Vecinos y veraneantes de San Vicente de Robres, aldea de Robres del Castillo, posan en la plaza de la Iglesia. D. M. A.

«Aquí estamos bien porque hay airecito sano, y si estamos cuatro, uno en cada esquina»

«Siempre hemos guardado las normas», asegura el alcalde, Ricardo García, y «no hemos tenido ningún positivo»

DIEGO MARÍN A.

Domingo, 1 de agosto 2021, 02:00

Lo que más llama la atención de San Vicente de Robres, la aldea de Robres del Castillo, es el silencio. Una brisa fresca amortigua el calor que azota Logroño y solo el rumor de los molinos de viento sobre la sierra de la Hez, que ... parecen a tiro de piedra, manifiestan la presencia de una industria. Es el valle del Jubera, tan agreste, tan rocoso, tan singular, tan escondido y tan hermoso.

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Con 29 habitantes censados, y 21 ya con la pauta completa de vacunación, es decir, el 72%, Robres es uno de los primeros municipios riojanos en alcanzar la inmunidad de grupo en La Rioja. Y aunque allí no han registrado ningún positivo en COVID-19, nadie esconde que la noticia supone una satisfacción y un poco más de tranquilidad, si bien las precauciones son prácticamente las mismas.

Regando su jardín a la entrada de San Vicente se encuentra Ricardo García, el alcalde de Robres, quien valora la inmunidad: «Supone bastante, aunque aquí siempre hemos guardado las normas. Ahora, quizá, no usamos tanto la mascarilla al aire libre, y antes la llevábamos puesta en todo momento, pero guardamos la distancia».

Allí la pandemia se vivió con cierta calma: «No hemos tenido ningún positivo»; y eso que triplicaron la población: «A Robres vinieron cinco familias y a San Vicente, otras tres durante la pandemia, pasando de 3 a 8 habitantes». Los habitantes son, en su mayoría, de edad avanzada, pero también hay una niña de 10 años escolarizada en Murillo, de una familia que es la única que vive todo el año en San Vicente.

José Barrio bromea con su propia edad. Afirma tener 29 años, pero se ríe al contestar y finalmente confiesa tener 92. No los aparenta. El aire del Jubera debe de ser muy bueno, está a 923 metros de altitud. Allí vivieron dinosaurios, es Reserva de la Biosfera y el pueblo está protegido, como un nido, por los montes Tejedo, Redondo y Cabimonteros. «Va al huerto todos los días», destaca Ricardo, que es su sobrino, aunque el tío aclara que «de visita». José Barrio ya está vacunado y admite estar «más tranquilo, así parece que no te va a entrar la enfermedad», si bien reconoce no haber tenido miedo: «Si te va a entrar, te va a entrar». Sabiduría popular enfrentada con la realidad: «Aquí subía la Guarda Civil y nos decían que no saliéramos de casa».

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«Desde la pandemia no vamos al bar a jugar la partida, solo nos tomamos una cerveza al mediodía, separados», dice Begoña

Begoña Barrio, hija de José, y de 62 años, expone que «el virus lo puedes pillar igual aunque estés vacunado», así que «desde la pandemia no vamos al bar a jugar la partida ni nada, solo, si acaso, nos tomamos una cerveza al mediodía, pero separados». También llama la atención que en un pueblo tan pequeño, tan apartado, tan empedrado y tan bonito, dispongan de una lustrosa casa de cultura. La aldea se forma alrededor de una calle principal llena de casas adornadas con flores que comienza en la iglesia y termina en el barrio de los corrales, donde el ganado pasta junto a viejas máquinas de telares.

Lo que más ha cambiado a causa de la pandemia es la presencia de la juventud. «Los chavales subían, hacían fiestas, cenaban juntos... y llevamos un año y medio en que la gente joven no viene más que con la familia; se ha perdido todo ese ambiente de juventud porque los que han venido, lo han hecho de visita, en cambio, antes venían a disfrutar», lamenta Ricardo, consciente de que «hay un grupo grande de chavales y chavalas que se juntan y se lo pasan bien aquí». Como esperándoles, como si el tiempo se hubiera detenido, se encuentra la plaza, una explanada soleada e impoluta en la que los columpios parecen a estrenar y un escenario parece pedir la presencia de una orquesta, siquiera un concurso de disfraces o, si acaso, una degustación popular.

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Marina, de 13 años, añade que «no hace falta ponerse tanto la mascarilla porque estamos mucho al aire libre» y cuenta que los jóvenes «bajamos al río, jugamos en el frontón, vamos en bici, pero siempre con precaución». «Ahora ya, por la noche, cada uno en su casa. Ya no nos juntamos», declara Begoña. Y Jesús Barrio, de 75 años, también sobrino de José, asegura que con la inmunización «se está mucho más tranquilo, pero seguimos prácticamente igual. Aquí estamos bien porque hay airecito sano y, si estamos cuatro en el pueblo, uno en cada esquina».

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