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Un día, hace 16 años, el padre escolapio José Alfaro (Logroño, 1937) decidió irse a la zona más remota del mundo, allá donde no había misioneros ni escuelas ni carreteras ni un mal teléfono. En las zonas rurales de Nepal, a las faldas del Himalaya, José Alfaro se propuso cumplir su vocación como lo hizo su patrón, José de Calasanz: ayudando a los niños y levantando escuelas. Alfaro da ejemplo con su vida y les habla de su fe, pero sin tratar de convertirles: «No intento pescar –confiesa–; si ellos prefieren seguir siendo budistas que lo sean. Les extraña que les ayude a construir el templo de mi amigo Shiva, pero no hay otro camino para transmitir la fe que el amor. El amor práctico. Primero es Dios, padre de todos, y después los hombres, antes que las religiones y los templos». En Nepal, según las estadísticas, hay 30 millones de habitantes, solo 7.000 católicos... y una miseria devastadora. Ahí, en esas ásperas tierras sin pan, encontró Alfaro su lugar. Ya había sido misionero durante muchos años en Argentina –donde conoció al hoy Papa Francisco– y luego se afincó en Kerala (India)... Pero aquello era demasiado lujo para él y buscó un territorio todavía más escondido, todavía más necesitado, para desarrollar su misión. Desde entonces es el único cura europeo que recorre aquellos caminos arriscados y las ha visto de todos los colores: ha lidiado con la corrupción de los poderosos, con la incomprensión de la gente, ha sobrevivido a un terremoto, ha tenido accidentes de tráfico («desde entonces me andan los tornillos medio sueltos») e incluso se enfrentó a los miembros de una guerrilla maoísta que querían robarle y a los que acabó pidiendo dinero para sus escuelas. Y ahí sigue.
En aquellas regiones de Nepal y de Sikkim no hay teléfonos en condiciones ni vías fáciles de comunicación, así que José Alfaro va contando sus aventuras por carta: una por mes, en un folio por las dos caras, con una pulcra letra redondilla y sin márgenes. Acaba de enviar la epístola número cien. Donantes y amigos reciben así comunicación exacta de cómo va la misión unipersonal del padre Alfaro al pie del Himalaya. Lleva ya más de 40 escuelas fundadas. En ellas no sólo instruye a los niños, sino que lucha contra «el mayor enemigo del género humano»: el hambre.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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