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A Concha Bravo el cerebro le empezó a hacer cosas extrañas hace unos meses. No le dio importancia; apenas lo notó. A veces olvidaba el título del libro que explicaba a sus alumnos o no recordaba con quién había mantenido una conversación, pero no era consciente de sus lapsus o los disculpaba creyendo que eran achaques de la edad. «Son mis hijos los que se dieron cuenta de que algo no funcionaba bien, de que estaba un poco ida», señala.
Concha Bravo estaba acostumbrada a mantener un frenético ritmo de vida. Catedrática de Lengua y Literatura en el IES Cosme García, luego fue directora de una cátedra de emprendimiento en la Universidad Católica de Murcia. Al tiempo, desarrollaba una intensa carrera política, siempre en el Partido Popular, que le llevó desde el Ayuntamiento de Logroño al Parlamento regional y al Congreso de los Diputados. «Siempre he tenido la sensación de que me podía dar un ictus por el ritmo de vida que he llevado, siempre al límite, como vivimos en política», dice.
No fue un ictus; fue algo más raro. Hacia el mes de mayo, la frecuencia y entidad de los olvidos aumentaron. Sus hijos comenzaron a preocuparse de verdad cuando, al cocinar, se dejaba los fuegos encendidos. «Hay cosas curiosas –apunta–. Del día de las elecciones, el 28 de mayo, que me tocó estar en el Cosme, me acuerdo de casi todo. Sin embargo, no recuerdo nada de San Bernabé. Lo que sí notaba siempre es un cansancio extremo. Llegaba a casa y me derrumbaba en la cama, lo que nunca me había pasado».
Bravo, pese a sus lapsus, seguía llevando el mismo ritmo de vida. «Yo me encontraba bien. De hecho, nunca pensamos en que podía ser alzhéimer porque yo no divagaba, todo lo contrario. Daba clases a emigrantes, volvía, iba a la parroquia, participaba en actividades...», explica. La situación fue empeorando en junio: «Desde el día de las elecciones hasta que me operaron, el 15 de julio, no me acuerdo de casi nada. Me dicen que me dejaban sentada en el bar de mi yerno, y yo tan tranquila. En realidad, nunca estuve asustada, al revés, estaba feliz. No era consciente de lo que me estaba pasando. Tenía algo de pesadez en la nuca, pero ni dolor de cabeza ni nada. Solo una sensación flotante, como de estar en otro planeta».
Le hicieron un TAC y enseguida apareció el culpable de su desmemoria, de su fatiga y de una cada vez más visible pérdida de movilidad: un quiste de buen tamaño, muy poco frecuente, alojado en una zona profunda del cerebro, el foramen de Monro. Era benigno, pero dificultaba el paso del líquido cefalorraquídeo y comprimía los fórnices, unas columnas por las que se vehicula la memoria a corto plazo. De ahí le venía la amnesia.
Concha Bravo
Expolítica y profesora
Concha Bravo
Expolítica y profesora
A la Clínica Universidad de Navarra llegó en una fecha comprometida, vísperas de San Fermín, pero el cirujano decidió que había que operarla cuanto antes. «Son quistes de crecimiento muy lento; cuando miden más de un centímetro ya se habla de tumores de alto riesgo, y el de ella tenía bastante más de un centímetro. Si el daño es reiterado, la memoria puede quedar dañada para siempre», señala Bartolomé Bejarano, director del departamento de Neurocirugía de la Clínica.
La intervención quirúrgica, con una técnica novedosa, poco invasiva, logró extirpar el quiste por completo. Como por arte de magia, Bravo recuperó 'ipso facto' su memoria y su vitalidad. «Cuando salí de la operación, con toda la cabeza vendada, pensaba que me habían abierto entera la tapa de los sesos, pero luego vi que era una incisión mínima. Solo estuve un día en la UCI y sentí que de pronto había desaparecido el cansancio y me acordaba de todo. No tomé ni un paracetamol. ¡Estoy como una de veinte!», sonríe.
Para la intervención en el cerebro de Concha Bravo, se utilizó el Nico BrainPath, una tecnología mínimamente invasiva que incorpora varias cánulas con una luz de xenon y un sistema de resección y aspiración de tumores. «La técnica es delicada y hay que planificarla muy bien», advierte Bartolomé Bejarano, director del departamento de Neurocirugía de la Clínica Universidad de Navarra. «A partir de una resonancia en 3D hacemos un estudio de las áreas cerebrales afectadas y de los fascículos que conectan esas áreas. A partir de ahí diseñamos el plan. Elegimos un surco cerebral y desde ahí introducimos la cánula, que va paralela a dos haces y no los secciona, lo que hace que el cerebro no sufra», explica. La técnica convencional, con una apertura amplia del cráneo, es muy agresiva; y la endoscópica, aunque menos invasiva, presenta problemas a la hora de operar en un sitio tan comprometido. «Con esta técnica, es más fácil extraer el tumor al completo. Eso es clave porque si queda algún resto, con el tiempo puede crecer».
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