Ernesto Gómez Tarragona | Presidente del Colegio de Economistas de La Rioja
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Ernesto Gómez Tarragona | Presidente del Colegio de Economistas de La Rioja
«Cualquier convulsión en el sector agrario nos afecta sobremanera»El presidente del Colegio de Economistas de La Rioja sigue de cerca el desarrollo de las movilizaciones de los agricultores y ganaderos en las últimas semanas. El primario es un sector «clave en nuestro tejido empresarial», reconoce Ernesto Gómez Tarragona, y necesita «atención» desde fuera ... y «reformas» desde dentro para salir de la delicada situación actual.
– El sector agrario, de plena actualidad, genera el 18% del PIB riojano. ¿Cómo puede afectar las turbulencias del campo a nuestra economía?
– De la mayor de las maneras. La economía riojana tiene un fuerte componente agrícola y de sus derivados, con el vino pero también con las conservas, que está muy por encima, incluso duplica, al de algunas de las regiones más industrializadas. Así que cualquier convulsión en el mundo del campo nos afecta sobremanera. Pero en el plano positivo, cuando hay una crisis, o como pasó en pandemia, el agrario es un sector inelástico, decimos los economistas. No hay cambios grandes en la tendencia, es un sector firme en el tiempo.
– Usted conoce bien esta actividad. ¿Cómo se ve este movimiento de los 'chalecos amarillos' y las reivindicaciones del campo en términos generales?
– Era una cuestión de tiempo que la gente saliera a las calles. Cuando veamos este asunto con un poco de perspectiva, sabremos cuál fue la chispa o el detonante, qué proceso se ha seguido al margen de las organizaciones profesionales agrarias. Pero yo creo que esto era inevitable. El campo necesita de mayor atención aunque también hay que ser un poco crítico con el sector porque todavía no ha experimentado una transformación como en otros ámbitos. Tradicionalmente hay menos formación y en La Rioja en concreto está muy dividido en pequeñas parcelas y en pequeños agricultores. Y todo ello dificulta más los cambios hacia una mayor modernización.
– El vino es uno de los negocios que más está sufriendo en los últimos años con caídas de ventas y falta de rentabilidad. ¿Es una amenaza real para el estado de bienestar de La Rioja?
– Los problemas que arrastra el sector vitivinícola ya están teniendo consecuencias. Yo tengo 46 años y hace 20 en mi pueblo, Alfaro, era muy raro que quien trabajaba en la industria no tuviera también sus hectáreas de viña u otros cultivos. Eso servía para ganar un sobresueldo importante pero en la medida en que las explotaciones, debido a la maravilla de la globalización con sus pros y contras, han de crecer en tamaño, también se están concentrando y eso provoca un menor reparto de la riqueza.
– El Gobierno regional está intentando ayudar con dinero público, destinó 17 millones el año pasado para destilación de vino y tiene otros 15 previstos para este año. ¿Qué le parece esta políticas de subvenciones que, por otra parte, también llegan al champiñón por ejemplo?
– La subvenciones son una manera no de solucionar sino de parchear un problema, forman parte de la política fiscal de cualquier gobierno. Con ayudas que pagamos todos, un problema de un sector y de una serie de personas se diluye en el conjunto de la sociedad. En la medida concreta de la destilación, y sin ser un experto en el vino, el dinero de la Comunidad no es eterno y sirve para solucionar algo el problema pero las existencias aún son elevadas.
– En este sentido le tengo que preguntar por otras dos medidas que ayudarían a reducir esos exceden tes. ¿Prohibiría el vino de mesa y permitiría el arranque de viñedo?
– El vino de mesa excedente es una contradicción. Si hay unas obligaciones para los agricultores que tienen que cumplir las exigencias del Consejo Regulador, permitir que el sobrante de la transformación vaya a vino de mesa quizá desde el punto de vista económico no sea la mejor opción, como ocurre con la vendimia en verde. Ese vino directamente habría que descalificarlo. Pero si el planteamiento es 'vino de mesa cero', yo diría que no; no lo vamos a tirar, sino aprovechémoslo de alguna manera. En cuanto al arranque, el sector se tiene que autorregular y para esto está el Consejo. Pero suena raro, y es algo que invita a la reflexión, que en los últimos veinte años hemos dado subvenciones tremendas a hincar viñas y ahora se piden otra vez ayudas para arrancar esas mismas viñas. ¿Y quién paga la fiesta? ¿Otra vez con el dinero del Gobierno? Además, ¿qué se debiera arrancar, quién le pone el cascabel al gato? Estamos de acuerdo que sería el viñedo menor de 40 años, ¿pero también el que hay en San Vicente de la Sonsierra plantado en las mismas condiciones que en Cervera?
– Bodegas Corral ha sido la última en entrar en concurso de acreedores pero antes lo hicieron Marqués de la Concordia –la antigua Berberana– o Melquior. ¿Qué está pasando en el sector?
– Como diría Emilio Barco, observemos el famoso coeficiente de existencias, que en los últimos años está disparado. Es un indicador de que hay mucho vino y si no se vende, la solución para algunas bodegas es ir al concurso de acreedores.
