La balada de hacer algo
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De cómo la electricidad disparada muestra la necesidad de intervenir cuando se debeJUEVES | ELECTRICIDAD
Ha pasado ya el tiempo en el que nadie entendía la factura eléctrica. Y no, no es que de repente seamos muy listos: es que ya no nos importa, básicamente porque ya sabemos lo que tenemos que saber: que sube, sube mucho y sube sin ... justificación. Y lo demás que nos quieran enseñar tiene poco valor, en realidad.
Ante esa realidad básica (que nos atracan cada día en los precios de un bien que no debería ser tan caro porque no hay ninguna razón objetiva para que lo sea) lo de menos es el detalle. Lo demás es el fuero. Y que algo falla, que es bastante vergonzoso.
Por empezar por lo primero. Cuando se da una subida así de pronunciada y así de continuada en el tiempo, se puede decir con facilidad lo que falta: un mercado sano. Los españoles nos hemos pasado años pagando en nuestra factura una cosa que se llamaba «costes de transición a la competencia». Que no sé si hubo dichos costes, pero lo que no ha habido es dicha competencia, ni lucha real en cuanto a precios. Y así, la dirección del recibo siempre va a ser una: hacia arriba.
Esa es una realidad de la que no cabe exagerar su importancia. Si hubiera competencia real (por ejemplo, si la generación estuviera más distribuida) y las empresas tuvieran que ir detrás del consumidor, el poder sería de este. Miren un sector similar: las telecomunicaciones. En los últimos años el servicio ha cambiado mucho, ha mejorado bastante (se ha adaptado, diríamos) y la lucha de precios ha sido despiadada, con entrada y salida de operadores que aparecían, desaparecían, se fusionaban y se reproducían.
En la electricidad no pasa nada de esto, y solo se puede decir que es malo para los consumidores. Soy un convencido de la importancia del mercado libre, pero más convencido aún de que ese mercado libre ha de tener encima el mazo del regulador para evitar lo que, de otra manera, es inevitable: que se desmande. Ahora ya no valen los argumentos que antes tenían su peso: que el coste de la energía solo era un tercio del recibo, y que lo demás eran impuestos y peajes. Ahora la energía ya nos cuesta (fruto de muchas cosas, pero también de un sistema demencial) la mayoría de lo que pagamos en el recibo, y vamos a pagar un 25% más este año. Bueno para quien lo vende, malo, muy malo, para el resto de la economía en pleno.
Intervengamos.
JUEVES | PARLAMENTO
No hay nadie en esta vida que se considere vago. Ni tonto. Ni malo. Todo el mundo (o casi) se mira al espejo y se gusta; y habitualmente más de lo que gusta al resto.
Así se entiende, por ejemplo, que nuestra evanescente consejera de Podemos se plante en el Parlamento para pedirle a la oposición que trabaje, y que se gane el sueldo público que todos le pagamos. Porque ella, en realidad, está más que convencida de que ella sí trabaja y se gana el sueldo que le pagamos.
El hecho de que el resto de los mortales dudemos profundamente de que eso sea así a ella le resbala, porque son críticas de a) fachas y b) machistas que solo la juzgan por ser mujer. Acusaciones gruesas que ella reparte con donosura y generosidad, rodeada de una consejería de colegas que, en realidad, tampoco sé muy bien para qué sirve. Aparte de para mantener a Andreu con mayoría parlamentaria, se entiende.
En fin, no seré yo quien desee que la consejera Romero se desengañe. Ya que va a estar en ese puesto dos años, y que luego desaparecerá de la vida pública, que viva bien, tranquila y sin sobresaltos. Y que no moleste.
JUEVES | SALUD
La Consejería de Salud ha decidido salir de la pandemia (bueno, «salir» es mucho decir) y meterse de cabeza en otro avispero. Avispero malo: qué hacer con los centros de salud, que desde el año pasado funcionan a ritmo de cribado telefónico y presencialidad justa.
La decisión de qué se haga y cómo se haga es importante. Por un lado, hay que asegurar que quien lo necesite se plante cara a cara ante su médico. Y por otro, hay que evitar que se desperdicie un recurso limitado, como son esos mismos médicos y su tiempo. Ese equilibrio entre lo presencial y lo telemático no es fácil. De hecho, es diabólico.
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