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Algún diputado asistió el miércoles a la magistral conferencia que impartió Mario Vargas Llosa en el Círculo, donde también se dejó ver el consejero de Educación. En sus palabras, el premio Nobel reflexionó sobre los entresijos del proceso de creación, la construcción de ese mundo ... de fantasía que reclama todo el talento de un escritor. El contraste entre su discurso y la construcción de este otro mundo de fantasía que con ocasión de cada pleno se levanta en el Parlamento resultaría brutal para quienes compararan esas dos tareas: sobre todo, en esta fase inicial de la X Legislatura, a cuyos actores tanto les cuesta distinguir entre las distintas caras de la realidad, como le ocurre también a un novelista. En el caso del antiguo convento de la Merced, resulta de hecho muy delicado identificar cómo se ejerce el Gobierno y cómo la oposición. Tienen suerte sus señorías: han sido tan generosamente dotadas de asesores con cargo al contribuyente que, más temprano que tarde, el motor del Parlamento terminará de arrancar y también el del Palacete para dicha de los asistentes a estas sesiones. A quienes, como advirtió desde el PP la exconsejera María Marín, nos está de momento vetada la alegría.
Aludía la diputada a la falta de ilusión que detecta entre los miembros del equipo de Concha Andreu en esta fase inaugural de su mandato, en comparación con el traspaso de poderes acometido hace cuatro años, una auténtica fiesta como se recordará. Todo son contrastes: se observa en la tendencia a la paradoja que tanto seduce a los parlamentarios del PP, a quienes el aumento de altos cargos en el Gobierno les inquieta menos que ese acuerdo que estrenó las sesiones parlamentarias y concede una salida a quienes fueron desairados con su derrota en las urnas. La pérdida de legitimidad en el discurso suele ser el primer síntoma de ese momento terrible en que un político no acierta con la tecla adecuada aunque no conviene desesperarse. Ocurre que, pese a su veteranía, el principal grupo de la oposición carece de experiencia en las labores de control al Gobierno. Pero ya la adquirirán, en cuanto dejen de añorar los felices días en que controlaban el BOR y regaban de frontones La Rioja interior, a costa según denuncia el Gobierno entrante de vaciar el convenio de capitalidad para Logroño. Una particular teoría de los vasos (de vino de Rioja) comunicantes.
Ese mensaje que trasladó con la solvencia habitual el consejero Francisco Ocón tuvo la virtud de elevar algo el tono del debate. Un poco de política no está de más en el Parlamento. Y Ocón la garantiza: promete días de gloria también de consejero, como la principal estrella de la sesión, Sara Alba, convertida en la diana favorita del PP, porque sus compañeros juegan de momento de falso nueve. Sombras contra las que apenas se puede lanzar algún dardo. Y Alba encaja bien: no parece que por ahí vaya a encontrar el PP la rendija que agriete el bloque gubernamental, porque sabe pasar al ataque sin perder la compostura, con su sonrisa perenne y la media voz que emplea sin embargo con facilidad. Se le entiende muy bien lo que dice. Y lo que quiere hacer: cambiar el modelo sanitario. Un ambicioso plan para el cual le vendría bien atender el consejo que ofreció la otra noche Vargas Llosa mientras recordaba el bautizo de su vocación como escritor: le dio por cambiar los finales de las novelas que leía. El camino más corto entre la realidad y la ficción. El que aguarda a Alba y al resto de consejeros.
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