Cuando se piensa en el paisaje típico de La Rioja, una imagen viene rápidamente a la cabeza y es la de una sucesión casi sin fin de viñas a un lado y al otro de las carreteras. Sin embargo, en esta época primaveral un ... color se abre paso en los campos de la región. El amarillo. Un amarillo intenso. ¿Girasoles, quizás? No. Colza. Un cultivo que ha pasado de tener una presencia testimonial (o incluso nula) en la comunidad autónoma a ocupar múltiples parcelas, sobre todo en la zona de La Rioja Alta.
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Los datos ofrecidos por el Gobierno de La Rioja resultan llamativos. Hasta 2009, con excepciones puntuales, la presencia de la colza en la región apenas llegaba al centenar de hectáreas. Ese año había 42, pero previamente la estadística presentaba ejercicios en los que la casilla de la superficie lucía un rotundo 0. No había en la comunidad autónoma nada de colza, un cultivo que en España cuenta con una mala fama arrastrada por la mayor intoxicación alimentaria registrada en en el país. Fue a principios de los ochenta cuando la comercialización de aceite de colza adulterado intoxicó y causó la muerte a miles de personas.
Ese episodio ha provocado que el aceite de colza, al contrario de lo que ocurre en otros países como Francia o Alemania, haya desaparecido de la dieta de los españoles, pero eso no ha impedido que, de manera generalizada, su siembra se haya multiplicado en los últimos años. Así, de esas 42 hectáreas que había en La Rioja en 2019 se pasaron a las 130 del año siguiente, a las 978 de 2016, las 1.243 de 2017 o las 3.292 de 2022, el ejercicio con más presencia de ese color amarillo intenso en las parcelas agrícolas del entorno.
La evolución es clara y, ante ella, surge otra pregunta igual de evidente. ¿Cuál es la razón de esa tendencia? En la rotación de cultivos está la respuesta. «Por un lado, nos viene bien para la PAC», señala Ramón Sastre, un agricultor de Manjarrés que lleva tres años sembrando colza. «Es una especie mejorante si quieres hacer un ecorrégimen de rotación», apostilla Óscar Salazar. «Pero más allá de que la política agraria nos obligue, los agricultores estamos mentalizados de que para tener unos buenos rendimientos en los cereales es necesario hacer rotaciones», añade en el presidente de la UAGR-COAG.
En ese sentido, Sastre relata que con este cultivo está consiguiendo «matar malas hierbas» en sus parcelas . «El suelo adquiere más productividad y, al cambiar de raíz, se consigue algo más de producción en los años siguientes», destaca el de Manjarrés, quien hace hincapié en esos aspectos más que en la rentabilidad. «No es muy alta, pero tiene la ventaja de que se trata de un cultivo de secano que se adapta bien a todo tipo de suelos y, además, no da mucha guerra», certifica.
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La colza se ha hecho así un hueco en esa rotación de cultivos, pero la superficie sembrada va variando. De hecho, en 2023 disminuyó hasta las 1.923 hectáreas y ahí es donde el factor climatológico entra en juego, sobre todo en el momento de la siembra, en septiembre.«Necesitamos lluvias en ese mes para que tenga una buena nascencia», cuenta Salazar. «Y desgraciadamente llevamos dos años en los que no es así y por eso es posible que se haya sembrado menos colza de la deseada», apostilla.
Se siembra en septiembre, en primavera luce ese llamativo color amarillo y se recoge alrededor de junio. «Antes de San Fermín», detalla Ramón Sastre. Ahí es donde entran en juego actores como la cooperativa Garu, que recoge buena parte de esa producción que, según los datos del Ejecutivo regional, se elevó a más de 9.700 toneladas en 2022.
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Javier Moneo es el gerente de Garu y el encargado de explicar el uso que se le da a dicho producto. «La mayoría se utiliza para aceite, pero no para el consumo humano sino para hacer biocombustibles», expone. «Desde lo que ocurrió en los ochenta no se usa para las personas, algo que sí se hace en Francia o Alemania, que lo ven como aquí el de girasol», apunta. Lo que queda tras la extracción del aceite, mientras, se dedica a piensos para animales.
Ese el destino de ese cultivo que compite en primavera con la viña para captar la atención de aquellos que eligen estas fechas para disfrutar de los paisajes de la región, sobre todo en La Rioja Alta. «Hay bastante en la zona de Santo Domingo de la Calzada, Baños de Río Tobía, Bañares, Hervías...», enumera Óscar Salazar. «Este año se ve mucha en las zonas en las que llovió un poco más a finales de agosto, como Villar de Torre», añade José Moneo, quien apunta a que en La Rioja Baja «se pone algo, pero poco en la zona de El Redal, por el valle de Ocón». Puntos, todos ellos, donde la colza se abre paso para dibujar atractivos parajes de un amarillo intenso.
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