El castillo consistorial de Agoncillo
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Una formidable fortaleza medieval ejerce de ayuntamiento en Agoncillo, con sus dependencias adaptadas para usos municipalesUno se acerca al Ayuntamiento de Agoncillo con temor y suspicacia, como si de pronto fuera a salir por la puerta un concejal a caballo blandiendo gallardamente su lanza, con la cabeza cubierta por un casco y el cuerpo protegido por una adarga. Sobre la entrada, cerrada con una reja metálica, cuelgan cuatro pendones. Son las banderas de Agoncillo, La Rioja, España y Europa, pero desde lejos parecen emblemas de la casa de Borgoña o de algún otro remoto reino medieval.
Estas ensoñaciones a lo Walter Scott desaparecen en cuanto uno cruza el foso y traspasa el umbral del Ayuntamiento. No hay damiselas desmayándose ni robustos caballeros cruzados, sino pacíficos funcionarios que ojean expedientes y colocan post-it de colores vistosos en sus ordenadores. Desde el patio de armas, una escalera de piedra sube al primer piso, donde se encuentran los despachos de los grupos municipales, las oficinas y la sala de plenos. En el patio hay un pozo cuyo brocal está cerrado por una verja de hierro. Si uno se asoma, puede ver algunas plantas de refulgente verdor que crecen entre las piedras y una lámina de agua en el fondo. Por aquí y por allá están diseminados capiteles y estelas romanas, restos de antiguos asentamientos que aparecieron en las excavaciones y que demuestran que esta vega fértil que se tiende junto al río Ebro lleva milenios habitada.
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Al fondo del patio de armas se abre una puertecita que da a una sala de usos múltiples. De las paredes cuelgan fotografías que muestran cómo estaba el castillo de Aguas Mansas antes de restauración. Impresiona ver las imágenes de la fortaleza desvencijada y moribunda rodeada de casitas que le habían brotado como verrugas. «De niños nos colábamos por la parte de atrás y trepábamos hasta las ventanas. Hasta el año 65 habían vivido en él tres familias, pero luego quedó vacío y se usaba de almacén. Para nosotros era toda una aventura», recuerda la alcaldesa, Encarna Fuertes. De la restauración se ocupó el arquitecto Jesús Marino Pascual, que aún tiene fresca la impresión que le produjo su descubrimiento y el estado en el que se encontraba: «A finales de los setenta, antes de que llegase la autonomía, me encargaron la revisión del plan comarcal en Agoncillo y Arrúbal. Nos encontramos una situación lamentable, con calles sin pavimentar ni saneamiento resuelto. Y al lado del Ayuntamiento, un castillo que se utilizaba casi de basurero, envuelto en edificaciones que se apoyaban en sus muros».
Jesús Marino Pascual | Arquitecto
Con el apoyo de la Delegación del Gobierno primero y de la Consejería de Cultura después, Pascual se aprestó a la tarea de insuflar nueva vida al castillo. Fue una tarea apasionante, pero en absoluto fácil: «Lo más complicado fue asentar la estructura; estaba todo hecho un desastre. Lo primero que hubo que hacer fue una demolición muy selectiva, con mucho cuidado, para no dañar los elementos esenciales», apunta Pascual.
La habitación principal del castillo ejerce hoy de sala de plenos y tiene el mobiliario adecuado para las discusiones municipales, pero conserva su impronta medieval con dos formidables chimeneas abiertas en los muros y unos graciosos ventanucos, de aire juglaresco, que se asoman a un horizonte rectilíneo. El castillo de Aguas Mansas se asienta sobre un valle llano y sereno, salpicado de huertas, fincas y árboles, que se extiende hasta donde alcanza la vista. Es esta otra de sus singularidades: «No es una fortaleza que esté en lo alto de una montaña, sino en un territorio llano. Por aquí pasaba la vía romana y esa era una vía de comunicación muy importante en el mundo medieval, así que la misión del castillo era defender el paso», explica Jesús Marino Pascual.
Encarna Fuertes | Alcaldesa de Agoncillo
A la torre del homenaje, si uno no tiene pereza, puede subirse por una escalera –primero de caracol y luego recta– que va escalando piso tras piso hasta que acaba en una trampilla metálica por la que se accede al exterior. A dos palmos se ve la iglesia de Agoncillo, con una torre díscola, inclinada, que se va alejando del cuerpo central del templo como si estuviera sufriendo una crisis de fe. El pueblo entero queda a los pies. Es mediodía de un día nublado. Caen cuatro gotas y en las alturas sopla un vientecillo desagradable. Por las calles circula a estas horas un coche con altavoces que anuncia a todo trapo la presencia «por primera vez de España» de un circo francés con payasos y sin animales.
De regreso al patio de armas, Encarna Fuertes cuenta a los cronistas que esta semana hay una boda programada. Casarse en el Ayuntamiento de Agoncillo va más allá de celebrar un trámite administrativo en una sala aséptica. Los novios pueden alardear de haber contraído matrimonio en el castillo del rey Carlos el Malo de Navarra, de los condes de Siruela, de los Medrano, de los Frías Salazar. «Pocos municipios en España podrán presumir de tener un ayuntamiento como este», sonríe con orgullo la alcaldesa.
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Estíbaliz Espinosa | Logroño
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