«Una armonización fiscal nunca entrará en la foralidad, que es lo que nos afecta y resta atracción»

– El Gobierno regional no toca el IRPF argumentando que «solo beneficia a los ricos», cuando el nacional sí ha cedido finalmente a una reducción en el IRPF, eso sí, limitada a rentas bajas.

– Es que lo razonable, si estamos en récord de ingresos fiscales, es que se haga algún guiño al contribuyente. Yo no voy a entrar en un debate de derecha o de izquierda, pero la sensación que tenemos los técnicos es que estamos ya en un nivel impositivo muy fuerte, y resulta más progresivo aumentar las reducciones (en el tramo nacional del impuesto pasan de 18.000 a 21.000 euros), esto es, lo que se descuenta antes de aplicar la tarifa, que deflactar (los tipos de gravamen que se aplican). Un antecedente claro de ello es algo que hace años pasó desapercibido y que a los técnicos nos cabreó mucho porque es absolutamente injusto: la eliminación del coeficiente corrector para tener en cuenta la inflación en la ganancia que se obtiene con la venta de un piso. Este fue un gol terrorífico que metió el ministro Montoro.

– Otros argumentos para rechazar las rebajas fiscales son que comprometen la financiación de los servicios públicos y lanzan a una competencia indeseable a las autonomías. De hecho, La Rioja ya se ha posicionado a favor de una armonización.

– El debate que me parece que se está evitando es el de la eficiencia del gasto público. Hay que velar por el uso del dinero público como si fuera de cada uno de nosotros dedicándolo a aquello en lo que es más eficaz. Por otro lado, si una comunidad acredita con un informe de tesorería que ha sido eficiente en el gasto público manteniendo los servicios públicos, ¿por qué no va a poder bajar los impuestos? Y respecto a la armonización fiscal está claro que le puede interesar a La Rioja. Ahora bien, siempre que sea una armonización entendida como café para todos. Insisto: café para todos. Como riojanos no nos afecta, o lo hace poco, lo que hagan Canarias, Andalucía o, incluso, Castilla y León. Nos afecta lo que hagan el País Vasco y Navarra. Por tanto, se puede plantear la armonización siempre que implique también entrar en las comunidades forales, pero eso no se va a hacer nunca porque tienen un régimen hoy por hoy intocable. Competencia fiscal que provoca que en La Rioja sea muy tentador deslocalizarse y marcharse a las comunidades vecinas. No lo tengo medido, pero la mayoría de los riojanos vivimos en el borde del Ebro y es fácil pasarse a las regiones limítrofes.

– ¿La estrategia fiscal actual de La Rioja contribuye a dar la vuelta a esa situación y a atraer inversiones y patrimonios?

– Ahora mismo no hay atracción. Hace años sí que hubo gente de Navarra y del País Vasco que se trasladó a vivir a Logroño y a Calahorra por algo tan simple como un diferencial de tipos en el IRPF, porque en rentas altas un 5% es mucho dinero.

– Esta semana se han presentado los Presupuestos 2023, año en el que el Ejecutivo pagará menos en préstamos porque puede hacerlo «en plazos largos de 10 a 12 años y con periodos de carencia». Algunos contribuyentes piensan que el Ejecutivo se da aire a sí mismo, mientras a ellos les niega un alivio fiscal.

– La Rioja, habida cuenta de que su deuda sobre porcentaje de PIB es pequeña, puede permitirse el lujo de hacer esa estrategia. Si se ha hecho, lo interesante es que no sea por motivos de interés político sino financieros, porque a lo mejor una negociación ahora de esa deuda y de sus tipos es más fácil que dentro de uno o dos años con una subida de tipos mayor. Lo que me preocupa es la deuda del conjunto de las administraciones, cuyos vencimientos empiezan en 2025, no en 2023. Yo antes era muy ortodoxo y pensaba que había que reducir la deuda, y punto. Sin embargo, alguien, no recuerdo quién, me dijo un día que la deuda pública no se va a pagar nunca. Que es deuda perpetua. Así que en este tema lo que importa es el coste de la deuda, los intereses.

