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La calle logroñesa de Vara de Rey ha cambiado mucho en las últimas seis décadas y, sin embargo, continúa manteniendo una destacable anchura, algunos edificios notables con sus miradores –pese a ciertos desaguisados–, al tiempo que comunica el cogollito del Casco Antiguo con la ... ciudad del futuro, siempre hacia mirando hacia el sur.
Una amable lectora, Lola Júdez López, nos envía esta imagen de muy finales de los 50 del siglo XX, donde se aprecia el tramo de Vara de Rey entre las calles Pérez Galdós y Gran Vía, una vez desaparecido la antigua línea férrea. Uno de los lugares favoritos de la casa de Lola eran los miradores en los que su madre, cuenta, se tiraba horas viendo pasar a la gente, bien camino de las estaciones de autobuses y trenes bien haciendo sus recados en una zona que continúa siendo muy comercial.
En el centro de la calzada todavía estaban las farolas de doble brazo, que iluminaban a derecha e izquierda, y que permanecieron hasta los años 70. «En la parte posterior del piso –narra Lola–, a través de una galería acristalada y soleada, se veía el patio de Agustinas, donde estudiábamos mi hermana Tere y yo, y desde la que, más de una vez tuvo que echar nuestra madre el bocadillo olvidado».
Apenas salir de casa, la mercería Tamayo vendía los cuellos de plástico blanco del uniforme colegial; pero lo que en verdad embelesaba a los niños era la Comercial Avícola Riojana, en cuyo escaparate, bajo una gran bombilla calorífera, se acurrucaban los pollitos recién nacidos, que eran vendidos para la cría. Más adelante, estaba el taller de bicicletas de Laín y una negra carbonería con leña, carbón de bola, de piedra, de antracita, de hulla... Y es que se pasaba mucho frío con solo cocina económica y brasero.
Ya en la esquina con la carretera de Villamediana, ultramarinos La Barata lucía su gran mostrador de madera y su ordenada exhibición de latas, botes, envases, conservas y una máquina expendedora de aceite de oliva a granel. Los ultramarinos La Barata y la Felipa tampoco andaban lejos.
En la acera de enfrente, perfumería Montoya, con un olor entre pintura, aguarrás y colonias, que se adquirían a granel. Al lado, la fábrica de gaseosas, sifones y hielo, La Alemana, que también vendía bloques de hielo para las neveras de madera que se usaban entonces. ¡Cómo han cambiado los tiempos!
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