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Estos venerables alcaldes resisten como viejos robles firmemente plantados ofreciendo sus ramas a cualquier vecino que necesite aferrarse a ellas, les vote o no. Su vocación de ayudar a sus paisanos no tiene horas. Acumulan mandatos como arrugas sus frentes. Nadie les tose en experiencia. ... Ni Almeida, ni Colau, ni siquiera el veterano Francisco de la Torre que llegó a la alcaldía de Málaga en 2000, cuando ellos llevaban más de 20 años gestionando sus pueblos. Y en tiempos en los que tuvieron que aprender el oficio sobre la marcha. Ni alumbrado público, ni agua potable, ni calles asfaltadas... Prácticamente empezar de cero. Pasión desbocada por su terruño, altruismo y dignidad es el común denominador de esta estirpe de políticos que hicieron la transición en su patria chica. Y hay otro: parecen casados con la vara de mando hasta que la muerte los separe.
De los 8.100 alcaldes que hay en España, 23 llevan en el cargo al menos desde las primeras elecciones municipales, en 1979, y 16 de ellos vuelven a ser candidatos este próximo 28 de mayo.
Como Ignacio Gordón, de 82 años, y alcalde desde hace medio siglo de Matillas, un enclave de la Alcarria, en Guadalajara, con 103 vecinos. Ignacio, el decano de la saga, tomó por vez primera el bastón de mando en 1973, cuando tenía 32 años y trabajaba de ingeniero de minas en la fábrica de cemento del pueblo. «Me nombró a dedo el gobernador civil. Vino y me dijo que tenía que ser alcalde. Yo no tenía ninguna experiencia, eso fue todo», resume. Él fue el último alcalde franquista de Matillas y el primero de la democracia, y desde entonces, mandato tras mandato, sus vecinos le han brindado su confianza. En el 79 se presentó bajo las siglas de UCD y ahora lo hace por el PP. Encarrilará su duodécima 'legislatura' consecutiva si gana, pero no descarta apearse antes de 2027. «Voy con la ilusión del primer día ¡o más!, pero la salud no perdona y los años me tienen muy cogido. Tengo las facultades mentales muy claras, las físicas son otra cosa», afirma apoyado en un bastón con el que se ayuda por una artrosis de rodilla que le trae «por la calle de la amargura».
Cuando llegó a la alcaldía hace medio siglo, las calles de Matillas eran de tierra, el agua había que clorarla y disfrutar de un polideportivo era un sueño de ciudad rica. Ahora el 98% del pueblo está asfaltado, cuentan con polideportivo y gimnasio, y un bar «que defendemos a capa y espada»
Gordón vivió a principios de los 80 los años de gloria de Matillas, cuando el municipio creció hasta los mil habitantes gracias a la fábrica de cemento. Se construyeron viviendas sociales, se abrieron restaurantes, tiendas de comestibles, un hostal y una peluquería de mujeres, el colegio funcionaba a pleno rendimiento... pero la fábrica cerró, la gente se marchó y Matillas volvió a encogerse en la tierra de la España vaciada. «De aquella época de esplendor queda algo, pero de lo principal, que son los habitantes, quedan pocos», se lamenta. Hoy, más el 80% son jubilados.
Gordón, como la mayoría de los regidores rurales, está disponible las 24 horas del día. No es raro que a las tantas de la madrugada lo saquen de la cama por un incendio, una inundación o que un vecino se ha puesto malo y hay que llevarlo corriendo al hospital. «Ser alcalde de un pueblo es muy gratificante, y también muy sacrificado. Todo son horas de trabajo. Si te viene un vecino con un problema tienes que atenderlo te haya votado o no». Con sus 18.250 días y noches curtido en la política local se permite dar un consejo a sus colegas: «Que no olviden nunca la vocación de servicio, que tengan aguante, convenzan con argumentos y destierren el insulto y los gritos».
Manuel Murciano nació hace 80 años en Moscardón, en plena Sierra de Albarracín, en Teruel, y lleva toda la democracia con el bastón de mando de su pueblo, de 60 habitantes. En el 79 se presentó por UCD, en las siguientes por el PP (AP en aquella época) y hace 20 años se pasó al Partido Aragonés Regionalista (PAR), con el que concurre este 28-M.
De lo que más orgulloso está Manuel es de haber garantizado el futuro de Moscardón. «O hacíamos algo o el pueblo se moría. Así que montamos dos hoteles, un restaurante, un bar y vinieron jóvenes y se instalaron aquí». Todo a base de subvenciones y Murciano, perro viejo, sabe moverse entre los entresijos de la administración y no se le escapa una. «No nos hemos dormido».
Hoy esgrime con orgullo que en el pueblo viven catorce chavales de menos de 16 años, el futuro. «Pero hay que pensar en ellos para que no se vayan. Y en eso estamos». «Me quedan muchas cosas por hacer y tengo ilusión por seguir trabajando mientras la salud me corresponda».
Villarroya, a pocos kilómetros de Arnedo, suele salir cada cuatro años en las noticias. Es el pueblo de España que más rápido vota. Han alcanzado tal destreza que en apenas un minuto sus vecinos completan la labor. Con cinco habitantes censados, Villarroya es uno de los municipios más pequeños de España, aunque con frecuencia solo hay una persona recorriendo las calles del pueblo, vigilando el depósito de agua, controlando las obras: su alcalde, Salvador Pérez. Salva cogió la vara de mando en 1973, con Franco todavía en pie, y la sujeta desde entonces. «Yo no quería ser alcalde ni bien ni mal –recuerda–, pero éramos unos 30 en el pueblo y alguien tenía que hacerlo». Cincuenta años después, a los 76, vuelve a presentarse por las listas del PP y, como es habitual, el PSOE le ha puesto un rival que ni siquiera conoce.
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