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La bióloga najerina Lucía Jiménez sostiene al joven buitre durante su marcaje.

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La bióloga najerina Lucía Jiménez sostiene al joven buitre durante su marcaje. RODRIGO MERINO

Nuevas plumas para escribir el futuro del buitre negro

Diario LA RIOJA acompaña a la expedición de Grefa y Medio Natural en el marcaje del tercer ejemplar que nace en la región tras la desaparición del ave el pasado siglo

Sergio Martínez

Logroño

Viernes, 5 de julio 2024, 07:09

Se hace difícil pensar que un pájaro de más de cuatro kilos es solamente un polluelo, pero el buitre negro es el ave más grande del continente y sus crías no son poca cosa. Algo más de ochenta días tiene el pollo riojano, el único de la generación de 2024 y el tercero de la saga, nacido en un remoto roble de Villavelayo, alejado de molestias y atisbando el terreno desde lo alto antes de aventurarse a alzar el vuelo. Sus padres, que abrieron el camino de la reintroducción de un animal desaparecido en la región el pasado siglo, no estaban presentes cuando el contingente de Grefa y Medio Natural de La Rioja llegó a pie de nido para capturar momentáneamente al pollo y llevar a cabo un trabajo de análisis y marcaje que contribuirá tanto al bienestar y conocimiento del propio ejemplar como el del conjunto de la especie. Toda una expedición naturalista a la que acompañó Diario LA RIOJA.

Bien temprano, a las ocho de la mañana, a seis grados de temperatura que después se echarán de menos, una docena de personas se concentran junto a la carretera que une Villavelayo y Neila. Entre ellos, agentes forestales del Grupo de Intervención en Altura, biólogos y veterinarios, además de otros trabajadores de la Dirección General de Medio Natural y de Grefa (Grupo de Rehabilitación de la Fauna Autóctona y su Hábitat). El objetivo es marcar al primer buitre negro de la temporada, honor que recae en el polluelo de la vertiente riojana de la Demanda. No es una labor rápida ni liviana, especialmente para los forestales que cargan con kilos de material de escalada a sus espaldas, si bien son los que mejor tiran de la expedición.

Desde el punto de quedada, unos metros de pista forestal anticipan una caminata de una hora entre camufladas sendas que aparecen y desaparecen. Zoroastro y Clara, los padres, construyeron el nido sobre un vetusto roble, algo atípico en unas aves más acostumbradas a pinos y encinas, ubicado en una zona de bosque denso y húmedo que ofrece un agradecido respiro en una jornada calurosa.

Al llegar al destino, se hace el silencio, interrumpido esporádicamente por conversaciones entre susurros para no molestar al buitre, que, por el momento, permanece en su nido ajeno a lo que ocurre debajo. Diego García es el encargado de subir, apoyado y asegurado por Eduardo y Ángel, sus dos compañeros.

El forestal Diego García es el encargado de subir a atrapar al polluelo, que se revuelve débilmente antes de caer en la red

«Los marcajes nos sirven como centinelas de amenazas en el monte, sean provocadas o accidentales»

Juan José Iglesias

Biólogo de Grefa

«Se ha avanzado en concienciación y eso nos está permitiendo llevar a cabo proyectos para devolver la antigua fauna a estas zonas»

Ernesto Álvarez

Presidente de Grefa

El ascenso a cualquiera le parecería complicadísimo, pero el forestal llega al nido sin aparentes complicaciones. Abajo se impone una tensa espera mientras Diego saca el salabre (una red con un largo mango) para atrapar al polluelo, que se revuelve débilmente. «Cuando estás cerca tienes que vigilar su comportamiento para que no esté muy nervioso. Este se ha incorporado pero no ha tenido ningún movimiento que hiciera pensar en que iba a saltar del nido, que es lo peligroso», explica el forestal. Caperuza en la cabeza para minimizar el estrés del ave y descenso a tierra donde comienza otro trabajo.

Análisis y rastreo

«Es pequeño», comentan en el equipo de Grefa al tenerlo ya en sus manos, pese a que su prominente pico, sus enormes garras o su plumaje oscuro (si bien se advierte su juvenil plumón) indican lo contrario para cualquier neófito. «Pero no es ningún problema, simplemente será más pequeño», señala Juan José Iglesias, biólogo de la organización. Los más grandes pueden alcanzar los 3 metros de envergadura.

