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Los manifestantes avanzan a pie por República Argentina, frente al IES Cosme García.

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Los manifestantes avanzan a pie por República Argentina, frente al IES Cosme García. SONIA TERCERO
A pie y en tractor

Los airados hijos de John Deere

Durante más de seis horas, agricultores y ganaderos pasean su enojo por las calles de Logroño

Pío García

Logroño

Jueves, 8 de febrero 2024, 22:00

Los tractores son unos bichos majestuosos, imponentes. Cuando se les ve fuera de su hábitat natural, entre caballones y labrantíos, tienen algo de elefantes caminando pesadamente por la sabana. A las diez de la mañana, muchos de ellos ocupan ya una plaza junto al Palacio de los Deportes. Sus propietarios, vestidos con chalecos amarillos, forman corrillos, hablan, fuman, esperan. Un cartel, pegado en un remolque, proclama: «Gobierno de lobos, pueblo de borregos». Cuatro o cinco manifestantes almuerzan junto a un tractor. El presidente del Consejo Regulador, Fernando Ezquerro, conversa en una esquina con unos compañeros. Los periodistas se pasean por aquí y por allá, recabando testimonios, sacando fotos.

A las diez y diez, una nueva tanda de manifestantes asoma por el horizonte. Comienzan a llegar, como en una procesión, vehículos de todos los tamaños, marcas y colores. Ganan por goleada los John Deere. De pie junto a una farola, en la puerta cero del estadio municipal de Las Gaunas, el cronista está dieciséis minutos viendo pasar tractores. Uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro... Algunos se decoran con banderas de España y de La Rioja; unos pocos llevan la ikurriña. Las pancartas cargan contra los demonios habituales: los políticos, la UE, la Agenda 2030.

A las once menos cuarto entra en el parking del Palacio de los Deportes un tractor antiquísimo y gigantesco, que parece haberse escapado de un museo de la primera revolución industrial. Para colmo, acarrea un remolque enorme cubierto por una lona oscura y un mensaje no muy fácil de leer: «Sembramos ilusiones, cosechamos decepciones. ¡Precios justos!» En las lunas traseras de la cabina luce el emblema de Trabajos Agrícolas Santiago, de Villamediana. El automóvil, inconfundible, de dimensiones jurásicas, se pasea por la ciudad como un diplodocus que hubiera esquivado milagrosamente la extinción. Horas después, frente a la Delegación de Gobierno, incluso servirá de podio improvisado para arengar a las masas.

En la calle Huesca hay empujones, los tractoristas no se mueven y los agentes acaban engullidos por una marea amarilla

Un ganadero arroja una oveja despellejada frente al Palacete: «Esto sí que es maltrato animal», grita

Poco antes de las once, agricultores y ganaderos se ponen en marcha. Bajan por República Argentina hasta la Gran Vía. En esta vida hay gente con mala suerte: a seis o siete ciudadanos se les ha ocurrido precisamente a estas horas coger al autobús urbano número 9. Llevan diez minutos parados, viendo pasar gente por la rotonda de Las Gaunas. Los propios agricultores han forzado a detenerse a un tractor que pretendía ir encabezando la marcha; lo obligan a ir detrás, con otras decenas de vehículos pesados.

Los estudiantes del IES Cosme García que han salido a la calle contemplan la comitiva con la mirada vacuna –indiferente, escéptica– de los adolescentes. Sin embargo, unos metros más allá, en la Escuela Infantil Chispita, los niños, con la cara pegada al cristal, abren los ojos como platos y aplauden boquiabiertos. Ven pasar los tractores como si los transformers hubieran cobrado vida y marcharan en busca de aventuras.

Cuando llegan al cruce entre República Argentina y Huesca, la tensión crece. El compromiso alcanzado ayer era caminar a pie hasta la Delegación, pero los conductores se niegan a abandonar la calle. Encabeza la protesta y va acelerando de a poquitos, amenazante, como subrayando su determinación, un hombre con barbas que maneja un tractor New Holland T4 azul. Hay momentos de confusión. La Policía Nacional trata de desviar a los tractores por la calle Huesca, ellos no se mueven, hay empujones, los agentes se ven engullidos por una marea amarilla. Finalmente, para evitar males mayores, la policía cede, los agricultores se abren y los tractores avanzan díscolos y triunfantes hacia el Espolón. Por si las moscas, algunos agricultores han entrado al chino de República Argentina a comprar más chalecos. Al llegar a la Gran Vía, alguien le dice al del New Holland que tenga cuidado, que les han estado grabando. «Que nos graben, que nos grabe todo Cristo, que no nos va a pasar nada», exclama.

A las doce y veinte, los tractoristas se concentran frente al edificio de la Delegación del Gobierno, en Muro de la Mata. Desde abajo se ve cómo, en una ventana del primer piso, alguien descorre misteriosamente un visillo. De pronto se hace un silencio de misa. Uno de los portavoces, megáfono en mano, trepa al dinosaurio metálico y hace una broma con el humo del Falcón. En ese momento, de la chimenea del tractor empieza a salir un humo negro, muy negro, nigérrimo; un humo que de haber durado cinco minutos más hubiera acabado él solito con los objetivos de la última cumbre del clima.

La delegada del Gobierno no les recibe. Van entonces hacia el Palacete. Uno de los ganaderos lleva un mastín gigantesco y pacífico, Copito, que camina lánguidamente y mira a la multitud con los ojos acuosos, como si ya estuviera curado de espanto. Solo se sobresalta –pero tampoco mucho– cuando oye un petardo. Ni se inmuta cuando un manifestante arroja una oveja muerta, despellejada, frente al Palacete. «Esto sí que es maltrato animal; el del lobo sí que es maltrato animal», grita.

Tras la reunión con Capellán, vuelven a Delegación de Gobierno. Dicen que esta vez va a haber suerte. Una de las portavoces, María Gutiérrez, asegura que la delegada dice que va a «hacer un esfuerzo» para recibirlos a las seis. A su lado, un agricultor estalla: «¿Esfuerzo? No me jodas. Que venga conmigo a podar».

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