El médico de Emergencias Samuel García Moreno, arropado por varios compañeros sanitarios en la base de La Rioja Cuida Juan Marín

«Hay cicatrices, brechas en el alma difíciles de suturar»

Samuel García Moreno ha vuelto a su trabajo como médico de Emergencias 061 tras ser víctima hace algo más de un año del atropello múltiple mortal en el centro de salud de Haro

Domingo, 20 de octubre 2024, 08:53

Se ha vuelto a poner en pie para hacer lo que mejor sabe y más le gusta: cuidar y curar al prójimo como médico de Emergencias. Pero hay heridas que jamás dejarán de sangrar dentro de Samuel García Moreno, una de las víctimas del fatal ... atropello múltiple registrado en el centro de salud de Haro el 4 de septiembre del pasado año.

Publicidad

Los recuerdos son frescos y aún duelen. «Había sido un día normal, duro, y estábamos hablando con los compañeros que volvían de un aviso. De repente vi el capó de un coche blanco, un compañero grito '¡Cuidado!' pero a mí me sonó muy bajito porque de repente todo estalló. Busqué dónde estaban mis compañeros y traté de ponerme de pie para ayudarles pero no pude. Los móviles sonaban en nuestros bolsillos porque en la base se habían enterado de que había habido un atropello múltiple y nos querían activar si saber aún que nosotros éramos las víctimas», inicia su relato tras acabar su turno en un puesto al que se reincorporó en junio pasado. «Yo era él único que estaba consciente, pero todos los intentos por incorporarme para ayudar eran inútiles y me derrumbé. Tenía la mano derecha abierta, la tibia de la pierna izquierda rota completamente y sangre por todos los lados. La necesidad de atender como médico a mis compañeros y no poder me provocó una impotencia y un dolor inmensos. Recuerdo el olor de la sangre, el sonido de cristales rotos… Todo. Me hundí, en un momento había dejado de ser un médico de guardia para convertirme en un niño que solo podía llorar, temblar y temer…», confiesa sin pudor por la emoción.

La rehabilitación física no ha sido fácil. Nueve meses de trabajo, esfuerzos y paciencia. «Con la mejora física se empezó a resentir la psicológica. Poco a poco me voy recuperando, aunque cuesta. Las heridas del cuerpo tienden a curar, pero existen brechas en el alma muy difíciles de suturar y profundas cicatrices», admite para añadir que «quedan muchas cosas, claro. El recuerdo es inevitable, de Manu, del entorno… Con una suceso así algo cambia, ya nada es igual, algo clicka».

«Me hundí. Había dejado de ser un médico para convertirme en un niño que solo podía llorar y temer»

Pero la vida debe seguir y el deber le espera, consciente de que su labor y la de sus compañeros es vital, pese a que en ocasiones el pago es ingrato. «Te encuentras de todo. Las situaciones son muy variadas, cada uno reacciona frente al agobio de una forma diferente y cuando se aprende a reaccionar al sufrimiento propio echándole la culpa a otro es cuando vienen los problemas», asevera, para lamentar que «eso es lo que encontramos muchas veces. Cada vez hay crispación porque creo que se está instalando en la mentalidad pública que todos los problemas que tenemos tienen que ser resueltos por un tercero y si ese tercero no responde como yo quiero se le debe poder atacar».

Por ello, hay misiones en las que el miedo es un compañero más en la expedición. «Es verdad que la mayor parte de las personas que atendemos tienen una actitud de querer ser ayudadas y por lo tanto nos acogen bien, pero tristemente también es cierto que vemos casos en los que esa empatía previa no existe», se lamenta Samuel, quien aboga por «trabajar en la educación previa, en la concienciación de la sociedad».

Publicidad

«Hay más crispación y muchas veces lo pagamos nosotras», admite Rosa, enfermera de planta agredida

Lleva más de un cuarto de siglo como enfermera y ha notado que el respeto al personal sanitario ya no es el de antaño. «Mucho aplauso cuando el covid, pero luego…», asegura Rosa, enfermera de planta en el Hospital San Pedro.En los últimos años ha sufrido cuatro agresiones, por suerte, aunque estuvo cerca en una ocasión de ir a mayores, todas ellas de violencia verbal. «¿Que si he tenido miedo? Sí, desde luego que sí. Incluso una vez tuve que cogerme la baja, lo que pasa es que luego esa sensación se diluye con el tiempo y porque esos episodios se compensan con el trato de otras personas que son muy agradecidas y muy cariñosas», asegura Rosa, para explicar que «la sanidad no ha empeorado, pero sí es verdad que no hay profesionales suficientes porque cada vez hay más personas que necesitan atención y por ello la sociedad está como encrespada. Y en estos casos los paganos somos los más directos, sobre todo las enfermeras, las que estamos en medio», defiende para reclamar más medidas de control en los accesos al complejo hospitalario.

«En mi trabajo yo no puedo estar seguro en ningún momento», destaca carlos, enfermero riojano en un prisión andaluza

Carlos es un profesional riojano que pertenece al cuerpo de Enfermería de Instituciones Penitenciarias, destinado en prisiones de las islas y del sur peninsular. «Durante la mayor parte de mi carrera profesional no he tenido problemas, sí algunos encontronazos, pero en los cinco o seis últimos años sí que se han disparado. Llevo ya muchas amenazas verbales, aunque solo judicializo aquellas que son de atentado contra mi vida, y he tenido que ir ya en dos ocasiones a juicio».Su colectivo está integrado por medio millar de profesionales que deben atender a los 46.000 internos de todas las cárceles y centros de tercer grado del país, muchos de ellos con problemas de drogadicción, psiquiátricos y de todo tipo. «Ocurre en toda la sanidad, hay más crispación, pero claro mi ámbito laboral es más conflictivo aún. En mi entorno de trabajo yo no puedo estar seguro en ningún momento desgraciadamente, porque hay pacientes peligrosísimos y solo me separa de ellos una simple mesa y la persona que debe auxiliarme si le doy al botón está a 50 metros», concluye.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad