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Responsables y alumnas del Centro de Formación Virgen de la Esperanza de Cáritas y la Fundación Cáritas Chavicar, ayer en el exterior de la sede, en La Estrella. SONIA TERCERO

Un contrato para la primera línea del frente

Ocho de los 14 alumnos que acaban de obtener el certificado de 'Atención sociosanitaria a personas dependientes en instituciones sociales' con la Fundación Cáritas Chavicar han logrado empleo

Viernes, 20 de noviembre 2020, 20:50

Cáritas y su Fundación Cáritas Chavicar están acostumbradas a crecerse ante la adversidad. Con los brazos abiertos para proteger a los más vulnerables, su reto va más allá de las ayudas de emergencia o de ser la omnipresente red que impide la caída al abismo de miles de familias. Su compromiso mira al presente, pero también al futuro para transformar la necesidad en virtud a través de los pilares de la formación y el acompañamiento hacia la reinserción laboral.

En medio de la crisis sanitaria, económica y social que amenaza con devorar miles de vidas a golpe de ERTE, despidos y cierres por ruinas, Cáritas y su fundación han vuelto a desplegar un paraguas salvador, que en el ámbito sociolaboral se traduce, un año más, en unas cifras de las que ningún otro servicio puede presumir: en los diez primeros meses de este año la Agencia de Colocación de la entidad ha posibilitado que 187 personas hayan encontrado empleo.

No serán los únicos, llegarán nuevas oportunidades para algunas de las 390 personas que han pasado por los cursos de formación ocupacional. Y desde luego, para los alumnos de la formación reglada. Hace poco más de dos años, en septiembre del 2018, Cáritas Diocesana de La Rioja y la Fundación Cáritas Chavicar unieron su músculo para poner en marcha el Centro de Formación Virgen de la Esperanza en el barrio de la Estrella y posibilitar la obtención de certificados profesionales homologadas por la Administración. Uno de ellos, el de 'Atención sociosanitaria a personas dependientes en instituciones sociales' se ha convertido en un maravilloso nicho de oportunidades que con la pandemia no ha dejado de crecer.

«Tras 34 años como docente allí, empiezo aquí de cero con la ilusión de vivir»

Salva Spataro | Alumna venezolana

«Este año lo han realizado 15 alumnos de los que 14 obtuvieron hace 15 o 20 días su diploma y 8 de ellos han tenido ya contratos de trabajo, tres esta misma semana», se felicita Inmaculada Espila, directora del área sociolaboral de la fundación. «La situación de crisis económica ha dificultado la formación, pero, a la vez, se ha traducido en un incremento de la demanda de trabajadores con este perfil. De hecho, las ofertas de empleo en instituciones sociales y residencias de mayores han subido e incluso han estado llamando a alumnos cuando todavía les faltaba un poco para obtener el certificado». añade Espila.

Un titulo oficial que desde que se empezó a impartir han obtenido ya 40 personas, con una inserción laboral de casi el 60%. Una meta hacia la que la entidad trata de allanar el camino a los colectivos más vulnerables. «Para poder acceder a estos certificados hay que tener una titulación de base, la ESO o el grado escolar de antes, pero hay personas que no tienen esa formación o que no han podido homologar los títulos de sus países. Por eso, para ellos se creó un itinerario completo que comienza con Prepara2, un curso de 180 horas equivalente a quinto o sexto de Primaria, que les da acceso al programa Competencias Clave nivel 2, y este, a un diploma que les habilita para acceder al curso del certificado oficial».

Las alumnas del curso de Competencias Clave, en clase.

Otra oportunidad en La Rioja

Ahora mismo, el centro tiene 15 alumnos en Competencias Clave. «Consta de dos partes: un módulo de Lengua y otro de Matemáticas, de 120 horas cada uno de ellos. Se trata de que los alumnos adquieran el nivel equivalente a segundo o tercero de la ESO para obtener el título que les habilita para acceder a los certificados oficiales de profesionalidad», resume Esther Sueiro, jefa de formación reglada de Cáritas Chavicar, que advierte de que «para el próximo curso de Atención Sociosanitaria tenemos ya una lista de espera de una treintena de personas, el doble del cupo máximo».

El curso ha comenzado ya con el módulo de Matemáticas. Sonia Tercero

En esa próxima convocatoria tiene puestas sus esperanzas la venezolana Salva Spataro, alumna de Competencias Clave. «Llegué de Venezuela en diciembre del año pasado con la visión de vivir, simplemente de vivir», confiesa. Un sueño que a sus 59 años tiene que comenzar de cero: «Yo era docente de niños especiales, trabajé durante 34 años en educación especial, pero he llegado aquí sin poder homologar mi titulación. Es muy difícil que te den la cita y si te la dan, tienes que esperar mucho tiempo y pagar un dineral en dólares, te ponen trabas continuas para impedir que la gente se vaya del país».

Agradecida a España y La Rioja, porque «me han ofrecido mucho», confiesa que su deseo es «obtener el certificado de Atención Sanitaria y trabajar en la integración social de personas con necesidades especiales, que es lo que he hecho toda mi vida en Venezuela», donde después de toda una vida laboral su sueldo mensual se había quedado en el equivalente a 17 dólares, unos 15 euros.

Mónica Rentería, en el centro de formación. Sonia Tercero

«Cuidar a los mayores, que nos lo han dado todo, me hace feliz»

Con formación universitaria, a Mónica Rentería no le faltaba el trabajo, pero siempre eventual. Su deseo de buscar estabilidad le llevó a las puertas del centro de formación Virgen de la Esperanza de la Fundación Cáritas Chavicar, donde obtuvo el año pasado el certificado en 'Atención sociosanitaria a personas dependientes en instituciones sociales', un pasaporte al empleo fijo y a una profesión en la que se ha volcado desde que floreció una vocación que se ha reforzado con la pandemia. «Estoy supercontenta, me parece un trabajo maravilloso por el cuidado físico de aseo y alimentación a los mayores, pero sobre todo por el apoyo psicológico que les damos».

Al día siguiente de obtener el certificado ya estaba trabajando en la Residencia Ventas Blancas, donde hizo prácticas durante un mes, un contrato de seis meses, otro hasta el año y desde entonces, fija. «Es un lugar maravilloso, aunque ahora estamos sufriendo mucho, pero lo vamos a sacar adelante. Desde el 5 de marzo que se blindó la residencia nos pusimos a trabajar al 500% y nos ha ido muy bien hasta hace tres semanas el virus atacó como un obús y ha costado contenerlo. Durante la primera ola no hubo ni un solo caso, pero en esta...», se lamenta. La pandemia ha obligado a la sectorización y a un cambio en el trato a los residentes. «Es todo más difícil, pero les damos más cariño y apoyo que nunca porque no tienen visitas. Jamás están solos, no les dejamos», asegura para insistir en que está «encantada» de poderse dedicar a esto: «Cuidar y dar un trato exquisito a las personas mayores, que son las que han hecho todo por nosotros y nos lo han dado todo me hace feliz». Recompensada con ternura y agradecimiento, la factura personal, a veces, no es barata. «Me implico tanto, que a veces llego a casa y no logro desconectar. He llorado mucho en estos meses, porque al final estás tanto con ellos que les quieres y cuando se van... Jamás pensé que este trabajo me iba a gustar tanto», asegura emocionada.

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