Cuando todo cobra sentido
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Cinco jóvenes trans cuentan su experiencia y reconocen la necesidad de un protocolo en La Rioja a nivel sanitario y educativo que les apoye en su proceso de cambioUnai y su prometida se gustaron al momento: «A mí ella me pareció muy auténtica muy maja y muy... todo. Ella me vio muy majo, muy abierto y muy simpático. Me pudo ver así porque lo soy, pero también porque como ya había empezado con la hormonación me mostraba más como soy. Si no hubiera sido así, ahora mismo seguramente estaría soltero». Estas palabras de Unai Atxa son solo una mínima muestra de lo que puede suponer para una persona trans tener más o menos dificultades a la hora de acceder a la hormonación y al apoyo necesario para poder llegar a ser lo que realmente es. Cada caso es un mundo, pero los tres chicos y dos chicas que hablan en este reportaje coinciden en lo mismo: es necesario un protocolo que marque los pasos que puede seguir una persona trans cuando decide comenzar el proceso de reasignación de sexo y que ese protocolo incluya la formación de profesionales de la salud, desde Atención Primaria a psicólogos o endocrinos. Eso y, por supuesto, un entorno informado que sea capaz de entender lo que está ocurriendo una vez que la persona decide dar el paso y contarlo.
«Al principio es algo que no te planteas. Pero llegó un momento en el que el tema trans pasó a ser algo más que un chiste en la televisión. Conocí a un chico trans y vi que todo tenía sentido, porque hasta entonces yo me sentía muy mal pero no sabía por qué. Entonces empezaron a encajar las piezas. Lo tuve claro, es como una liberación», dice Atxa. Aquí entra la importancia de la visibilidad del colectivo y de la educación de la sociedad. «Yo me sentí mil veces mejor cuando se lo dije a mis amigos y familia y comenzaron a hablarme en masculino. No es la solución para todo, pero es un empujón muy grande», explica este joven de 21 años, que con 17 tuvo claro que era trans, con 18 salió del armario con sus padres y comenzó a hormonarse y el año pasado se operó y se quitó el pecho.
«Me costó tres años que me hicieran la operación y me derivaron a Bilbao. Aquí en La Rioja incluso algún médico me trataba en masculino y con el 'dead name' (el nombre previo a la transición)», añade. Pero este va a ser un buen verano para Unai, será la primera vez que lo vive sin pecho y está en camino de ser legalmente (en los papeles oficiales) un chico. «En enero comencé a pedir los documentos: la disforia de género, la acreditación de que llevo dos años o más en hormonación, el empadronamiento...», explica, y se refiere a la conocida como 'ley trans' que, en principio, debería facilitar esos trámites pero que considera incompleta. «No incluye a los menores de 12, ni a las personas trans inmigrantes, por ejemplo. Una ley perfecta sería que no hubiese ley», establece.
El anteproyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos LGTBI permite el cambio de sexo legal a partir de los 12 años, no antes, en diferentes tramos: a partir de los 16 sin requisitos, entre los 14 y 16 con consentimiento de sus representantes legales, y entre los 12 y 14 mediante autorización judicial. Esta norma no ha estado exenta de polémica pero, como reconocen muchas de las personas del colectivo LGTBI+, es un gran avance. «La Ley Trans que está en proceso es un paso, necesario desde hace mucho tiempo, pero que deja fuera a las personas no binarias, a les menores, a las personas migrantes», explican desde Marea Arcoíris. Algo que ratifica José Sáenz, presidente de la asociación GYLDA, que además explica que en La Rioja «no hay un protocolo establecido. Los facultativos no saben cómo abordar esta realidad, algo que también ocurre a nivel educativo en las aulas».
Por ello, quizás, existen situaciones vitales como la de Aroa Martínez, que no se permite vivir plenamente como mujer en la casa en la que vive con sus padres, a los que les está costando asumir la situación. «Sé que me quieren y están orgullosos de mí, pero sigo luchando por mi identidad en casa. Es una cuestión de miedo y desconocimiento. Hace falta mucha educación en general. Es simplemente entender que es cuestión de ser feliz», se sincera.
Por suerte, no todos los casos son iguales. Oliver, Álex o Mía (también Unai) explican que una vez que lo contaron a sus familiares, no solo se sintieron liberados y mucho más felices, sino que han sentido su apoyo, algo imprescindible pero que a veces llega tarde, ya que coinciden en que ojalá hubieran tenido más información para poder identificar antes lo que estaban viviendo, que sus familias y amigos fueran partícipes de ello y haber podido vivir épocas tan importantes como la infancia o la pubertad siendo ellas y ellos realmente.
Unai Atxa / 21 años
Cuando empezaron a referirse a él en masculino, Unai comenzó a sentirse «mil veces mejor». Luego llegó la familia, y ese sentimiento se multiplicó. «Es como una liberación». Hasta ese momento iba como «con piloto automático. Vivía pero no era un vida plena. No era yo en ningún sentido». Pero ahora es feliz. «Sí que pienso que he perdido mi infancia entera, aunque prefiero no pensarlo, es tiempo pasado», dice.
Por ello es parte de ARTRA, una asociación que está naciendo y que busca ser una red de apoyo para personas que, como él, en algún momento buscaron respuestas: «Viendo el panorama decidimos hacer piña, por si alguien necesita hablar».
Álex Bezares | 21 años
Álex reconoce que de toda la vida, su situación estaba clara: «En enero de este año se lo dije a mis amigos y familia. Pero en realidad el proceso mental estaba ahí desde hacía años». Para él, quizás por ser mayor de edad, el paso ha sido más sencillo, también en el aspecto médico. «No me lo esperaba, tanto el médico de cabecera como el endocrino me lo pusieron muy fácil», explica.
Un día se dio cuenta de que no podía vivir así, que no estaba feliz con su cuerpo. «Siempre he pasado por niño, pero hay momentos, como cuando te salen los pechos, que es un suplicio», afirma, y añade que el aspecto generacional no tiene que ver a la hora de entenderlo: «Lo lleva mejor mi abuela que ciertos amigos».
Oliver Salas | 21 años
«Al principio a mi familia le desencajó, pero me pilló en un momento en el que hacían unas jornadas LGTBI+ en la universidad, así que mis padres se pudieron informar. En ese instante eres un niño confuso y lo que necesitas es apoyo», explica este joven de 21 años que estudia un grado de Artes Digitales en Barcelona y que está ilusionado con el Erasmus que está a punto de empezar en Reino Unido. «Es el momento más difícil y a la vez el más fácil, porque es lo que más claro tienes en la vida». Destaca, además, que en el Batalla de Clavijo le ayudaron mucho con cosas como «poner su nombre sentido» en los exámenes. «Llevo ya 5 años de tratamiento hormonal y estoy esperando a la mastectomía», cuenta.
Mía Merelo | 22 años
Con 18 años Mía tuvo claro que era una chica trans. Pese a ello, su madre tuvo que acompañarle para asegurarle a la psicóloga que era una mujer, porque si no, no le daba el papel necesario para comenzar el cambio. Reconoce que ha tenido mucha suerte porque no ha tenido nunca ningún problema ni ha sentido discriminación. Pero también asume que su cuerpo, a pesar de los cambios físicos a los que ayuda la hormonación, le sigue haciendo sentir incómoda. «Yo busco un cambio completo, aunque no todas persiguen lo mismo», explica. Lo que ratifica es que en La Rioja no existe ningún protocolo establecido de cara a las trans, como sí ocurre en otras comunidades, y considera que es imprescindible, no solo a nivel médico sino también educativo.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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