– Hay muchas empresas de carácter familiar en este sector agrario como en toda la economía riojana. ¿En qué momento está este colectivo?
– Es un tipo de empresa al que tenemos que apoyar porque se sabe de quién es su capital. Es gente muy comprometida que no lo tiene fácil porque estamos viendo procesos de concentración de empresas en todos los sectores y las nuevas generaciones no siempre quieren tirar del carro como lo hacían sus padres.
– Y en este sentido, ¿existe relevo generacional o los jóvenes riojanos están acomodados y les cuesta dar el paso?
– Los jóvenes son formidables. A veces entramos en un escenario de pesimismo y viene un chico o una chica joven, de veintitantos años, que acaba de terminar la carrera, que ha hecho prácticas fuera, que ha estado en otras empresas y tiene unas ganas de comerse el mundo que sorprende.
– ¿Es un riesgo para la supervivencia de muchas empresas en La Rioja la llegada de fondos de inversión o puede suponer una oportunidad?
– No tiene por qué ser un riesgo, los fondos tienen cabida en nuestra economía y son otro modelo de funcionamiento. Tienen una vocación de menor permanencia, buscan con relativa celeridad, normalmente entre cinco y ocho años, dar valor a la empresa y ponerla bonita. Tiene su parte positiva como las sinergias dentro de un grupo empresarial, pero lo más negativo es que perdemos el lugar de decisión y ya deja de ser Logroño, o incluso Madrid o Barcelona, y son sitios prácticamente inalcanzables.
– La Rioja parece atravesar un periodo de tímido crecimiento pero hay noticias para el optimismo como las exportaciones. La capacidad de las empresas para vender fuera sigue creciendo. ¿Cómo lo interpreta?
– A los que nos dedicamos a la macroeconomía en La Rioja siempre nos gusta sacar pecho de los datos de exportaciones porque la tasa de cobertura, es decir la diferencia entre ventas fuera de España e importaciones, es positiva. Pero es algo engañoso porque, por ejemplo, el petróleo que consumimos es importación de los puertos de Barcelona y Bilbao y no consta como tal (importación) aunque viene de fuera. Y habría que analizar también si esa subida de las exportaciones se debe a un descenso del consumo interior en España o si las economías de Francia, Portugal y Alemania están más fuertes y no parece que sea así.
– Con todo, el presidente de la Federación de Empresas de La Rioja (FER) advertía esta semana en declaraciones a este periódico de dos problemas que, a su juicio, dificultan un mayor crecimiento de la comunidad: el tamaño pequeño de la región y al mismo tiempo de sus empresas y el déficit de infraestructuras. ¿Suscribe sus opiniones?
– Yo no creo que el tamaño de las empresas sea siempre un problema, depende de los sectores, y a veces un velero puede dar mejores resultados que un trasatlántico. Pero en negocios intensivos en capital, sí es verdad que cuanto más grande eres, más puedes diluir tus gastos generales y ser más competitivo. Lo que sí suscribo, y lo venimos diciendo por activa y por pasiva, es el déficit de infraestructuras que tenemos, son decimonónicas y no invitan a viajar a La Rioja ni a que nuestro sector turístico tenga mejores resultados ni a que posibles inversores consideren atractivo venir a esta comunidad porque cuesta mucho llegar.
– ¿Y qué necesita La Rioja para ganar peso y proyección desde el punto de vista económico?
– Buff... Vuelvo a mi última respuesta y creo que necesitamos de manera urgente una conexión rápida con Madrid –más allá del vuelo desde Agoncillo–. Somos pequeños y nos hemos quedado anclados en el pasado. Estamos viviendo en España un proceso de centralización en el aspecto económico. El eje del Valle del Ebro desde Cataluña al País Vasco, que a nosotros nos venía estupendamente si funcionaban ambos polos, ha caído en favor de Madrid y eso a La Rioja le aísla doblemente. Y creo también que hemos de ser capaces de atraer talento porque nuestros jóvenes cuando se marchan fuera a estudiar ya no vuelven y las empresas y las comunidades autónomas funcionan cuando hay gente que tira del carro.
– El emprendizaje puede ser otro vector de crecimiento. ¿Pero salen los jóvenes lo suficientemente preparados de las facultades y con los perfiles profesionales que demandan las empresas?
– Ahora mismo la Universidad tiene una dicotomía y hay catedráticos que están allí arriba y luego gente que toca suelo, también mucho profesor asociado, que trabaja por horas. Yo creo que hay que coger ahí gente profesional que esté en el mercado y que sepa trasladar esa realidad laboral a la Universidad. Se está avanzando mucho en este sentido. Hay que seguir trabajando en esa línea y también en la Formación Profesional, esa gran olvidada, aunque el Gobierno riojano desde hace dos o tres años está haciendo una labor fantástica, al margen de colores políticos. Por ahí pasa el presente de nuestra región, que se está envejeciendo. Y al parado de larga duración hay que achicharrarlo a formación con cursos, con certificados de profesionalidad de 2.000 horas, con píldoras formativas...
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