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Un cartel en inglés indica a losperegrinos la localización delsupermercado de Azofra. Justo Rodriguez
2020, el año sin peregrinos

2020, el año sin peregrinos

Los viajeros insuflan vida a los pequeños pueblos de la Ruta Jacobea. La pandemia ha golpeado los negocios que los atendían

Pío García

Logroño

Miércoles, 9 de diciembre 2020, 07:17

La calle Mayor de Grañón, recta, larga y adoquinada, apunta hacia Santiago. Está llena de casas rurales y de señales que invitan al peregrino a detenerse. Castilla asoma por el horizonte. Hay algunos bares, también una panadería y un supermercado con letreros en inglés. En el reloj del Ayuntamiento, enfrente de la iglesia de San Juan Bautista, un panel luminoso exclama: «Buen camino, peregrino». Al fondo, en la plaza del Horrio, la farmacia está hoy cerrada. Junto a su puerta principal han colocado una máquina expendedora. Distribuye gasas, esparadrapos, tobilleras, vendas.

Son las once y media de la mañana. El termómetro marca siete grados. Hace un frío tranquilo y soleado; un frío casi agradable. Hay flechas amarillas en los carteles de la cafetería 'My way'. Detrás del mostrador, Irina Rivera, peruana afincada en Logroño, despide a dos parroquianos que estaban tomando café. Cuenta que su marido y ella pusieron el bar hace siete años, animados por el trasiego continuo de peregrinos. «Este año ha sido muy duro», confiesa. Irina sonríe bajo la mascarilla negra. Recuerda que, como cada temporada, abrieron la cafetería en marzo y tuvieron que cerrarla, obligados por el confinamiento, una semana después. Desde entonces todo ha ido a trompicones. «Aunque sabíamos que no iba a haber peregrinaje, en verano abrimos para la gente del lugar, que nos apoya muchísimo. Y debo decir que tuvimos más clientes de los que esperábamos».

Irina Rivera, otea el Camino desde la cafetería 'My way', en Grañón. Justo Rodriguez

Irina ha aprovechado la crisis del coronavirus para ensayar nuevos caminos: «Durante seis años hemos estado ofreciendo comida española, que era lo que demandaban los peregrinos. Ahora hemos decidido atender a lo que nos pedían por aquí y servimos también cocina peruana: ceviche de lenguado, arroz con pollo... ¡Eso nos está salvando este año!» Incluso están pensando en ampliar el negocio y servir comidas a domicilio en Logroño. «Hay que tirar para adelante», resume.

Detalles jacobeos en la cafetería 'My Way'. Justo Rodriguez

Unos metros más adelante, en la panadería Jesús, un cartel pone 'Open'. Huele a pan recién horneado y a galletas. En los anaqueles se apilan con lujuria bollos de crema y pastas de chocolate. Susana Blanco maneja con orgullo el horno de leña. Al abrir la trampilla inferior se ven las llamas, hipnóticas, refulgentes y poderosas. «Llevo 25 años aquí y nunca había visto el Camino tan vacío», reconoce. Y eso que de vez en cuando todavía llega al pueblo algún peregrino, insólito y sorprendente, misterioso como el visitante de una galaxia lejana. «El otro día apareció un checo», narra Susana con extrañeza. «Pero no se trata de que entren o no a comprar –puntualiza–, sino de la vida que dan, de lo que animan el pueblo». La panadería ha estado abierta durante toda la pandemia, incluso durante el confinamiento extremo de primavera. «La gente psicológicamente lo necesitaba. Necesitaba saber que algo estaba abierto, que al menos se podía salir de casa a comprar el pan», advierte Susana Blanco.

Susana Blanco, en la pandería 'Jesús', de Grañón. Justo Rodriguez

El censo atribuye a Grañón 254 habitantes, pero hay bares, tiendas, farmacia. En los pueblos del Camino, incluso en los más pequeños, se percibe una cierta alegría cosmopolita que se advierte hasta en los letreros. En Azofra, municipio de 215 habitantes situado entre Santo Domingo y Nájera, un enorme albergue de peregrinos se alza en el Camino Las Parras. Está cerrado. En la calle Mayor, un cartel alargado con una flecha indica: «Supermarket. Open all day. No se cierra al mediodía». El supermarket es una abigarrada tienda de ultramarinos de pasillo estrecho y anaqueles rebosantes. Hay de todo. Una clienta está comprando el pan y otro señor aguarda con impaciencia su turno en la calle. Los cristales están llenos de carteles anunciando ofertas. Mientras Rosa despacha el género, Pedro atiende a los cronistas: «Hemos tirado con la gente de aquí –dice–, porque peregrinos ha habido muy pocos». En febrero cerró otra tienda del pueblo. Reconoce que eso les ha dado algo de aire, pero 2020 quedará marcado en negro: «En otros veranos daba gloria levantarse a las cinco o las seis de la mañana y ver esta calle como si fuera San Mateo en Logroño. Este año, sin embargo, a esas horas esto parecía un desierto», revela Pedro. «El Camino nos da la vida –concluye–; si no, aquí no habría de nada».

A 19 kilómetros de Azofra, Ventosa (159 habitantes) es otro pueblo volcado en el Camino. La ruta jacobea discurre por el valle, paralela a la autovía de Burgos. De marzo a septiembre el tránsito de peregrinos –a pie, en bicicleta– es continuo. Algunos se hospedan en el pueblo, otros se toman un descanso o se detienen a almorzar. A la entrada de Ventosa, el bar Virgen Blanca luce todos los símbolos del Camino. A esta hora –es la una de la tarde– hay cuatro mesas ocupadas, conversaciones joviales e incluso animación infantil. Una cinta impide el acceso a la barra. Detrás del mostrador, Aitor Fernández despacha cafés, caldos, vinos y pinchos. «Para nosotros, el Camino suponía el 90% del trabajo –explica–. Gastaba ocho kilos de café y seis barriles de cerveza a la semana. Eso viene a ser unas mil cañas. Y añádele los bocadillos y todo lo demás». Así que el impacto de un año sin peregrinos resulta difícil de exagerar: «Yo tenía a tres personas trabajando conmigo y me he quedado yo solo con mi novia, que me echa una mano. Y he podido aguantar gracias a que el Ayuntamiento me ha perdonado el alquiler durante la pandemia». Ahora Aitor prepara comida para cazadores o por encargo. Un intento de abrirse nuevas vías a la espera de que las fuentes del Camino vuelvan a manar: «El año que viene va ser muy raro –vaticina Aitor–. Pero si se logra contener la enfermedad, creo que la gente está ahorrando y va a tener ganas de salir y de gastar».

Aitor Fernández, en el bar restaurante Virgen Blanca, en Ventosa. Justo Rodriguez

Los cronistas se sientan en una mesa, descargan la impedimenta y deciden tomarse un caldito con el alcalde de Ventosa, Ricardo Velasco, con quien se acaban de encontrar por la calle. Velasco reconoce el impacto que para el municipio supone quedarse de golpe sin peregrinos. Un impacto que va más allá de lo económico: «Hemos echado en falta ese paso continuo de gente. Añorábamos incluso el no poder oír hablar en otros idiomas». Menos mal que, de aquí a unos días, habrá que arrojar a la basura el calendario del año 2020 y colocar en su lugar el del 2021: «No sé si es lo que creo o lo que quiero... Pero confío en que el año que viene, que además es jacobeo, se vaya recuperando movimiento».

Entre tanto, las flechas amarillas siguen ahí, impertérritas, apuntando hacia Compostela.

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