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Arriba, el padre Alfaro da misa en uno de los pueblecitos nepalíes. L.R.
las cien cartas del padre alfaro

las cien cartas del padre alfaro

El misionero riojano José Alfaro lleva 16 años narrando su labor en epístolas que escribe desde Nepal

Pío García

Logroño

Miércoles, 5 de septiembre 2018, 10:45

Un día, hace 16 años, el padre escolapio José Alfaro (Logroño, 1937) decidió irse a la zona más remota del mundo, allá donde no había misioneros ni escuelas ni carreteras ni un mal teléfono. En las zonas rurales de Nepal, a las faldas del Himalaya, José Alfaro se propuso cumplir su vocación como lo hizo su patrón, José de Calasanz: ayudando a los niños y levantando escuelas. Alfaro da ejemplo con su vida y les habla de su fe, pero sin tratar de convertirles: «No intento pescar –confiesa–; si ellos prefieren seguir siendo budistas que lo sean. Les extraña que les ayude a construir el templo de mi amigo Shiva, pero no hay otro camino para transmitir la fe que el amor. El amor práctico. Primero es Dios, padre de todos, y después los hombres, antes que las religiones y los templos». En Nepal, según las estadísticas, hay 30 millones de habitantes, solo 7.000 católicos... y una miseria devastadora. Ahí, en esas ásperas tierras sin pan, encontró Alfaro su lugar. Ya había sido misionero durante muchos años en Argentina –donde conoció al hoy Papa Francisco– y luego se afincó en Kerala (India)... Pero aquello era demasiado lujo para él y buscó un territorio todavía más escondido, todavía más necesitado, para desarrollar su misión. Desde entonces es el único cura europeo que recorre aquellos caminos arriscados y las ha visto de todos los colores: ha lidiado con la corrupción de los poderosos, con la incomprensión de la gente, ha sobrevivido a un terremoto, ha tenido accidentes de tráfico («desde entonces me andan los tornillos medio sueltos») e incluso se enfrentó a los miembros de una guerrilla maoísta que querían robarle y a los que acabó pidiendo dinero para sus escuelas. Y ahí sigue.

Carta número 100 enviada a quienes se interesan por su labor.

En aquellas regiones de Nepal y de Sikkim no hay teléfonos en condiciones ni vías fáciles de comunicación, así que José Alfaro va contando sus aventuras por carta: una por mes, en un folio por las dos caras, con una pulcra letra redondilla y sin márgenes. Acaba de enviar la epístola número cien. Donantes y amigos reciben así comunicación exacta de cómo va la misión unipersonal del padre Alfaro al pie del Himalaya. Lleva ya más de 40 escuelas fundadas. En ellas no sólo instruye a los niños, sino que lucha contra «el mayor enemigo del género humano»: el hambre.

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