Un camino a la derecha
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«Somos una sucesión implacable / de incompetencia / y ensañamiento», Borja Sémper ('(DES)AMOR')Apenas unos días después de que prometiera una estrategia más moderada al frente del PP, Pablo Casado imitó a su rival, el veleidoso presidente del Gobierno, cambió de criterio sobre la marcha y obligó a su partido a tomar la peor decisión que ... puede adoptarse en política: hacerse eco. Hacer seguidismo de la última jaimitada de su hermano pequeño, conduciendo por lo tanto al PP hacia los extremos más polarizados, el rincón donde nunca se ganan las elecciones. Dejando de nuevo el centro vacante para que lo ocupe por ejemplo esa clase de votante tibio que suele apoyar a quien reside en Moncloa por el simple hecho de alinear su papeleta con las siglas que estén de moda. La ocurrencia de Casado, que complica de paso la vida a sus territoriales repartidas por toda España (también en La Rioja, donde su partido necesitaría otro tipo de ayudas) evidencia que sigue sin haber interiorizado su doble derrota en las generales y demuestra de paso lo que aspira a ser de mayor: un líder inconsecuente, poco fiable y menos creíble. Su modelo es Pedro Sánchez. Que al menos sí sabe cómo ganar elecciones.
La decisión del líder del (por ahora) principal partido de la derecha española de someterse a la estrategia que le dictan otros resulta tan artificial y nada convincente como se deduce de una contradicción reciente: dos portavoces riojanos del PP dijeron en La Rioja cosas distintas, con 24 horas de diferencia, respecto al mismo asunto. Así como su portavoz parlamentario se encogió de hombros preguntado el lunes sobre la postura de su partido a propósito del veto parental, la exconsejera Begoña Martínez ofreció al día siguiente una reacción más templada y sensata sobre este particular. El ciclo informativo, que antaño se regulaba según el canon de las 24 horas, ha saltado por los aires y se lleva por delante a todos los protagonistas de la vida pública, aunque cabría esperar una moderación superior de quienes desempeñan alguna responsabilidad en lugar de comportarse como desaforados galgos en un canódromo, persiguiendo a una falsa liebre. De mentirijillas. Como el PP corriendo tras Vox.
Porque semejante disparate tendrá consecuencias allí donde se examina todo partido. En las urnas. Dejando el flanco abierto en su zona central, Génova no sólo fortalece al PSOE, que puede ocupar ese espacio hoy deshabitado, sino que compitiendo por el mismo nicho ideológico en un extremo del arco parlamentario pone en duda sus auténticas convicciones y valores. Y el votante, entre originales y sucedáneos sobrevenidos, suele decantarse por los primeros. De ahí el temor que confiesan algunos dirigentes riojanos del PP: sospechan que a su derecha no dejan de mordisquear la cuota electoral que antes fue suya en solitario. Con coste cero para Vox. Limitándose a recoger los beneficios de la confusión triunfante en Génova.
Esa inquietud sobrepasa por Duquesa de la Victoria la coyuntura reciente, con la salida de su número dos, gestionada de manera tan chapucera como la revelación de que su jefe dice adiós de esa manera tan suya: se marcha pero en realidad se queda. La preocupación que atenaza al PP es más de fondo. La propia de quienes se preguntan dónde está su partido y hacia dónde va. En la interpretación bíblica de los Hechos de San Pedro, se cuenta que cuando el protagonista escapaba de Roma tropezó con Cristo, representado con la cruz a cuesta. A quien lanzó el apóstol la pregunta célebre, aquello de 'Quo Vadis?, la misma interpelación que ahora se hacen los dirigentes del PP, desnortados como sus militantes. Tal vez porque recuerdan la contestación que obtuvo San Pedro: su líder le espetó que iba a Roma para ser crucificado de nuevo. Un futuro escalofriante para unas siglas cuyos problemas no paran de crecer, sometidas a demasiados vaivenes desde que declinaron ausentarse del debate ideológico.
Incapaz de adaptar su discurso a los nuevos tiempos, muy volátiles, el PP parece tan encerrado en su ensimismamiento que no encuentra la salida del laberinto y cae en todas las trampas que le tienden sus contrincantes. En la encrucijada en que se encuentra, tentado de radicalizar su mensaje aunque sea a costa de dejar huérfano al votante menos ideologizado, sigue sin acertar con el camino que siempre habita a la derecha del arco parlamentario. El mismo espacio del que desertó Ciudadanos, con consecuencias conocidas: de 57 diputados en las Cortes, a sólo 10. Aunque la semana saliente deja buenas noticias para la formación naranja: su respuesta a la polémica nacida en Murcia y extendida por todo el país permite concebir cierta esperanza de que Inés Arrimadas no se haya extraviado por el mismo itinerario donde se perdió su antecesor. La esperanza que está a punto de perderse aguardando en el PP una reacción similar. Aguardando a que resucite su gen ganador, luego de los dos años que deberá pasar en La Rioja con respiración asistida. Con un liderazgo convaleciente, puesto en cuarentena por el principal interesado en aferrarse a sus cargos pese a su mejorable balance: su larga serie de derrotas electorales. Menos graves que la imparable pérdida de credibilidad.
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