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No hay ni una familia tipo ni un menor tipo. El perfil tanto de los chavales que cumplen condena en el centro Virgen de Valvanera como el de sus familiares es variado. «Hace 20 años podíamos hablar de familias desestructuradas, pero ahora mismo ¿qué familia ... no es desestructurada?». Quien así lo dice es María Hernández, directora de esta instalación en la que los menores cumplen una medida de privación de libertad. El origen de los problemas es similar en la mayoría de los casos y no influye tanto la situación familiar como los límites y las normas que se hayan marcado en esos hogares.
Conocedora del terreno que pisa, Hernández asegura que con el tiempo y el trabajo multidisciplinar que realizan, «los menores acaban viendo la norma como algo justo, que se les dice desde el cariño, para aprender». «Incluso llegan a decir qué fácil habrían sido las cosas si me hubieran marcado unos límites».
María Hernández
Directora del centro Virgen de Valvanera
Las familias son parte fundamental en ese proceso porque también a ellas hay que darles herramientas para que sepan abordar determinadas situaciones. Cuando van a tener las exposiciones, como así denominan en el centro a los encuentros de los menores con sus padres, se reúnen con ellos y firman una especie de «contrato conductual» por el que «se comprometen a cumplir una serie de requisitos en los que tienen que estar de acuerdo la familia, el centro y el menor». Cuestiones como el horario de entrada y salida de los hogares, así como las tareas que tienen que hacer.
Cuando el menor llega a Valvanera, lo primero que se le ofrece es un «acogimiento desde la cercanía», explica. «Le acogemos, le ofrecemos lo que necesita, le asignamos una habitación y le vamos conociendo poco a poco». A partir de ese momento un equipo multidisciplinar acompaña y guía a los menores que siempre están supervisados por un educador que es, a la postre, el modelo a seguir: «así se come, así se hace la cama, les tenemos que enseñar desde lo más básico», pero sin perder nunca de vista las normas.
A partir del próximo mes de marzo, La Rioja contará con un nuevo recurso para los menores. Se trata, según explica la consejera de Salud y Políticas Sociales, María Martín, de siete plazas de convivencia familiar que en la práctica es el último paso con los chavales una vez que abandonan el centro de menores y antes de que se reinserten en la sociedad. «Valvanera no es una prisión, pero sí es un entorno en el que ellos se tienen que dar cuenta de que han cometido un delito, estas unidades son más un piso familiar, un piso tutelado», detalla.
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