Es una frase recurrente desde hace semanas. «Veinticuatro años para esto». La repiten esos veteranos del PSOE, expulsados del corazón de Martínez Zaporta, que sin embargo alguna esperanza depositaban en que su presidenta triunfante les tuviera en cuenta a la hora de elegir a ... su equipo. La hacen suya otros afiliados del sector más templado, asombrados ante las primeras decisiones de la presidenta Concha Andreu cuando aterrizó en el Palacete, que observan en el capítulo de nombramientos nula generosidad a quienes mantuvieron izada la bandera socialista en casi un cuarto de siglo de hegemonía del PP. También es un lamento que surge de las entrañas de la Administración entre quienes, más allá de su adscripción ideológica, aspiraban a un giro copernicano que acabara con la atonía detectada en las últimas legislaturas, nostálgicos de aquellos días en que un liderazgo más firme perfeccionaba su desempeño. Veinticuatro años para esto.
Esto. ¿Qué es esto? Esas quejas, el factor sorpresa que delata la frase, no tienen tanto que ver con la reacción a la toma de decisiones que distinguió las semanas iniciales de Andreu en la Presidencia como con la extrañada respuesta a su política de altos cargos, la primera noticia que hubo de ella. Porque quienes pronunciaban la frase no sabían si alarmarse más, o al menos sorprenderse, porque resistían a su vera esos dirigentes cuya carrera se lo debía todo al PP, nada menos, como por el fichaje de altos cargos llegados incluso de fuera de La Rioja (lo cual equivaldría a desconfianza hacia la cantera propia) o por algunas capturas que pescaban en caladeros menospreciados por la cúpula del PSOE: esos afiliados que nunca pusieron sus complacencias en sus actuales dirigentes pero fueron recuperados para la causa. Para los estupefactos ojos de quienes criticaban esa maniobra, hipocresía mayúscula (y mutua). Para los menos apasionados, un modelo de olfato político: atraer a un proyecto coincidente incluso a los críticos de toda la vida.
Hasta hace apenas una semana, el examen de los primeros cien días de Andreu de presidenta casi que se detenía ahí. Menos en el fondo que en la reflexión generada por el nuevo organigrama, la peculiar gestión en materia de nombramientos (con alguna contratación en falso nada más tomar posesión) y en las formas que siguieron a la constitución del nuevo Ejecutivo. En el ámbito de los hechos, las novedades tardaron en llegar y aparecieron en forma de letra pequeña: decisiones tan prosaicas como el veto a las casas de apuestas para que controlaran su despliegue por La Rioja. Y poco más. Los fans de Andreu tuvieron que esperar unos cuantos días para sucumbir a la tentación del aplauso. Y fue una ovación contenida.
Presupuesto 2020: El nuevo Gobierno presentó su proyecto a tiempo: modélico respecto al precedente del PP
Su promesa, sellada con IU y UP, de renovar el modelo educativo y sanitario se mueve en tierra de nadie y linda con el papel mojado
Porque ocurría que el mérito principal de la presidenta residía precisamente en serlo. Ella y su partido dedicaron tantas energías al cortejo de Raquel Romero y lo que queda de Podemos en La Rioja que ese desgaste pareció pasar factura en sus balbuceos en el Palacete: daban la impresión de ser los primeros sorprendidos de que al fin les tocara gobernar. De ahí los errores propios del novato en que incurrieron y de ahí que tardaran tanto en poner en marcha el motor de la Administración. También en esa ingenuidad que caracteriza a todo neófito se aloja el reproche fundamental que puede aplicarse a sus tres meses largos de desempeño: su tendencia a la rectificación. El documento sellado con sus socios de Gobierno, donde se prometía la ruptura con el modelo vigente de servicios educativos y sanitarios, se mueve hoy en tierra de nadie, lindante con el papel mojado. Tanta ambigüedad enfría de paso las calurosas expectativas despertadas entre las bases tradicionales de la izquierda por el compromiso de cercenar las ayudas a la educación concertada (de momento, un leve pellizco) y eliminar los contratos con agentes externos que operan en el ámbito sanitario. Andreu se dio tanta prisa en incumplir su palabra como en disfrazarla de lo contrario: en la devoción por la propaganda sí que existe una línea de continuidad con los anteriores ocupantes del Palacete.
Pero la política se construye con hechos. Algunos de ellos, migajas para quienes ansiaban una metamorfosis de orden superior, parecen en efecto poca cosa para condensar cien días en el poder, como el refuerzo de la convocatoria de plazas docentes y sanitarias, una oferta de empleo público en general más generosa... Más allá de tales anuncios, el balance de esta primera fase mezcla una acusada propensión por la política de gestos con lo auténticamente sustancial, la medida mollar del ejercicio de la Presidencia: presentar en fecha y forma el proyecto de ley de Presupuestos. Que gustará más o menos (el Parlamento dictará sentencia), pero que representa un éxito ejemplar respecto a anteriores legislaturas. Ventajas de llevar adherido al socio de Gobierno y no depender del humor con que se levante cada mañana el potencial aliado, como le sucedió al PP con Ciudadanos.
Ahí brilla el gran atributo de estos cien días de Andreu: en dotar a La Rioja de una brújula para el complicado 2020 que se avecina en medio de una borrascosa coyuntura global, nacional y también local. De modo que todos los demás reproches («Veinticuatro años para esto») pierden sentido en el contacto con la realidad, que no obstante trae consigo preocupantes noticias. Por ejemplo, la tendencia al adanismo que distingue estos primeros cien días, como si La Rioja hubiera nacido ayer y ninguna lección aprovechable pudiera extraerse del pasado. O la propensión a dejarse guiar por la arrogancia con que desembarcan en sus puestos algunos de los recién llegados.
Si Andreu conoce los mecanismos para escarmentar en cabeza ajena, deberá saber que será juzgada según el grado de cumplimiento de sus promesas, la solidez de su gestión y su capacidad para afrontar las horas más turbulentas de su mandato, que aún no han llegado. Habrá apuntado ya en su debe la evidencia de que pilota un equipo de ocho consejerías más una, visto que la titular de Podemos vuela por libre, dispone de su propio palacete como embajada manchega en La Rioja y le obliga a transigir con aquellos bochornosos insultos de ese alto cargo que trata a las mujeres (sobre todo si son de derechas) como ciudadanas de segunda. Palabras que la primera Andreu no hubiera tolerado. Palabras que tiene que aguantar para atrapar el poder. Todo poco edificante.
Pero además habrá anotado que así como entre buena parte de los suyos prende un sincero desconcierto, esa sensación invade de manera más acusada los escaños de la oposición, aún más desnortada que el banco azul en los albores de la legislatura. Se trata del elemento que inclina de momento la balanza a su favor: que al otro lado del hemiciclo no hay (casi) nadie. Y que cuenta además con la benevolencia de su tribunal (el pueblo soberano), predispuesto a aceptar que desmontar en cien días el alambicado mecano que organizó en La Rioja el PP durante tanto tiempo representa una tarea que justifica una prórroga suplementaria antes de recibir la nota que de verdad merece. Le ayudará a salvar la evaluación que algún día acierte a explicar de qué sirve la cartera que concedió a Romero, más allá de facilitarle a ella su investidura. Y contribuirá a mejorar su calificación recordar siempre el aviso que a cada César le trasladaban sus incondicionales luego de cada victoria: que también ellos son mortales.
Cien días en el poder sólo significan el fin del recreo. Andreu tiene tiempo para mejorar su rendimiento. Y viniendo de ese cuarto de siglo, merece tal vez más días de cortesía hasta encontrar la respuesta a esa pregunta. Para qué han esperado los riojanos 24 años.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.