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Santiago, Jesús y Francisco, entre colza y cereal, se acercan a Santo Domingo con paso firme y mejor humor.

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Santiago, Jesús y Francisco, entre colza y cereal, se acercan a Santo Domingo con paso firme y mejor humor. JUSTO RODRÍGUEZ

Por el Camino de los caminos

Peregrinos. Tras decaer el estado de alarma, son aún muy pocos los caminantes que atraviesan La Rioja hacia Santiago; pero la ruta los echa de menos y los espera

Toño Del Río

Logroño

Domingo, 16 de mayo 2021, 02:00

No son las diez y el parque de La Grajera, a una hora a pie del centro de Logroño, presenta una actividad que sorprende al caminante. Le recibe una pareja que martillea acompasadamente para partir algunos kilos de nueces que esperan turno sobre la mesa de piedra. La monótona banda sonora se apodera del pinar junto al aparcamiento. Una ardilla, ajena, se hace querer y la mujer le tiende un fruto que el animal toma con admirable naturalidad. Una familia que ordena lo que uno se imagina son las viandas de un inmediato almuerzo que ocupa otra mesa al lado del camino que se pierde junto a la casa del guarda. El camino es el Camino de Santiago, la gran ruta europea que, como una cicatriz, surca La Rioja de oriente a occidente y España casi desde los Pirineos hasta Finisterre. La que nace en Logroño es la octava etapa de 33 y en La Grajera, el peregrino recupera el contacto con el medio rural, los suelos de tierra y guijarros y los paisajes agrestes. Su hábitat, en definitiva.

El Camino, que es sinónimo de espacio abierto, aire puro y cero aglomeraciones, ha sido otra víctima del virus. Desde marzo de 2020 mantiene sus constantes vitales bajo mínimos. Los sucesivos confinamientos, perimetrajes, estados de alarma y de ansiedad se han cargado el que tenía que haber sido un brillante Año Jacobeo, un acontecimiento que enraíza en lo religioso, lo cultural, lo histórico, lo social y lo económico catorce veces cada siglo, cada vez que el 25 de julio, festividad de Santiago, cae en domingo. Un dato: en 2019 pasaron por Logroño más de 25.000 peregrinos de a pie; en el 2020 no sumaron ni un centenar.

Ciclistas, basura y obras

El Camino abandona Logroño bordeando el pantano de La Grajera primero y asomándose a los viñedos experimentales del Instituto de la Vid y el Vino. En tiempos mejores, este era un buen punto para hacerse una idea de cómo andaba de concurrida la jornada. Ahora, el único aliento que se nota es el de los ciclistas que aprovechan una mañana extraordinaria para pedalear. Aunque un poco más adelante, ya subiendo al alto de La Grajera, los restos de presencia humana son tan evidentes como impresentables. Plásticos y otros residuos afean, y cómo, la última huella del peregrino antes de dejar Logroño y asomarse a Navarrete.

Superado el alto (y con él hay algo de fortuna, superadas también las obras de los enlaces de la AP-68, rácanos de las flechas amarillas que van trazando el Camino), la ruta vuelve a llanear hacia Navarrete. Cerca de las ruinas de San Juan de Arce sale al encuentro, como una aparición, una peregrina. La primera de la jornada. Camila Carnero es una joven argentina de la septentrional Jujuy. Con hablar tardo cuenta que apenas ha tenido contacto con media docena de viajeros desde que salió de Roncesvalles hace una semana. Carga una pesada mochila. Los mochileros que trajinan equipajes de albergue en albergue no están activos. Lógico si los hospedajes donde alimentan su pequeño negocio de mudanzas están cerrados. El albergue municipal de Logroño, que gestiona la Asociación de Amigos del Camino, lleva meses a cal y canto. Su presidente, Juan Cruz Cabrito, espera poder volver a abrir en junio, si se empieza a adivinar la llegada de caminantes. En la capital riojana hay media docena larga de albergues privados que andan con la misma esperanza. Llevan más de un año sin negocio.

El de Navarrete tampoco opera. En la terraza de la Bocatería Move, junto a la preciosa iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, otra pareja de peregrinos, de Burgos, da cuenta de un bien surtido desayuno antes de reiniciar la marcha hacia Nájera. Se despide con la cordialidad que es común en esta ruta.

En menos de una hora, el caminante enfila el Kilómetro del Arte, un pasillo natural jalonado de magníficas fotografías que conduce a Ventosa, el penúltimo hito de esta etapa, donde una terraza semivacía está llamando a gritos tiempos mejores. Y gente.

Nájera tampoco ofrece mejores sensaciones. Demasiado ajetreo urbano y ningún caminante. Las puertas de los albergues, llenas de polvo, anuncian cierres sine die. Solo mantiene la respiración uno, Las Peñas, en la empinada calle Costanilla, donde empieza la novena etapa del Camino. Félix Díaz cuenta que esa noche han dormido cinco peregrinos. Y detalla un registro previo de entradas que de mínimas hacen inverosímil la sostenibilidad del amable establecimiento que defiende hace cinco años en la que fue su casa familiar. Félix se muestra increíblemente optimista, aunque se queja, parece que no sin razón, de que no ha recibido ni un euro, ni una sola ayuda pública de todas las que ha solicitado.

Ballet en la cebada

Hacia Azofra, el Camino flota entre viñas en floración y fanegas de cereal. El periodista alcanza a Santiago y a Luca. El primero es un catalán disfrutón en «su» Camino. Luca es francés, lleva mil kilómetros entre pecho y espalda y los pies desechos. Se ayuda con un bordón al andar. Mala pinta. Unos metros por delante garbean Jesús y Francisco. Los dos son de Buenos Aires, del mismo barrio y casi de la misma cuadra. Pero se han conocido en Roncesvalles. Cuentan algunas dificultades para encontrar albergue. Casi todo está chapado. En Logroño han dormido en el parroquial de Santiago y se deshacen en elogios. Esa noche caerán fritos en la Casa de las Sonrisas, de Grañón. Les quedan aún casi 20 kilómetros por delante.

Hasta Cirueña, el espectáculo está en las nubes que trufan de algodón el cielo azul y en la armonía del ballet de la cebada y los trigales gobernados por el viento del norte. Aunque de ese ensimismamiento sale uno según se adentra en la horrorosa urbanización del campo de golf. También hay ganas entre el poco vecindario que se saluda de que vuelvan a pasar los peregrinantes.

El tirón hasta Santo Domingo es colosal. Una recta infinita rasga a cuchillo un paisaje fértil teñido con toda la paleta de verdes que aporta el cereal y el amarillo intenso de la colza. A lo lejos se adivina otra pareja de peregrinos llegando a la ciudad del Santo Abuelito. El periodista lo hace un buen rato después y descubre que el acceso del Camino al casco urbano es mejorable. Quizá porque no puede ser de otra forma. Aunque ya ha pasado una hora del mediodía apenas hay tránsito en la calle Mayor. A esta arteria del Camino le falta sangre. Pero el corazón que la alimenta apenas late. Necesita, como toda la ruta de Nájera a Grañón, de Roncesvalles a Santiago, oxígeno. El oxígeno que son los peregrinos.

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