Lo primero, el pesaje: 4,15 kilos. Después, cómodamente apoyado, a modo de camilla, sobre una roca plana amortiguada de musgo, la revisión a cargo de Ariadna Apruzzese, veterinaria de Grefa: «Lo primero que realizamos es un análisis de sangre, para que no se alteren mucho los valores por el estrés, y después una serie de muestras por el Plan nacional de vigilancia sanitaria y proyectos de investigación sobre bacterias y virus. Además, un chequeo general de frecuencia cardiaca y respiratoria, temperatura, vemos que esté en buenas condiciones...». Uno de los instantes más bellos y significativos es aquel en el que Ariadna, con delicadeza, escucha con un fonendoscopio el latido del joven ave.

La expedición (sin Ángel, que esperaba en el nido) posa con el buitre.

Comienza entonces la labor de Juan José Iglesias, las mediciones y el marcaje, una de las tareas fundamentales para conocer, acompañar y proteger al buitre a lo largo de toda su vida. «Le colocamos un emisor GPS de tipo torácico y como el animal va a crecer le dejaremos holgura y unos puntos de seguridad que se irán soltando», explica Juanjo, que realiza un trabajo de cirujano para una correcta colocación de las tiras que sujetan el GPS, a modo de mochila acompañado de una placa solar de recarga y un acelerómetro que permite, además, conocer si al animal le ha ocurrido algo. «Estos marcajes nos sirven como centinelas de amenazas que se encuentran en el monte, sean provocadas (envenenamientos, disparos...) o accidentales como los tendidos eléctricos», detalla el biólogo.

Y eso aún sin poner la 'matrícula' al buitre mediante dos anillas. Una metálica, «su DNI, que lees a corta distancia», y otra de PVC, azul y blanca, con dos letras y un número de gran tamaño «que con fotografías, telescopios o prismáticos se puede leer e identificar sin necesidad de cogerlo». Ya conocemos mucho más del pequeño buitre, pero no su sexo. «Tiene pinta de macho», vaticinaba Ernesto Álvarez, presidente de Grefa. Lo dirán los análisis. Tampoco tiene nombre, aunque, siguiendo con la ronda, el de los nacidos este año comenzará con la letra 'H'.

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Una hora después de dejar por primera vez su nido, el polluelo volvió al hogar con una recompensa, un buen puñado de alimento que le saciará en las siguientes horas a la espera de que sus padres regresen a salvo de los humanos, a los que tocaba recoger y desandar el camino bajo un sol justiciero.

Especie recuperada

Atrás quedaba el polluelo de cuatro kilos, aún sin bautizar, que previsiblemente en un mes alzará el vuelo, aunque no tiene por qué emanciparse de forma inmediata. Quizá entonces, en los cielos peninsulares, se cruce con sus hermanos Frodo y Gaia, quienes nacieron en las primaveras pasadas y que ejemplifican el éxito presente y la esperanza futura de la reintroducción en La Rioja de una especie que desapareció hace más de medio siglo y que ahora cuenta con seis parejas asentadas. Vuelve a latir la vida del buitre negro gracias al proyecto Monachus impulsado por Grefa, con la colaboración del Gobierno regional.

«Se ha avanzado en concienciación social, tanto en el ámbito urbano como en el rural, y eso nos está permitiendo llevar a cabo estos proyectos de recuperación, con los que buscamos devolver la antigua fauna a zonas en las que se extinguió , generalmente por la persecución humana», explica Ernesto Álvarez, presidente de Grefa, que también avanzaba el objetivo de generar en la zona «una colonia laxa que se pueda expandir más al norte y a otros lugares como la sierra Cebollera».

La misión toca a su fin casi seis horas después de su inicio. Los trabajadores de Medio Natural regresan a sus quehaceres, el contingente de Grefa se desplaza a la vertiente burgalesa de la sierra, donde les espera otro marcaje. El trabajo de estos días es intenso. Mientras, aquel recóndito enclave del Alto Najerilla vuelve a quedar en calma, el nuevo hogar del buitre negro recupera su normalidad y el polluelo sin nombre espera al regreso de Zoroastro y Clara, los padres de la nueva generación riojana de la gran carroñera.

De la convivencia con los leonados al peligro de las águilas reales

Marta Pascual, bióloga de la Dirección General de Medio Natural, explica la importancia de recuperar el buitre negro, «un saneador del ecosistema» como su pariente el leonado, con el que convive, y que realiza un aprovechamiento de los muladares de la zona donde va a parar el ganado muerto. Al contrario de otras carroñeras con las que se complementa, una de las principales amenazas para las crías es el águila real. Precisamente, otro polluelo de buitre negro se perdió a comienzos de esta semana y se sospecha que fuese depredado por esta rapaz. Además, Pascual recuerda que La Rioja también realiza un proyecto de marcaje con el águila azor perdicera, en peligro de extinción.

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