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La política como esperpento ingresa en el territorio del limbo. Cuando sus señorías se instalan en esa tierra de nadie donde los papeles no terminan de repartirse, resulta natural que proporcionen escenas lindantes con el teatro del absurdo. Observada la primera sesión de ... la hipotética investidura de Concha Andreu desde la tribuna de prensa, la imagen del asiento vacío en la Mesa del Parlamento, el que debía ocupar José Ignacio Ceniceros en su nuevo rol bipolar (sigue de presidente del Gobierno en funciones), sirvió para recuperar el aroma de momentos igual de delirantes en otros Legislativos. El español, por ejemplo, durante aquella estupefaciente moción de censura de otro presidente hoy en funciones (Pedro Sánchez) que entonces sólo aspiraba a serlo. Cuyo antecesor prefirió irse al bar de la esquina mientras dejaba su propia silla vacía, ocupada de urgencia por el célebre bolso de Soraya Sáenz de Santamaría, del que nada se ha vuelto a saber.
Como de Ceniceros, por cierto. Desde que abandonó su propio banco azul para ocupar su nuevo cargo, sus apariciones son tan contadas como sus declaraciones. Debe auscultarse su opinión sobre la coyuntura política en la región que aún preside a través de sus silencios. O de sus gestos. De los que poco puede deducirse: fiel a su espíritu, asistió este lunes al amago de entronización de Andreu como una esfinge. La gesticulación era cosa de su lugarteniente, Jesús Ángel Garrido. A quien cualquier día habrá que cobrarle la entrada en el Parlamento a cambio de lo bien que se lo pasa.
Porque este lunes no paraba de sonreír. Y hasta de reír, benditos sean los plenos de investidura que tanta gracia le hacen al menos a alguien. Garrido fue quien mejor se lo pasó mientras la aspirante socialista desgranaba su programa, que le debía parecer al portavoz del PP una sucesión de chistes. El más aclamado, su mención a un cambio en la política tributaria. Tronchante, según los escaños que albergan a sus rivales. Por el contrario, en casa encontró Andreu alguna comprensión a tanta carcajada: a la líder del PSOE le interrumpieron en hasta diecinueve ocasiones los miembros de la sinfónica socialista que mantiene bien empastada Francisco Ocón. La descarga de aplausos que hizo la número veinte fue esa ovación final que compitió en decibelios con las menciones a Rubalcaba y la memoria histórica, los dos párrafos de su discurso que los suyos recibieron con más alborozo. Como si los aplausos sirvieran de terapia para sobrellevar un presente muy rico en contratiempos. Esas nubes negras que ni estaban ni se les esperaba en la triunfal noche del 26 de mayo.
Desde entonces, en mes y medio, las cosas pintan feas para el PSOE. Aunque preside la Cámara y extiende un insólito dominio por La Rioja municipal, no termina de encontrar las llaves del Palacete, extraviadas en esa mesa de negociación con Podemos que tan feliz hubiera hecho a los hermanos Marx. El pleno de este lunes arrancó todavía peor para sus intereses, porque se inauguró con la noticia de que también Sánchez se había hartado de las estrategias moradas. Y culminó con otra noticia contradictoria: en Asturias, un presidente socialista lograba en su Parlamento el premio que la Cámara regional le niega a Andreu. Quien también se unió al rosario de sonrisas luciendo radiante la suya durante toda la mañana. A ratos, parecía de compromiso. El gesto con que pretendemos espantar los malos augurios, cuando pretendemos que la realidad no logre amargarnos nuestros planes. Que en su caso señalan más allá del mandato que todavía tiene pendiente de estrenar: hacia el 2025, nada menos, apuntaba alguna de las medidas contenidas en su intervención. Para entonces, se supone que La Rioja ya tendrá Gobierno. Desde este lunes, vistos los semblantes dominantes en las bancadas del PP, al menos ya se sabe dónde se sienta la oposición.
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