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La comunidad de religiosas de la orden de Santa Clara, conocidas como las clarisas, llevan en Nájera «desde hace casi cinco siglos», recuerda su actual abadesa, sor María Josefa Pablos. En esa dilatada vida junto a los najerinos el convento ha vivido tiempos mejores o peores, pero sigue ahí.
Ahora es uno de esos momentos que se podrían calificar como de relativa incertidumbre. No porque, como viene ocurriendo en otros cenobios, se estén quedando sin monjas, pero sí porque les gustaría tener algo más de trabajo, según señala la abadesa. «Hace unos veinte años llegamos a estar veinticuatro monjas, ahora somos once», relata Sor Josefa, poco antes de referir cómo de esas once, «cuatro somos mayores –con 90, 88, 81 y 80 años–, y el resto son jóvenes de entre 27 y 40 años, todas ellas de la India».
Ella, con 81 años, lleva en Nájera 64 y advierte que ha conseguido que «todas» estén «afiliadas a la Seguridad Social». Y lo resalta porque gracias a ello, «las ancianas tenemos nuestra jubilación, aunque muy mínima». Y es que, continúa, «las ancianas se van muriendo pero, mientras tanto, pagamos 265 euros por cada una de las monjas jóvenes, para que puedan tener también asegurada su jubilación. Cobramos unos 700 euros».
«Ningún convento puede vivir sin trabajar», asegura la responsable de la comunidad, antes de desgranar el quehacer diario entre las cuatro paredes del cenobio, que arranca a las 6.30 y concluye a las 22.00 horas. En medio todo son oraciones, trabajo y algún momento sucinto de recreo que «es de expansión unas con otras», según explica, pero con un matiz, «procuramos ver la primera parte del telediario para ver qué pasa en el mundo».
Rememora aquellos tiempos en que eran veinticuatro, «entonces nos ocupábamos de la huerta y de la lavandería», para dejar caer un pequeño lamento: «Si tuviéramos ahora trabajo en la lavandería iríamos mejor».
Luego, sor María Josefa se extiende un poco más. «Desde que han desaparecido los colegios con alumnos internos ya no tenemos trabajo de lavandería, ahora quisiéramos trabajar más y no tenemos encargos», relata.
También se ocuparon, «hasta que llegó esta nueva congregación», de lavar la ropa de la hospedería de Valvanera, pero ya solo se ocupan de «lavar la ropa de una casa rural de Hormilla». El convento dispone de unas instalaciones para realizar el lavado de «mucha más cantidad de ropa», con una sala con dos lavadoras industriales y una doméstica, una centrifugadora; además de un amplio tendedero cubierto en el exterior y una amplísima dependencia para el planchado.
«Necesidad no pasamos, teniendo para comer nos basta, no queremos acumular», afirma la abadesa, que agradece las donaciones de los najerinos. «Queremos un trabajo digno al que podamos hacer frente para sobrevivir. Con tal de tener para las jubilaciones futuras de las hermanas y el día a día, me vale», concluye.
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