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Hasta Pedro Sánchez tuvo que reconocer esta semana, desde el atril del Congreso, su perplejidad ante la culminación de las negociaciones para investir presidenta de La Rioja. En réplica a Pablo Iglesias, el presidente en funciones le afeó en el pleno que rechazara ... aquella propuesta donde se contenía una vicepresidenta y unos cuantos ministerios para Podemos y se preguntó en voz alta qué hubiera respondido el líder morado si, en vez de una oferta tan generosa, le hubiera trasladado una de pacotilla. Como esa Consejería creada a la medida de Raquel Romero en La Rioja. Sánchez vino a expresar con un alarde de sutileza lo que cualquier observador hubiera concluido con mayor rotundidad: que esa cartera de Participación tiene todo el aspecto del juguete que se regala a una criatura traviesa para que deje de dar la murga. En el caso de la consejera Romero del flamante Gobierno Andreu, de momento sin éxito.
Porque la Consejería donde anida Romero en compañía de sus asesores manchegos, que se buscan la vida por La Rioja con el auspicio de su jefe máximo (Iglesias) una vez que han decidido convertir la política en su profesión, tiene todo el aspecto de convertirse para el PSOE en un dolor de muelas. Incluso una oposición tan alicaída como la encarnada por PP y Ciudadanos encuentra en esos despachos que acaban de estrenar en la Bene los dirigentes morados la ceja abierta del nuevo Gobierno. Ahí van a seguir golpeando hasta que la herida se agrande, con la esperanza de agrietar los cimientos del Palacete y hacer suyo el enojo con que amplias franjas socialistas se resignan a aceptar a esos complicados compañeros de viaje que nacieron en el acuerdo de Gobierno: por Martínez Zaporta algunas voces se preguntan cómo es posible que Andreu consienta albergar en su organigrama a alguien como Herrera. Capaz de insultos tan vejatorios para una rival política como incapaz de rectificar en tiempo y forma, de manera creíble, tanta infamia. Y arrastrando a ese campo tan embarrado a sus compañeros de Gobierno, con su jefa al frente.
Todo Gobierno merece, según el canon clásico, cien días de condescendencia. Un cheque en blanco que está lejos de vencer en el caso de Andreu y su equipo. Pero esa especie de limbo acrítico es también una reliquia de la vieja política. En la nueva, bastan unos segundos para que los protagonistas de un cambio histórico en la vida pública de La Rioja se hayan convertido en la diana de todos los dardos. Se supone que en el PSOE lo asumen: en la misma tesitura se encontrarían sus rivales si nada más tomar posesión hubieran aflorado mensajes de su socio de Gobierno con esa carga calumniosa dirigida a una de sus dirigentes. Los reproches hubieran sido semejantes, aunque en dirección opuesta.
Pero también se supone que habrán captado por el Palacete que estos tiempos de la nueva política se parecen poco a los movimientos paquidérmicos propios de la anterior etapa y que en la misma proporción el nivel de cortesía ha menguado respecto a etapas precedentes: vuelan los puñales nada más tomar posesión. Aunque en algo les ayudará a Andreu y compañía el vertiginoso ritmo que acompaña a estos tiempos: su consuelo es que la próxima polémica tapará la anterior en un parpadeo. Con Romero y su equipo en la Bene no tardarán en enterrarse las ocurrencias del Mario Herrera del 2012 con otras genialidades más recientes. Seguro que ya está cavilando otras, con cargo esta vez al contribuyente riojano. Como también es seguro que sus travesuras representarán una jaqueca menor comparada con la que se avecina en Educación. Con Podemos se puede jugar. Con IU es más dudoso.
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