Acabar con los muertos
EL REPASO ·
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EL REPASO ·
De cómo es indecente que en 2022 todavía andemos a vueltas con la memoria de 1936MARTES | QUEIPO
Hay cosas que no se explican. O que, siendo ellas en sí mismas inaprensibles, resulta que traducen el país donde ocurren mejor que un tomo enciclopédico del consabido hispanista inglés.
Así nos ocurre en España con los franquistas enterrados y con las víctimas igual de ... enterradas que esos franquistas enterrados. Que a estas alturas de vida (estamos en 2022, por si a alguno se le había olvidado pasar la hoja del calendario) aún nos encontremos con este asunto sin solucionar es algo, lo dicho, inexplicable pero que nos explica. Así somos, ay, y de aquí venimos.
Hace unos meses, en una de esas polémicas efímeras de las que hacemos bien en olvidarnos, hubo quejas porque en el currículum del Bachillerato la historia se vaya a limitar a los siglos XIX y XX. Polémica absurda: no hay nada innecesario en la historia, pero si algo es imprescindible es que los chavales de hoy comprendan nuestro pasado reciente. Y su conflicto principal: que en este pueblo llevamos a leches entre conservadores y liberales (llamémoslo así, por ejemplo) con una saña perrera desde hace 200 años. Que esa guerra ha tenido muchas batallas y mucha sangre y que, en realidad, esta democracia que ahora tenemos es una puritita excepción que debemos guardar como oro en paño.
Por eso corre prisa, y mucha ya, acabar con los flecos del último (esperemos) episodio sangriento de aquellas perrerías, la Guerra Civil y la dictadura criminal que la siguió.
Sólo la supervivencia de esa inquina de tan rancia tradición explica que no hayamos acabado con este tema de la manera que era evidente. O sea, dejando de homenajear a los criminales y buscando hasta la última fosa oculta de sus víctimas para acabar con esa injusticia.
Corre prisa acabar con los muertos. Sacar a Queipo de Llano de una basílica era algo que debía de haber pasado hace décadas, pero, puesto que no se hizo, bien estará que sea ahora. Porque en esto coincido con el demasiado equidistante Feijóo en que lo que nos interesa son los vivos. O, mejor dicho, intentar que la sombra de los muertos, sobre todo de los más innobles, deje de echar su sombra sobre lo que hacemos los respirantes.
Y a partir de ahí, vivir y dejar vivir. Y recordar lo más importante: todos somos remeros del mismo barco. No enemigos.
LUNES | URGENCIAS
El viernes me llevé una sorpresa. Fui a pedir hora para mi médico de cabecera y comprobé asombrado que me daba para el día siguiente; o sea, el lunes. Triste sorpresa, si se piensa: eso era lo que me pasaba hace un par de años, antes de la pandemia, y me parecía natural de toda naturalidad. Pero llevaba ya meses acostumbrado a esperas de tres, cuatro, cinco, días. O más. La mejora no es total y en todos lados. Los lectores nos siguen contando (que para eso tenemos orejas) que en muchos centros de salud la cosa sigue disparada, y que faltan pediatras en tal o cual lugar, o que hay esperas de meses para operaciones y pruebas. Así que, no, la situación no está, definitivamente, bien. Pienso en eso mientras leo cómo los sanitarios del San Pedro atienden a un número inusitado de consultas de urgencia que van allí no por gusto ni por su mala cabeza, sino porque no encuentran otra salida. Y ya que los virus asoman la cabeza (ojito a lo que viene con estos primeros fríos) solo queda cruzar los dedos y pedir más esfuerzo a quien tiene que hacerlo: estos servicios son recuperables, y va siendo urgente hacerlo ya.
SÁBADO | AUTOL
El sábado pasado (no ayer, el otro) pasé por Autol como de casualidad. A ver qué era eso de las Jornadas del Champiñón. Y me fui de allí con muy buenas sensaciones (y no sólo en el estómago).
Da gusto ver a un pueblo que monta semejante movida para honrar a lo que sale de su tierra (o de su compost, ya me entienden). Había miles de personas en la calle, no había quien aparcara, y cada bar era una fiesta, cada uno con su esfuerzo propio para hacer algo único.
Ylas asociaciones, y las empresas, y los voluntarios... Un gusto ver alegría, movimiento y ambición en un pueblo. El año que viene vuelvo.
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