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«Cuando oigo a una pareja discutir, hay algo dentro de mí que aún provoca que el corazón se me acelere y que aquellos terribles recuerdos vuelvan a estar muy presentes». María lo confiesa abiertamente. Aún mantiene profundas secuelas psicológicas. Su padre maltrataba a su ... madre, a ella y a sus hermanos cuando era sólo una niña y aquella cruel experiencia sigue marcando su día a día. Su testimonio es, simplemente, espeluznante. Admite que ha necesitado de años de terapia y que aún vive en un estado de alerta permanente. Recuerda perfectamente lo que es «no saber por donde me van a atacar ni porqué pero sí que en cualquier momento va a ocurrir. Y eso te genera una tensión interna que una vida no da para solucionar. Te destruye la autoestima. El miedo, la rabia... Hay noticias ante las que tengo que cambiar de canal. Hay películas que no puedo ver. No lo puedo soportar. Y eso va conmigo siempre».
Ella es la pequeña de siete hermanos. La menor de una familia cuyo hogar estuvo marcado siempre por la lacra de la violencia machista. Siempre vivió con miedo. Fue hace tiempo y por eso sorprende el detallismo que aún conserva su relato. «Cuando llegaba a casa, gritando, lo primero que hacía era correr desesperado a buscar a mi madre para pegarle. A veces venía borracho; otras, no lo necesitaba. Ella se ocultaba dentro de los armarios. No tenía sentido porque él la iba a encontrar de todos modos. Pero lo hacía. La apaleaba. Día sí, día también». María recrea así el horror con el que convivían en su propia casa. Incide, no obstante, en que la violencia que su padre ejercía no era la misma en todos los casos. «Su odio, por encima de todo, lo manifestaba hacia su mujer. Después, a todo lo demás que le molestaba, como nosotros, y especialmente sobre las niñas». Asegura que la fijación de su padre por las mujeres era mayor, distinta a la que manifestaba por los chicos. «La primera vez que mi madre trató de huir de ese infierno se llevó a uno de mis hermanos. Cuando regresó obligada porque no tuvo con qué alimentarnos, él le dijo que si volvía a llevarse a uno de sus hijos varones, la iba a buscar donde fuera necesario para matarla». No tiene dudas: «El género determinaba el modo en que mi padre infringía su violencia; sentía que mi madre era suya; de su propiedad. Se trataba de un ser profundamente inseguro y su única valía era someter a una mujer. Lo hacía a hostias».
La madre de María no murió a manos de su maltratador. Sufrió un accidente de tráfico en el que también falleció su hija mayor. La fatalidad quiso que ocurriera precisamente en la única etapa de cierta paz. Dos años antes, ella y sus hermanas mayores habían logrado refugiarse en lugar seguro, sin que su padre pudiera encontrarlas. «Creo que mi madre nunca perdió el miedo, pero sí tengo la esperanza de que ese tiempo con nosotras gozara, al menos, de tranquilidad. Estoy segura de que, en caso contrario, hubiese terminado por matarla. Mi padre era militar, tenía un arma en casa y constantemente amenazaba con darle un tiro para acabar con su vida».
Durante años no ha podido, pero ahora quiere compartir su experiencia. Lo hace con el ánimo de poner voz a todas las mujeres que, como su madre, permanecen silenciadas. Está convencida de que «hay que cambiar el foco y girarlo hacia ellos; ellos son los que matan». En cuanto a ellas: «Es como si diera vergüenza hablar de sus historias pero hay que hacerlo. Es necesario para que la sociedad cambie y convierta la violencia machista en algo personal, algo de todos».
«Estamos hablando de mujeres sufriendo y pagando con su vida. No es una ideología. Son vidas humanas torturadas. Lo sufren cada día en su casa. En su hogar. En el lugar que debiera ser su refugio y donde, sin embargo, ellas nunca están seguras. Justamente ahí es donde el agresor va a por ellas». Con el recuerdo de lo que tuvo que padecer su madre, maltratada por su marido desde que se casara con él, María es firme en su alegato: «He sido feminista siempre, pero ahora milito para dar voz a todas». Porque, según relata, muchas mujeres soportan todo en silencio. «Llegó un momento en que no la dejaba salir a la calle. Veía la vida por la ventana». Por eso, desde hace dos años ha decidido ponerse el apellido de su madre por delante cuando habla de ella: «Es mi manera de ponerla en valor. De darle voz».
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