Debemos reconocer que la política británica nos está dando mucho entretenimiento mientras esperamos tranquilamente el apocalipsis. A estas frivolidades del humor político se dedicaban en exclusiva los italianos hasta hace cuatro días, pero en las islas se han propuesto superarlos. Y eso pese a los ... esfuerzos de un Berlusconi convertido en máscara de sí mismo, que apura sus últimos días entre vodkas y lambruscos. Ha conseguido don Silvio –y no es pequeña hazaña– que Giorgia Meloni, esa ultra chillona que un día alborotó un mitin de Vox, parezca de pronto una señora mesurada y racional.
Pero los británicos, ya digo, han entrado en el mundo de la comedia política y, puestos a elegir referentes, en lugar de a los Monty Pyton han preferido a Benny Hill. A Liz Truss le han echado los mercados por querer bajar impuestos a los ricos y eso no puede sino ser una señal más de que el armagedón está cerca. ¿Pero no habíamos quedado en que los mercados, malvados por definición, se cargaban a los democráticos líderes de la izquierda más pura, tipo Tsipras el Griego? ¿Acaso se han vuelto de repente los mercados seres benéficos y filantrópicos que velan por los pobres de la tierra y consideran intolerables las bajadas indiscriminadas de impuestos? El mundo está tan raro e inexplicable que ni siquiera parece descartable el regreso de Boris Johnson, tal vez con un renovado cargamento de vino español y champán francés y con un lote de bermudas floreadas por estrenar.
Yo les confieso que ardo en deseos de ver a Boris entrar de nuevo en Downing Street porque sus fiestas prometen ser épicas y sin freno alguno. Si Marx aseguraba que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa, ¿qué sucederá ahora, cuando la primera vez ya fue una farsa? ¿Llegará con el segundo Boris la tragedia o la farsa alcanzará proporciones amazónicas? El hecho de que en estos momentos esté la corona en manos de Carlos Tres Palitos le añade su puntito estrafalario; aquí puede pasar cualquier cosa.
El gran mérito de todo esto que está sucediendo en el Reino Unido, y que no se valora lo suficiente, es que el Partido Conservador ha decidido suicidarse cuando disfruta de una plácida mayoría absoluta en el Parlamento de Westminster. Boris Johnson, que al menos es un patán culto, abandonó Downing Street diciendo «hasta la vista baby» y acordándose de Cincinato. Caramba, Cincinato. No sé si Liz Truss pilló en ese momento la indirecta, pero, si no, estará a punto de hacerlo.
Nos recuerdan los historiadores de la Antigua Roma que Cincinato fue un general patricio al que la república acudía cuando se veía en grave peligro. Los emisarios iban a llamarlo al campo, donde residía y araba su huerto, y lo convencían para convertirse en dictador con plenos poderes. Cuando echaron a Boris, se marchó de vacaciones a la República Dominicana, aunque anunció que se iba al campo «como Cincinato» para extremar el paralelismo. Si ahora el Partido Conservador lo reclama otra vez, se habrá cumplido su profecía.
Estas peculiaridades no solo se dan en la lejana Britannia. También en este pequeño jardín a orillas del Ebro tenemos algunos Cincinatos que han vuelto al campo y están arando la viña a regañadientes. No sabemos qué pasará por su cabeza, pero las próximas elecciones autonómicas prometen emociones fuertes y no solo para conocer al ganador. Habrá puños al viento, gestos de victoria, ramos de flores, peticiones de puestos bien remunerados..., ¿pero qué sucederá en el partido perdedor? Eso sí que va a ser bonito de ver.
Ni el PSOE ni el PP han cauterizado sus heridas, aunque en el caso de los primeros el poder funciona como un fabuloso betadine. Los populares, por su parte, están jugando este partido con una torpeza de defensa leñero y ahora se han visto obligados a asumir un grosero dedazo a falta de siete meses para las elecciones.
El que pierda (y perder significa no poder formar gobierno) ya puede ir preparándose para la verbena. Me imagino a estas alturas a Francisco Ocón y a Alberto Bretón labrando sus campos y leyendo con una sonrisa malévola la sorprendente historia del cónsul Lucio Quincio Cincinato.
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