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Todo empezó de la manera más inocente posible, pero terminó convirtiéndose en una auténtica pesadilla. Lucía Echegaray (Pamplona, 1999) empezó a sufrir acoso escolar desde muy pequeña, cuando apenas tenía cuatro años, sin comprender muy bien por qué le estaba sucediendo, ya que, lo que ... al principio parecían bromas inofensivas de sus compañeros de colegio, acabaron siendo un problema real que incluso trascendió las barreras del propio centro.
Su reacción a los fuertes motes e insultos que empezó a recibir a diario fue culparse a sí misma y vivirlo desde la vergüenza. «Me sentía ese bicho raro al que nadie ayudaba, no era consciente de que era un problema real». Una situación que se fue acrecentando cada vez más, sobre todo ante la falta de respuesta del profesorado. «Tuve que aislarme mucho porque cada vez que estaban los compañeros me molestaban, me empujaban o me encerraban en el baño..., pero los profesores siempre lo negaban. Decían que todo esto sucedía porque era muy callada y que los demás no querían ser mis amigos, por lo que lo viví con culpa y con vergüenza», recuerda.
Durante todos esos años trató de refugiarse al máximo en su madre y su primo, su familia «más cercana», a los que siempre trató de contarles todo lo que le sucedía en el colegio. «Han sido mis mayores apoyos. Mi madre hizo todo lo que estaba en su mano para ayudarme, desde hablar con el centro hasta pedir ayuda profesional, porque la situación era insostenible». «Mi madre ya estaba harta de que en el colegio no actuaran y de que las agresiones verbales y físicas fueran mayores, así que acudió a profesionales externos al centro, a una asociación; y ahí fue la primera vez que nos dijeron que era un problema de 'bullying'».
Por aquel entonces, apenas se conocía esta problemática, por lo que se cambió de colegio, pero no aplacó ni mucho menos su sufrimiento. «Estaba por la misma zona y había gente en común, por lo que volví a sufrir acoso en quinto de Primaria hasta segundo o tercero de la ESO». Las agresiones verbales, físicas y psicológicas se incrementaron todavía más. «Sufrí persecuciones por la calle, era encontrarme con alguien del colegio y todo eran gritos, insultos e incluso amenazas hacia las personas que estaban conmigo... Tocaban el timbre de mi casa y me llamaban con número oculto en el instituto. Fue un acoso más verbal y psicológico que el que sufrí durante la infancia, pero también hubo empujones».
El calvario también lo experimentó a través de las redes sociales. «En Secundaria y Bachillerato me encontré con insultos a través de las redes sociales y WhatsApp». «Lo viví desde la frustración, porque la situación no cambiaba. Sentía que no podía escapar de la burbuja en la que estaba», asegura. En el segundo colegio recibió un mayor respaldo, pero no le permitió recuperarse del todo. «Por mucho que saliera del centro y que en casa siguiese bien, no podía sanar, recuperarme o sentirme mejor». Encontró su refugio en la escritura y, ya a los 18 años, «empecé a sentirme más libre».
No ha sido fácil: el acoso ininterrumpido durante catorce años le dejó una huella que todavía le cuesta olvidar. «Lo llevo mejor, pero me ha costado mucho rehacer mi vida y encontrar amistades. La infancia es una etapa muy vulnerable, y por mucho que se mejore olvidarlo es inviable, porque el acoso me ha quitado una etapa de mi vida que tendría que haber sido bonita». Echagaray, a pesar de que sufrió acoso en Pamplona, ha colaborado con ACAE Rioja en algunos eventos para luchar contra esta lacra.
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