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El primer trazo se esbozó a principios de los años 80. La Rioja apenas gateaba como comunidad autónoma y necesitaba de (casi) todo. Entre otras muchas cosas, una imagen propia que la representara. Hacia dentro y de cara al exterior. Un logotipo que condensara gráficamente ... el espíritu de la región y pudiera ejercer como carta de presentación de una administración en la recta de salida hacia el futuro.
Carlos Sáenz de Santamaría, por entonces consejero de Hacienda, fue el que sugirió el nombre de quien mejor podría afrontar esa encomienda: Alberto Corazón (Madrid, 1942). El político conocía al diseñador de su época en el mundo de la empresa y la conexión con el artista que ya por entonces acumulaba reconocimientos y trabajos de relumbrón fue inmediata. Ahí arrancó un camino de ida y vuelta entre Logroño y Madrid donde también jugó un papel determinante José Ignacio Pérez Sáenz, en aquel tiempo responsable de Cultura del Gobierno regional, en conversaciones infinitas donde llovieron ideas de todo tipo. La que dominaba a priori en el Palacete era 'inventar' un escudo, pero él les disuadió. «Era la oportunidad de crear una identidad corporativa moderna y dinámica, huir de reminiscencias medievales vinculadas a símbolos rancios... Y me hicieron caso», rememora el diseñador cuya obra suma logotipos incrustados ya en la historia colectiva como el de la ONCE, el Tesoro Público, Paradores, Mapfre o el Círculo de Bellas Artes, entre otros tantos.
A partir de esa premisa, el siguiente paso consistió en concretar qué símbolos debían conjugarse para alcanzar el objetivo. La respuesta llegó mirando alrededor, explorando el territorio. «Desde La Rioja me plantearon iconos como el río por su carácter vertebrador y el pico del San Lorenzo, simbolizando un referente del horizonte», revela Alberto Corazón, quien introdujo como factor de transición el puente en una mezcla que en 1985 configuró por fin la imagen donde también resultó capital la elección de la tipografía. «Mi intención fue imprimir ahí asimismo un aire de contemporaneidad», prologa. «Descartar fuentes más clásicas y decantarnos por otras como la Helvética y sobre todo la Gill, que ya había sido empleada con acierto, por ejemplo, en el transporte público de Londres». Prácticamente todas sus aportaciones pasaron el filtro oficial. «A todo decían cada vez que surgía una duda: 'lo que diga Alberto'», destaca agradecido de aquella disposición y la confianza ciega en su talento. Y no sólo para gestar un símbolo que ha pervivido al paso tiempo, sino crear en paralelo otro elemento innovador: un manual de identidad, el primero en España, que desarrolla las aplicaciones de uso en papelería, señalítica, etcétera.
El éxito fue rotundo. Casi súbito. Otras comunidades autónomas siguieron el modelo de La Rioja y un logotipo perdura casi inmutable pese a los intentos malogrados en otras épocas de sustituirlo y que ha dado paso al trabajo en los últimos meses de un equipo multidisciplinar que cuenta con el propio Corazón para plantear una puesta al día sin renunciar a la esencia. «En lo personal, la satisfacción es enorme», reconoce el autor. «Y también en lo profesional, como una obra que sintetiza mi concepto del diseño: una herramienta que transciende lo estético para mejorar la relación con lo que nos rodea, con los demás y con nosotros mismos», concluye desde Madrid el nuevo Riojano de Honor.
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