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Algunos recién aterrizados en la vida pública regional, invocando los principios de la nueva política, tienden a pensar en términos adánicos: esto es, que hasta su irrupción la historia ni siquiera existía. Olvidan que incluso ellos, los neonatos, arrastran su propia biografía, que les ... condiciona como al resto de mortales. Y también condiciona a sus compañeros de viaje, esos bultos sospechosos que representan para ellos los adalides de la izquierda de toda la vida. Aunque fueron quienes, en nombre de siglas que hoy parecen pasadas de moda, ocuparon antes los mismos escaños del Parlamento donde ahora se sientan las representantes de esa coalición denominada Unidas Podemos: una nomenclatura que cada día que pasa tiene más aire de chiste. Por la parte de unidas y por la de podemos. Cuya estrategia reclama más un libro de instrucciones para no iniciados.
El resultado de todas estas idas y venidas desemboca de manera natural en la melancolía. Ese territorio tan caro para la izquierda española y sus votantes. Que se preguntan si algún día, tal vez incluso en la presente glaciación, será posible poner de acuerdo detrás del mismo proyecto a corrientes, transversalidades y el resto del campo semántico por donde se extraviaron hace tiempo sus dirigentes, en la alegre compañía de sus seguidores. Tan incondicionales de sus líderes como del perro del hortelano. La izquierda que bosteza. La que ni come ni deja comer. La que rivaliza a ver quién tiene la ideología más progresista mientras olvida qué significa en realidad el progreso. Moverse. Mejorar. No estancarse.
Lo cual carece de sentido sobre todo para quienes formando parte de esa coalición provienen de los años en que el PSOE se les hacía poca cosa. Nada rojo. Cuando se detectaba por Martínez Zaporta una tendencia al conformismo que invalidaba a sus candidatos como potenciales gobernantes. Un discurso que ha perdido su razón de ser cuando Concha Andreu llama a las puertas del Palacete y exhibe su capacidad para el pacto con quienes pretendían adelantarle por la izquierda, vetado ya el peligro de la famosa pinza que amenazó con ahogar a los socialistas mediante aquella confluencia entre sus actuales socios y la derecha que una vez encarnó José María Aznar (y a escala Pedro Sanz). Hoy, el peligro reside donde siempre. Donde avisaba el clásico: quienes ocupan los escaños de enfrente sólo son los rivales. El auténtico enemigo está dentro.
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