era una vecina solitaria y temblorosa. Vive sola. En un quinto sin ascensor, sin mascarilla. No puedo parar de pensar en ella.
Regresé por Burgos. La Castellana recobró un instante la vida en un semáforo. Una chica con perro, una vespa... La aglomeración. El retrovisor me hizo regresar al impacto. Como Carlos, el protagonista de la novela de Llamazares, que nunca quería mirar hacia atrás para no sentir la angustia de dejar de ser joven.
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