– En julio publicó una tribuna en este diario titulada: 'Otoño de sangre y fuego: manual de ruta'. ¿Mantiene sus previsiones?

– Las perspectivas son bastante parecidas. En la economía internacional hay signos de desaceleración y seguimos con la amenaza de la estanflación (parón económico más inflación). Si acaso, para una vez que acierto, lo digo con claridad: algunos avisamos el año pasado de que podíamos tener un problema con la inflación y, en efecto, se ha confirmado que no era transitoria sino que tenía un carácter bastante más permanente.

– ¿Cuánto va a persistir?

– Es imposible saber cuándo va a desaparecer en Europa porque, a diferencia de la inflación americana, la nuestra no es de demanda, de consumidores, sino de oferta por la crisis de Ucrania, del gas, de las materias primas... Lo que ya nos preocupa mucho es la inflación de segunda vuelta, es decir, las inflaciones vía partidas presupuestarias, como se han anunciado en el Gobierno de La Rioja con aumentos de las ayudas públicas, y las subidas salariales. Con eso entramos en una espiral inflacionista. Porque algo muy doloroso, pero que tenemos que repetir técnicamente los economistas aunque sea muy desagradable, es cuidado con solucionar las subidas de inflación con más inflación. Devolver el poder adquisitivo a los trabajadores o ayudar a las personas que más sufren la inflación es lo más justo, pero eso facilita que tengan más renta disponible. Bueno, en realidad, la misma renta que antes de la inflación, y eso provoca mayor demanda e inflación que llama a más inflación.

– Los sindicatos van a movilizar a los trabajadores para reclamar subidas salariales.

– Los salarios no se pueden actualizar conforme al IPC porque, desde el punto de vista técnico, no hablo desde el punto de vista de que las empresas puedan o no puedan, sería pan para hoy y hambre para mañana. Es decir, alargar el episodio inflacionista durante más años. Y, con toda seguridad, vamos a sufrir mucho más en el largo plazo. Por eso es preciso un pacto de rentas.

– Que, en concreto, ¿es?

– Que empresarios y sindicatos se sienten en la mesa y sean capaces de negociar subidas salariales más ajustadas sin llegar al IPC, que no provoquen el efecto inflacionista de segunda vuelta. Si el IPC ha subido el 10% en un año, subidas salariales que estén en el 3%-4%, de forma que no provoquen inflación. Eso demandan los empresarios porque siempre dicen, con razón evidentemente, que no pueden subir los salarios si no se sube la productividad, que es la gran asignatura pendiente de España de la que no se habla. Pero los sindicatos, también lógicamente, dicen que los trabajadores no pueden perder poder adquisitivo porque las empresas repercuten la inflación a los precios de venta de sus productos a los consumidores, y con subidas salariales inferiores a los precios, los empresarios se benefician de la inflación. Y así se establece un debate que es muy complejo, muy incierto, de qué empresarios son capaces de repercutir el 100% de sus subidas de costes. Si un empresario es capaz de hacerlo porque el mercado se lo acepta, quizá también debería subir el IPC a sus trabajadores. Pero aquellos que no lo pueden hacer difícilmente pueden subir los salarios

– ¿Y quién es mayoría? ¿Los que trasladan la inflación o los que asumen una parte?

– Mi sensación como decano es que la mayoría de las empresas no la puede repercutir porque dependen de la gente de calle. Y si la gente de la calle tiene la inflación por donde la tiene pues no puede gastar como quisiera, con lo cual no se puede repercutir. Si además a eso le colocamos en La Rioja que prácticamente dos terceras partes de las exportaciones riojanas son a Europa, y Alemania, la locomotora europea, está temblando, pues difícilmente las empresas pueden asumir eso en La Rioja.