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Fue por una mañana la ciudad de los tractores. Muchos lo esperaban, y de hecho en alguna esquina se veía gente aguardando a que empezara la marcha, como si de la cabalgata de Reyes se tratara. Otros se sorprendieron, porque la imagen era como para ... hacerlo: cientos de tractores (pequeños, grandes, enormes) dejando su huella en el asfalto de la principal arteria de entrada a la ciudad. Y otros, en fin, lo sufrieron con resignación casi cristiana: el espacio de los coches era ahora de los tractores, y los conductores debían esperar. Tanto a la ida como a la vuelta, porque el atasco duró tras la concentración, mientas los manifestantes salían de la ciudad por República Argentina.
Pero mientras, Logroño fue la ciudad del campo. Nunca ha dejado de serlo del todo, porque la herencia de los logroñeses viene de la tierra, y así queda en su presente. Era curioso, por lo simbólico, ver el paso de la marcha (de los tractores, de los peatones, también de los animales) frente a la estatua del Labrador, el monumento que preside desde hace décadas el centro de Logroño recordando lo que no se debe olvidar: de dónde son y de dónde vienen los riojanos.
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