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Mencionar el Bar Najerilla en el distrito Nou Barris, zona norte de Barcelona, no lejos del Tibidabo, era pensar en las alubias pintas, en la delicada tapa de riñones al Jerez que preparaba Araceli Blanco y en un buen vino. Abierto desde la década de los 70, pronto hubiera cumplido medio siglo llenando de alegría y buena comida riojana uno de los barrios más populares, pero tras toda una vida de trabajo, ha llegado el momento de decir adiós. El negocio lo pusieron en marcha Araceli con su marido Santiago Rocandio, ya fallecidos, su hija Araceli Rocandio, su marido Juan José Arribas, y Pedro Rocandio. Apellidos que evocan el origen serrano de esta familia de Canales de la Sierra, que el 21 de julio de 1976 alumbró este establecimiento, lugar de paso de miles de parroquianos. «En el 63 fuimos a vivir a un piso que estaba justo enfrente del bar, al que mi padre iba a jugar a cartas y le llevaba las quinielas; un día supo que lo querían dejar y nos planteó a la familia cogerlo». Y así fue, dicho y hecho.
Pronto se convirtió en acogedor lugar de encuentro para los vecinos y un lugar reclamado por la calidad de sus platos: especialidades de la casa en las que se controlaba la materia prima, el fuego y el tiempo para elaborar los mejores bocadillos, cenas y tapas. En la carta, asaduras, callos, caracoles, sangrecilla y, la estrella, los riñones al Jerez». Pedro no puede evitar recordar a su madre, en los comienzos cuando no se descansaba ni una día a la semana y los parroquianos de fin de semana no se despedían hasta las tres de la mañana. Cuando esta aventura familiar empezó, Pedro tenía 18 años. Ahora, con los 65 recién cumplidos, los últimos con la ayuda de su hijo, ha llegado el momento de traspasar el negocio. «Seguirá como bar con otros propietarios, pero no con el nombre original, Najerilla es un nombre muy especial, vinculado a mi gente y desaparece igual que nos vamos nosotros».
En los desayunos ya comenzaba el movimiento. Y, a la hora de la comida, llegaban los maestros de los dos colegios vecinos y, como siempre, comida casera. En las cenas, siempre los mismos: grupos de jóvenes alejados de su tierra que, como recuerda Pedro, «dormitaban en habitaciones de alquiler». Dos jóvenes de aquellos aun volvían al Najerilla. Más que bar era un lugar de encuentro o «una sociedad cultural», destaca Rocandio en referencia al ambiente que se generaba en torno a las tertulias y el juego. Allí se jugaba al julepe, tute, póker..., y se echaba la quiniela. Acogió, además, uno de los equipos de fútbol más populares del barrio y era punto de referencia en la ruta de taxi Barcelona-Cehegín. Sin este local, la vida hubiera sido diferente para muchos de los clientes de este barrio obrero y uno de los más marginales de la ciudad. «Pero nunca tuvimos ni una pelea, ni un atraco, solamente un pequeño robo de un raterillo». Han sido muchos años, muchas vivencias y las anécdotas dan para escribir un libro.
«A finales de los 70 –cuenta Pedro– en una mesa de cinco jugadores se podían contar unas 250.000 pesetas, con faroles de 50.000 cuando el salario mínimo era de 20.000». Pero en el bar riojano también se jugaba al dominó (hubo varios campeonatos de varias parejas), a las damas y había potentes competiciones de dados. Hubo también míticas partidas de chinos donde se llegó a jugar un jamón. «Pero todo esto bajo control, en las mesas donde se jugaba dinero solo podían jugar los apadrinados por otros jugadores». Pedro presume de clientela fiel, intergeneracional, diversa y, a veces, variopinta. Recuerda al matrimonio octogenario que todos los viernes, sobre las 20 horas, llegaba para cenar sus perdices en escabeche o a la madre con hijo cincuentón que todos los jueves acudía a merendar y se despedían con una buena propina. También estaba 'La monumental', «una de las primeras mujeres que tomó algo en el bar en los tiempos en los que el Najerilla daba mucho respeto por la cantidad de hombres que había jugando».
Eran otros tiempos. Ahora, para Pedro y su mujer Conchi empieza una vida diferente, con escapadas a Canales de la Sierra desde Barcelona. «Medio barrio ya ha estado». Le vendrá bien cambiar de aires. El coronavirus («casi caigo en una depresión»), y el movimiento independentista catalán ha generado un ambiente de confrontación al que el local no ha sido ajeno.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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