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El bingo era una de las actividades que más les gustaban a los residentes en la residencia Santa Justa de Logroño. La animadora sociocultural de este centro, Iris Canal, lo solía hacer en grupo, al igual que otros juegos, terapias y dinámicas. El COVID-19 y el consiguiente confinamiento de estos mayores en sus respectivas habitaciones ha obligado a reformular esta actividad en conjunto como otras muchas. Ahora al bingo juegan en una planta, cada uno sacando una silla a la puerta de su cuarto y manteniendo la distancia de seguridad.
Es el nuevo día a día que impone el coronavirus, que ha provocado que el taller de costura donde se cosían hasta hace poco bufandas o bolsos (como el que la residente Aurora Ortega entrega a Iris en la foto de portada del periódico) se haya reconvertido en un espacio (tambíen con distancias de seguridad) de confección de mascarillas de tela. «Así entretienen el tiempo y se sienten útiles en esta situación», afirma la animadora sociocultural.
Lidiar con el tedio, la monotonía y la falta de contacto físico con sus familias es ahora un importante caballo de batalla. «Tienes que tirar de imaginación para realizar juegos que les gusten, tenerlos entretenidos y que así no piensen en esta situación tan delicada que estamos viviendo», admite Iris. Y es que subraya que «para ellos son muy importantes las rutinas, si les modificas lo que hacen cada día tienden a agobiarse y a sentirse más nerviosos. Por eso, en un caso como este, lo que más necesitan es nuestro apoyo y poder explicarles con calma cómo está la situación y que no se preocupen porque todo va a salir bien».
«Al igual que nuestros mayores se han adaptado a no salir y a no recibir las visitas de sus familiares; los trabajadores de esta casa, y por supuesto también las hermanas, hemos modificado nuestras tareas habituales», reconoce Almudena Azofra, trabajadora social de la residencia Santa Cruz en Logroño (perteneciente a la congregación de la Santa Cruz).
En su caso, ha pasado de atender a las familias que buscaban información para ingresar a alguno de sus mayores, a apoyar al terapeuta ocupacional en las actividades que organiza planta por planta y a echar una mano en el servicio de las comidas y las cenas.
«Seguimos trabajando con mucha dedicación porque los residentes que viven aquí se lo merecen y porque no puedes dejar que el miedo te paralice o te agobie», asegura. Aunque en su labor diaria no puedan obviar la mascarilla y los guantes.
En este centro no han registrado por ahora ningún caso positivo. Pero el contacto es «el mínimo, ya no damos abrazos ni besos». Así, las videollamadas se han convertido en la iniciativa más reconfortante. «A ellos les gustan y a las familias les tranquiliza verles».
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