La Biblioteca tiene una zona muy transitada, llena de lectores y estudiantes, y otra oculta. Aquí llegan los libros, se catalogan y se guardan en los depósitos
De un modo extraño, la Biblioteca Pública de La Rioja, recientemente bautizada con el nombre de Almudena Grandes, parece un iceberg. Hay una parte visible y transitada, que se asoma a la calle Mayor, y otra oculta, casi secreta, en la que libros, revistas e incluso discos duermen un sueño de años, a veces incluso de siglos, con una enigmática señal en el lomito. Las escaleras centrales del viejo edificio de Tabacalera, antiguo convento de La Merced, separan las dos zonas. Los estudiantes se van a la derecha, con sus mochilas desfondadas por el peso de unos formidables tochos, tal vez de Derecho Administrativo. En la zona de lectura, en el segundo piso, reina un silencio sólido y crujiente, un silencio tejido de cuchicheos, toses y estornudos. Abajo está el área de préstamos y más abajo aún, junto al vestíbulo, la sala infantil, que a esta hora, en día lectivo, ofrece al visitante una soledad de colorines.
En el ala izquierda del edificio, sin embargo, apenas se mete nadie, salvo quienes deciden entrar en la hemeroteca para leer periódicos y revistas en papel. El resto permanece oculto a los visitantes. Sin embargo, es aquí en donde late el corazón de la Biblioteca, que bombea cotidianamente la sangre de letras que necesita este organismo para sobrevivir. La Biblioteca compra las novedades en librerías de la ciudad, las cataloga y las ofrece en préstamo al ciudadano. Es esta su misión más conocida, pero no la única y tal vez no la más importante. Además, debe proteger y catalogar el patrimonio bibliográfico riojano, cuidar la biblioteca virtual y el archivo web... «Son trabajos que consumen muchos recursos y requieren especialización», aclara Josu Rodríguez, director de la Biblioteca 'Almudena Grandes'.
De su mano, los cronistas van conociendo las salas escondidas de la Biblioteca. Habitaciones amplias, llenas de estanterías y de libros, que esconden algunas sorpresas. La sala de depósitos, por ejemplo, está ya casi al límite de su capacidad. Por los ventanales se cuela la luz del patio. Pegados a una pared, en una estantería menor, hay una colección de viejos discos de vinilo. Forman parte del antiguo fondo discográfico de Radio Nacional de España. El cronista coge un 'single' al azar y mira la portada: aparece una fotografía de Regina dos Santos, una vedette brasileña que actuaba en El Molino de Barcelona y salía mucho en la televisión de los noventa. Uno podría pasarse días enteros buceando en los fondos abisales de esta insólita discoteca.
Junto a las estanterías de los libros hay otros armarios blancos y de líneas muy horizontales con una leyenda: «Planario». Ahí se guarda una copia de todos los carteles, ordenados por años, que han ido a imprenta. Basta con abrir un cajón para encontrarse con anuncios, más o menos sofisticados, de conciertos, de partidos de pelota, de fiestas populares. Hay carteles muy humildes, nacidos para acabar colgados en las vitrinas de un bar o en un tablón de corcho, que sin embargo hoy adquieren una importancia inesperada: podría contarse un pedazo de la historia de nuestros pueblos, de nuestro país incluso, con estas hojitas volanderas.
Al final del pasillo de la segunda planta, en una sala con condiciones de humedad y de temperatura muy controladas, se guarda el fondo antiguo, con unos 10.000 volúmenes: manuscritos, incunables (impresos antes del siglo XVI) y otras venerables reliquias que solo se ponen a disposición de aquellos investigadores a los que no les basta la consulta informática y necesitan hojear el volumen físico. Sobre la mesa, junto a unos guantes blancos, como de mayordomo, que se utilizan para manejar los libros sin dañarlos, reposan ahora tres ejemplares: la fabulosa Biblia Políglota Complutense, monumental empresa auspiciada por el cardenal Cisneros; la Crónica de Juan II, libro que procede del IER, y un 'Tractatus sacerdotalis' de Nicolás de Blony, impreso en Logroño por Guillén de Brocar en 1503, última adquisición de la Biblioteca y estrella de la exposición 'Con privilegio real', que se inaugura hoy aquí sobre el trabajo de Brocar, «primer tipógrafo de Logroño». Hay un hilo que enlaza aquellas aventuras iniciáticas de don Arnao Guillén de Brocar con este edificio que tantas vidas vivió antes de convertirse en refugio de libros y lectores.
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