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La cooperativa Garu (Santo Domingo) es la mayor de la región. Con más de 900 socios, alrededor de un tercio de la cosecha regional ... de cereal pasa por sus silos. Fundada en 1982, su gerente José Moneo, recuerda cómo ha ido adaptándose a los tiempos: «La patata, sobre todo, pero también la remolacha fueron cultivos muy importantes en esta zona. Tenemos regadío y tierras frescas, pero la patata fue abandonándose por diversos motivos: los dientes de sierra, con los precios que fluctuaban demasiado, los problemas para encontrar mano de obra, que era intensiva ya que no estaba mecanizada, y también la uva, que a finales de los 90 tuvo un boom importante». La Garu, antes de aquella fiebre por la uva y el vino, apostó por probar nuevos cultivos: «Miramos lúpulo, coliflor, tomate, guindillas, guisante y alubia verde y al final nos quedamos con estas dos últimas».
Moneo detalla que «seguimos teniendo hoy unas 1.100 hectáreas de guisante y unas 900 de judía verde. La viabilidad es que es un cultivo absolutamente mecanizado y, de hecho, la maquinaria es de la cooperativa porque es muy cara y es imposible para cualquier agricultor». Garu llegó a un acuerdo con la conservera Virto para invertir en una planta congeladora: «Es necesaria porque se trabaja con poco margen y unos elevados costes de transporte harían inviable el cultivo».
Es una situación que se repite en el campo, precios al límite, gastos cada día mayores y, para ser rentable, hace falta producción: «Hemos tenido, en todos los cultivos, dos años muy malos por la sequía y confío en que, al menos por ahí, las cosas vuelvan a ser algo más normales porque ahora mismo la mentalidad del agricultor es muy pesimista». «Si antes fallaba un cultivo, lo compensabas con otro y, es triste, porque esta zona de La Rioja Alta tiene buenas tierras y hay riego pero...».
En este sentido, Moneo apunta al problema del relevo generacional: «El agricultor es mayor, pero no es gente que se jubile a los 65 años, sino que prolonga mucho su vida laboral, aunque si no hay rentabilidad veremos». «Para los jóvenes –continúa– es más difícil aún, puesto que, si no heredas tierra y maquinaria, es imposible acometer la inversión».
En la zona se ha sumado un nuevo problema con las placas solares: «Se han autorizado 600 hectáreas, 150 de regadío y esas tierras eran masa crítica de la cooperativa». «El problema es doble –continúa– porque por el alquiler se paga más que lo que pagaba el agricultor que necesita tierras para amortizar la maquinaria y el precio de arrendamiento sube. Salvando las distancias es como los pisos turísticos y ese va a ser otro problema añadido porque yo entiendo la necesidad de renovables, pero hay otros terrenos más aptos y pobres para ello».
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